CONTRATAPA
Dos locas
Por Sandra Russo
Probablemente parte de su extravío hayan sido los vínculos que terminaron enloqueciéndolas. Probablemente, porque nunca lo sabremos; ellas ya habían iniciado el lento camino a ese extravío cuando, en estos dos casos, el de Marta Meza y el de Lourdes Di Natale, entraron al estrecho pasillo del poder con mayúsculas por la vía femenina más previsible, la del amor.
Una tuvo un esbozo de carrera política al amparo de quien la había abandonado y le había dejado el hijo al que se negaba a reconocer; la otra tuvo un arranque de honor cívico salpicado con venganza pasional y económica cuando decidió denunciar a su ex jefe, Emir Yoma, cliente del padre de su hija. Las dos fallaron en sus intentos, probablemente porque ya estaban extraviadas cuando eligieron el altar en el que encender sus velas amorosas: Marta Meza y Lourdes Di Natale se internaron por sus propios medios en el túnel de lo siniestro. Si lo siniestro es, como dice Freud, lo familiar cuando se vuelve amenazante, estas mujeres se enamoraron, quedaron embarazadas, parieron e hicieron nido psíquico con hombres que eran trampas. Nada en la relación entre Carlos Menem y Marta Meza o en la de Mariano Cúneo Libarona con Lourdes Di Natale debe haber tenido nunca el gusto dulce de aquello con lo que las mujeres más sabias o más en sus cabales se permiten soñar. Ser madres de los hijos de esos padres debe haber sido la primera señal del extravío.
Pero tampoco debe ser casual que de los núcleos más opacos del poder hayan salido estas dos mujeres arrasadas por sus propios actos. En la cabeza de Marta Meza y en la de Lourdes Di Natale es posible inferir algún crac, un momento, una chispa de lucidez y la visión terrible del grado de sus propias equivocaciones, la alquimia inversa del oro en barro, la conversión del presunto amor en odio declarado.
Y a la manera de las locas de siempre, esas locas prototípicas que nos regala esta cultura cuando las mujeres deciden un cambio de timón, salir a la calle, decir lo que saben, arremeter, explotar de ira, quemar las naves, a ninguna de las dos le alcanzó la energía para vengar sus pasados. No se sabe exactamente cómo o por qué murieron, pero sí, en ambos casos, la depresión profunda precedió a la muerte. Dos quebradas, dos arrepentidas, dos equivocadas, dos peregrinas en una procesión que sólo admite almas a prueba de escrúpulos.