CONTRATAPA
Business are guerra
Por Juan Gelman
El reparto de la piel del oso antes de cazarlo revela aspectos interesantes de la empresa colonial que Washington y Londres emprendieron. Interesantes y aun repugnantes, con perdón de la rima. Se estima que la reconstrucción de lo que Bush hijo y Tony Blair están destruyendo en Irak requerirá inversiones por valor de 20 mil millones de dólares solamente en el primer año post Hussein, cuando ese año llegue. Esa suma podría ascender a 200.000 millones de dólares en tres años y la Casa Blanca ya ha cerrado contratos por más de 900 millones de dólares con cinco megaempresas estadounidenses. Lo cual no ha caído muy bien en Gran Bretaña: “Las empresas constructoras del Reino Unido –cuenta la BBC– se quejan en privado porque no fueron invitadas a participar. Pero se piensa que es posible que algunas obtengan subcontratos de los contratistas norteamericanos”. A falta de pan, buenas son las migas.
Esta desazón empresaria alcanzó tonos indignados en boca del burócrata sindical Richard O’Brien, portavoz de la poderosa confederación Amicus que agrupa a trabajadores de la industria, los servicios y las finanzas: “¿Por qué Gran Bretaña debe compartir la sangre vertida en una guerra y las empresas británicas no han de compartir la mejoría económica posterior?”. Eso. La compañía inglesa P&O aspiró al contrato de 4,8 millones de dólares que ofrecía el Organismo de Desarrollo Internacional de EE.UU. (Usaid) para operar el puerto de Umm Qasr en el Golfo Pérsico, el único de aguas profundas de Irak. Fue rechazada. La Usaid prefirió a la norteamericana Stevedoring Services of America.
La Kellogg Brown & Root obtuvo sin licitación un contrato para apagar incendios de pozos petrolíferos y reparar la dañada infraestructura de esa industria iraquí. Tiene cláusulas curiosas que provocaron el enojo del representante demócrata Henry Waxman: en carta dirigida al general Robert Flowers, jefe del cuerpo de ingenieros del ejército, se queja de que el Congreso no fue notificado de un contrato que “potencialmente es de decenas de millones de dólares” puesto que “no se fija un límite de tiempo ni un límite de dólares” y está conformado de tal manera que incita al constructor a aumentar sus costos y, en consecuencia, el costo para los contribuyentes. Es posible que el parlamentario no haya reparado en un pequeño detalle: la Kellogg Brown & Root es parte del gigante petrolero y de la construcción Halliburton, cuyo director desde 1995 hasta ser hoy vicepresidente del país fue Dick Cheney. Desde luego, un ejecutivo no tiene por qué dejar atrás esa calidad sólo por la insignificancia de ser gobernante. Otra curiosidad de este contrato es que se firmó el 8 de marzo, 11 días antes del ataque-invasión a Irak, lo cual da qué pensar acerca de las propuestas de paz que Bush hijo y Colin Powell formulaban por entonces en la ONU.
La Casa Blanca quiere todo para sí y Powell fue clarísimo: ante un subcomité de la Cámara de Representantes declaró el miércoles último que EE.UU. no había aceptado “esta pesada tarea” de la guerra “para no poder luego ejercer un control dominante significativo sobre el desarrollo futuro” de Irak (Reuters, 26-3-03). ¿Y el desarme de Hussein? ¿Y la liberación del pueblo iraquí? Powell confinó a las Naciones Unidas al papel de facilitador del dinero de otros países para la reconstrucción post-Saddam: “Si les pedimos a esas naciones que sus Parlamentos aprueben fondos, les será mucho más fácil conseguirlos y aportarlos al esfuerzo de reconstrucción si esto tiene un sostén internacional”. El enorme déficit presupuestario de EE.UU. explica el intento de que otros países contribuyan a engordar los beneficios de sus transnacionales.
Hace dos meses que el Pentágono viene preparando un equipo civil, exclusivamente norteamericano, que bajo la autoridad militar del general Tom Frank, norteamericano –o del general áraboparlante John Abizaid, norteamericano–, se encargará del “aspecto político de la reconstrucción,salud pública, aplicación de la ley, agricultura, finanzas, educación, medios locales, sindicatos, comercio, inmigración, relaciones exteriores, desarrollo económico y aparato judicial” (UPI, 11-3-03) –huelga agregar “petróleo”– del país ocupado. El general (R) Jay Garner, gran admirador de Sharon y actualmente jefe de la flamante Oficina de reconstrucción y asistencia humanitaria (sic) del Pentágono, dirigirá ese equipo que integran sobre todo ex diplomáticos, siempre norteamericanos. Ha trascendido que esta suerte de virrey del pensado régimen militar dividió al Irak futuro en tres regiones administrativas que reproducen exactamente las que impuso Suleimán el Magnífico en el siglo XVI. Como se suele decir, nadie detiene el progreso.
Los negocios que se promete EE.UU. merced al “proyecto de reconstrucción más ambicioso desde la Segunda Guerra Mundial” (The Washington Post, 11-3-03) no sólo padecen ya tironeos británicos y japoneses por una tajada del botín: podrían chocar contra su imposibilidad. El ayatola Mohammed Baqir Hakin, cabeza del Consejo Supremo de la Revolución Islámica iraquí –el sector chiita de oposición a Hussein más importante– advirtió el martes 25 desde su asilo en Teherán que las tropas estadounidenses enfrentarían una resistencia armada si no se retiraran luego de derrocar al tirano. “Los iraquíes están contra la dominación extranjera y si (los norteamericanos) no quieren irse de Irak, la nación resistirá... La fuerza y las armas son una forma legítima de resistencia”, el ayatola espetó. He aquí otro desafío al pensamiento lineal de los gerentes que ocupan la Casa Blanca.