Martes, 21 de enero de 2014 | Hoy
Por Rodrigo Fresán
UNO La cosa es así y no hay nada que hacer al respecto: en la vida hay un solo Sherlock Holmes, algún que otro John Watson (quien tiene el privilegio y, también, la paciencia, de ser su testigo testimonial y evolucionar al lado del detective de detectives), mucha gente como uno (que lo disfruta de lejos, pero tan cerca), y demasiados corporativos y poderosos candidatos a profesor James Moriarty en las sombras, tejiendo su tela con voluntad de arácnido religioso y fatal.
Rodríguez, por supuesto, es gente como uno. Y las últimas tres semanas ha tenido el privilegio de disfrutar –como miles de españoles– de la tercera temporada de la serie Sherlock, creada por Steve Moffat y Mark Gatiss con una ayudita de Sir Arthur Conan Doyle. Y, claro, si algo tiene la figura de Holmes es un gran poder de contagio. No sólo en lo que hace a discípulos más o menos logrados –el psycho-doctor Gregory House o el poco ortodoxo agente del FBI Aloysius X.L. Pendergast, por citar apenas a un par– sino en lo que hace a la realidad misma. Así, de pronto, para Rodríguez –sintiéndose como un empobrecido “irregular”– todo adquiere la trama compleja y textura nebulosa de un caso imposible de resolver, pero aún a la espera de ya saben quién baje por las escaleras del 221 B de Baker Street para decir aquello de
“Come, Watson, come! The game is afoot!”.
Y resolver –y resolvernos– hasta el último de los problemas.
DOS Aunque, piensa Rodríguez, Holmes no lo tendría muy fácil aquí y ahora. A saber: “El Caso de la Infanta Imputada” (¿hará o no el “humillante paseíllo” como nueva estación de su “martirio” frente a las cámaras de la plebe el próximo febrero?) acompañado de “El Expediente del Juez Enjuiciado” (que es lo que le espera al para muchos malo malísimo de Castro, en un paisaje donde la Justicia está cada vez más “influenciada” por los políticos y poderosos, por tener la osadía de ordenar volver de su autoexilio en un ático de luxe en Ginebra a la pobre y abnegada esposa Cristina para que declare en unas semanas que ella no sabía nada de nada y, para colmo, en sábado). “El Misterio de la Ley del Aborto” (que amenaza con ser el tiro por la culata y en el pie del Partido Popular; quien la pensó como forma de mantener el voto de sus seguidores más conservadores) y su conclusión en “La Señal del Hijo Unico y la Natalidad Descendente”. “El Enigma del Balón de Oro Llorón” (por favor: basta de Cristiano y de sus supuestas conjuras para ganar lo que Messi le quitó cuatro veces seguidas sin pedirle permiso al muy pelota dueño de la pelota). “El Dilema de las Primarias Escurridizas” (Rubalcaba). “La Aventura del País (Im)Propio” (lo mismo que Cristiano, pero para Artur Mas). “El Secreto de la Luz al Final del Túnel” (que sólo ven algunos fieles de Rajoy y el mismo Rajoy evocando a Bush Jr. a bordo de un portaaviones anunciando la victoria, ¿recuerdan?), seguido de “El Acertijo de la Clase Media Menguante” (la brecha salarial –con un salario mínimo en mínimos europeos y congelado– más helada que las cataratas del Niágara y más escalofriante que las cascadas de Reichenbach, y que separa a ricos de pobres, es cada vez más amplia y vertiginosa), y concluyendo en “El Acertijo del Empleo Provisorio y Precario” (desciende el paro, sí, pero para trabajar en lo que sea y como sea). “El Arcano de la Generación Perdida y Extraviada y Emigrada” (no tan jóvenes obligados a partir o a permanecer con sus padres que se han mudado a lo de sus propios padres). “La Paradoja del Papa Transgresor” (de acuerdo: como sucedió con Obama y su predecesor, cualquier cosa va a ser mejor que Benedicto XVI; y, sí, Francisco es cercano e ingenioso y tan argentino en su genio para venderse y comprarse pero, piensa Rodríguez, suficiente de gracietas y manos a la obra y, por ejemplo, aportar la información que pide la ONU sobre casos de pederastia, ¿no?; porque, para campechano, Rodríguez ya le da de comer al rey desde hace años). “El Affaire del Jefe de Gobierno Genuflexo” (Rajoy en Washington junto a Obama, quien le da palmaditas en la cabeza y le hace chistes con el fútbol y el vino español que, se sabe, son las cosas que se dicen cuando no hay nada que decir a un tipo que no habla tu idioma y mira bizqueante y suplicante a su intérprete y enumera con los deditos y la lengua fuera y enseguida tuitea mucho sobre su orgásmico encuentro, mientras que su homólogo norteamericano no le dedicó ni ciento treinta y nueve caracteres). “El Problema del Síndrome Gamonal” (y el temor paranoide de la clase dirigente y escrachada porque las protestas más o menos violentas por la construcción y adjudicación poco clara de un boulevard y parking en Burgos se extiendan a todo el territorio con ciudadanos cada vez más agotados por los inagotables). “La Maldición del Estado de Bienestar en Cada Vez Peor Estado” (pues eso). “El Suspenso del Prisionero en Suspenso” (Bárcenas que, en cualquier momento, resurge de sus catacumbas como cancerbero sobrenatural para dar la mordida final). Y para terminar, por suerte, consuelo y premio, con “La Enorme Alegría del Televidente Infinitamente Agradecido”...
TRES ... por una tercera temporada de Sherlock y por un colosal Benedict Cumberbatch y un inmenso Martin Freeman, que han aggiornado a Holmes y a Watson (inolvidable el “A Scandal in Belgravia” de la segunda temporada, modernización del clásico de Doyle “A Scandal in Bohemia” a la altura de los grandes thrillers de todo los tiempos), sin por eso faltarles el respeto o caer en el efectismo especial de lo de Robert Downey Jr. y Jude Law o la elementalidad de Elementary. Sherlock –cuidarla bien y para siempre; porque la reciente entrada de los derechos en dominio público hace temer una tormenta de aprovechadores– es muy divertida e intrigante y sólo erró, apenas, la puntería cuando transmutó al sabueso de los Baskerville. Ahora, con Holmes de regreso de entre los muertos (y riéndose de sí mismo y del inverosímil truco para su resurrección), la nueva tanda de Sherlock tuvo la inteligencia de dedicar las dos primeras entregas de este año a profundizar humorística y emotivamente, y con (des)estructuras narrativas de notable originalidad, en la relación de la más equilibrada de las parejas desparejas (el discurso del por definición propia “sociópata altamente funcional” Holmes como padrino en la boda de Watson, seguro, ya es parte de la gran historia de la televisión). Y se reserva un cierre de vértigo y la presentación de un nuevo enemigo de altura para ocupar el sitio que dejó vacío Moriarty: un tal Charles August Magnusson. Y –Rodríguez cuenta las horas y los minutos y los segundos para la caída de esta noche de martes en la que él volverá a levitar de gozo y gratitud– con Magnusson, adelantan, el buen humor queda atrás y avanza el mal humor, el humor oscuro del mal que vuelve sin nunca haberse ido del todo.
El Mal.
El Gran Mal.
¿Qué sería de nosotros, los pequeños buenos, sin él para medirnos y compararnos y consolarnos, pensando en que algún día se hará justicia para todos?
Mientras tanto y hasta entonces, y hasta la temporada que viene, esta noche pasan y pasa Sherlock.
“El Alivio del Placer Elemental, Querido Rodríguez.”
No es una solución al problema final, de acuerdo; pero es una buena pista a seguir.
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