EL MUNDO › OPINIóN

No hay lugar para la ilusión

 Por Oscar Laborde *

Nos interrogábamos en estas mismas páginas en el año 2008 sobre lo que se podía esperar de Obama a partir de las expectativas que había generado su triunfo, no sólo en su propio electorado sino en algunos sectores del progresismo en América latina.

Sus votos habían provenido fuertemente de los jóvenes, los latinos y de vastos sectores de la población que estaban sufriendo las consecuencias de las políticas implementadas hasta allí por George W. Bush, con una economía estadounidense que estallaba en crisis y burbujas inmobiliarias y financieras.

Reafirmábamos, sin embargo, que más allá de las simpatías que el nuevo mandatario despertaba, con una historia del país basada en la explotación de los esclavos y la segregación racial, Barack Obama era el presidente del Imperio, y que por lo tanto iba a estar sometido a las presiones y decisiones de los grandes grupos económicos y del aparato militar más poderoso del planeta.

En épocas de campaña se comprometió a tomar fuertes decisiones en el plano interno y externo. Su pelea por la reforma de salud comprometida contrasta con el anuncio del cierre de la cárcel de Guantánamo, el retiro de tropas de Afganistán e Irak, y el respeto a los regímenes democráticos.

Nada de eso ocurrió. Cambió metodologías y retiró tropas de ataque en esos países para reemplazarlas por aviones que atacan objetivos humanos selectivos, produciendo enormes bajas en la población civil, apuntadas como daños colaterales. No sólo existen miles de soldados todavía en dichas naciones sino que invadió Libia, y si no hubiese sido por el plan impulsado por Rusia y sostenido por decenas de países, habría también irrumpido en Siria.

Y cuando estas acciones estaban llevándose adelante, comenzaron a aparecer las denuncias, primero de Assange y luego de Snowden, que pusieron en evidencia una vastísima red de espionaje de alta tecnología en donde, sin distinciones, eran investigados y controlados amigos, aliados y posibles enemigos.

La participación norteamericana en el derrocamiento de Zelaya en Honduras; el financiamiento de ONG en varios países de la región, que fueran denunciadas por Rafael Correa y Evo Morales como un plan de intromisión en los asuntos internos de dichos países; la creación de la Alianza del Pacífico, en un claro intento por sabotear las institucionalidades del proceso de integración que vive nuestra América latina expresado en la Celac, la Unasur y el propio Mercosur, entre otras acciones emprendidas, son parte de la estrategia que desde la Casa Blanca en Washington se ha venido implementando.

A cinco años de su triunfo, no hay signos ni elementos que permitan avizorar con expectativas favorables la gestión de Obama. Los mismos financistas, contratistas petroleros y empresas de armamento siguen manejando la política exterior de los Estados Unidos.

* Dirigente del Frente Transversal y presidente del Centro de Estudios del Sur.

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