Miércoles, 9 de abril de 2014 | Hoy
Por Jorge Halperín
¿Cómo pasamos de la angustia ante el peligro de derrumbe económico de enero a la obsesión por la inseguridad y los linchamientos de marzo y abril, instalada en los dos casos la reacción de una parte de los ciudadanos de “esto no da para más”? ¿Cómo pegamos estos brutales bandazos y pasamos en cosa de años de “achicar el Estado es agrandar la Nación”, en la dictadura y en los ’90, al clamor por un “Estado ausente” –en muchos casos vociferado por los mismos sectores– como causa de la patología asesina de algunos vecinos?
No tengo otra explicación más importante que el fogoneo de los medios. Por supuesto que no adhiero a la idea estupidizante de que hay una causa única, vista la desigualdad que subsiste, observada la polarización social que se viene viendo en estos años de mejoras a los sectores populares, la descomposición moral de las policías, el progreso del negocio narco, etcétera.
Pero la “realidad” que leemos en los diarios y vemos en la tele es la de los medios (¿cómo, si no, sabríamos de los linchamientos?). Desde luego que los vecinos de un barrio de Rosario mataron a patadas a un jovencito sospechado de robar, y eso no lo inventaron los medios. Pero, automáticamente, lo convirtieron en una epidemia que recorre el país y propagaron una fórmula: “Hartazgo por la inseguridad-vecinos indignados-¡vamos por ellos!”. Y se replicó en el barrio porteño de Palermo y en la ciudad de Santa Fe, incluso con casos de sospechados que eran inocentes.
Es más, si las redes sociales muestran un nivel de primitivismo y barbarie que impresiona, los medios, inquietos por el avance de esas redes sobre sus audiencias, se muestran indulgentes y comprensivos con las peores expresiones tuiteras de racismo, brutalidad y odio.
Las estadísticas dicen que Argentina es un país con muchos robos, comparado con el resto de América latina, pero tiene los índices más bajos de crímenes en la región. Y eso sucede con los países latinoamericanos que son relativamente más desarrollados y menos desiguales, porque tienen –siempre en términos comparativos– mayor institucionalidad, pero también consumo y mercado, es decir muchos bienes apetecibles (coches, celulares, motos, etc.) para la industria del delito.
Los asesinados o molidos a golpes en los últimos días no eran una amenaza para la vida de nadie, no llevaban armas.
Una explicación plausible para este clima exasperado es que ya estamos en campaña por el 2015, la agenda (dólar, inseguridad) la marca la clase media, que puede dar vuelta una elección, y los candidatos de la derecha instalados por los grandes medios (Macri, Massa) explotan ese eje sin duda redituable de la inseguridad (que, según las encuestas, es la mayor preocupación colectiva).
Massa corre a Scioli por derecha, y el gobernador sale anunciando una emergencia de seguridad.
Hablamos de una derecha que crece con la construcción cotidiana del malestar ejecutada por los diarios opositores y sus medios. Víctor Hugo Morales recordaba la semana pasada que TN pasó 24 veces durante un día el mismo delito, como si anoticiara de 24 delitos distintos. Las pantallas de varios canales noticiosos de cable reproducen filmaciones de robos obtenidas de las cámaras de vigilancia que han sido instaladas no para el show televisivo, sino para prevención y detección del delito. Son escenas muy violentas, y al exponer a los espectadores a estas imágenes que no son de ficción ceban el miedo y la indignación de los ciudadanos.
La semana pasada visitó Buenos Aires el psiquiatra italiano Luiggi Zoja, para presentar su libro Paranoia, la locura que hace la historia, y en él señala que ese, la paranoia, es, entre los distintos cuadros psiquiátricos, el más explosivo, porque produce contagio social, como lo registra trágicamente la historia con casos como el nazismo y el stalinismo. La percepción del otro como amenaza, que en la paranoia suele darse acompañada de un delirio muy razonado y en apariencia coherente, no es nada difícil de contagiar y permite desplazar malestares individuales a culpas ajenas.
Bien, en la exaltación de temores en el ciudadano (al derrumbe económico, a sufrir ataques violentos de los delincuentes, a distintas enfermedades, a los rayos y las catástrofes naturales, etc.) y en el modo en que presentan a los sectores populares los medios operan como verdaderos “miedos” de comunicación de masas y como propagadores de chivos emisarios.
La fábrica de malestar está funcionando a pleno. Alguna vez tendrá que pagar por sus responsabilidades.
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