Martes, 13 de enero de 2015 | Hoy
Por Rodrigo Fresán
UNO Ya se dijo aquí, en eras antiguas, en tierras lejanas, en contratapas de antaño, que “A Rodríguez nunca le interesó el género fantasy”. Aunque, seamos sinceros, Rodríguez sí miraba muy fijamente a esas turgentes cover-girls de espada y brujería y mazmorras y dragones by Frazetta & Corben. Pero las viejas baladas cantaban que Rodríguez no sintió obligación alguna en ir a ver ninguna de las partes de El señor de los anillos el día de su estreno y rodeado de fans entre los que, seguro, se contaba algún psycho-killer con un perfecto conocimiento del alfabeto rúnico. Ahora, los tiempos han cambiado. Y así Rodríguez –por mandato de su pequeño– las vio una y otra y otra vez en DVD mientras su hijo le explicaba los diferentes linajes élficos. Y Rodríguez todavía no se repone del dolor de cabeza que le produjo el cierre de El Hobbit (y la transmisión casi Barça-Real Madrid y desde todos los ángulos posibles de su interminable batalla de los cinco ejércitos) cuando ya mismo se prepara para entrar a ver El Séptimo Hijo. Y Rodríguez ya sabe lo que va a encontrar allí, ya lo vio, ya lo verá cualquier otro viernes de éstos. Porque el cine (o al menos casi todo el cine hacia el que Rodríguez es arrastrado por amor al pequeño y déspota heredero a su vencido trono) es algo que oscila como un péndulo entre la ética y estética y panorámica de la Middle Earth de J. R. R. Tolkien y el Westeros de su descendiente George R. R. Tolkien con interferencias de Stan Lee y sus mutantes marca Marvel Comics y chispazos del inminente revival de Star Wars. Y, sí, a veces se juntan todos y todo. Como en Dominion: esa serie de tv en la que bíblicos arcángeles luchan en una Las Vegas postapocalíptica y que a Rodríguez le produce un efecto que, supone, debe ser muy parecido al del opio. O como ese último modelo de Drácula en el que el patriota Vlad sale a aporrear turcos con los mismos modales y la misma potencia de un Obélix de trasnoche. Y allí, en la oscuridad, Rodríguez y tanto nombre raro, tanta conjura mágica, tanta conspiración política, tanto mapa, tanto amor prohibido, tanta camaradería, tanto valor, tanta música portentosa, tanto “¡Arrasadlo todo!”, tanta luz, tanta sombra y tanto efecto especial.
DOS Y, dentro de lo que cabe, El séptimo hijo del ruso Sergei Bodrov y basada en las novelas del británico Joseph Delaney está más cerca de Ray Harryhausen que de Peter Jackson. Y revisita el siempre efectivo tema del maestro y del aprendiz. Y viene con un Jeff Bridges a quien tendrían que explicarle que ya no está en True Grit, ¿sí? E incluye a una Julianne Moore jugando y divirtiéndose siendo bruja mala malísima tras los pasos de Michelle Pfeiffer y Susan Sarandon y Julia Roberts y Angelina Jolie y Charlize Theron y Meryl Streep y alguna otra que a Rodríguez se le escurre como agua entre los dedos. Porque él es prisionero del encantamiento en el que lo ha envuelto su mujer y de la tristeza profunda por la bella ahogada Mirta Rodríguez, prima argentina cuyo espectro lo visita por las noches como el de la Dama del Lago. Y él la recibe como un Merlín dormido, soñando con despertar nunca, preguntándose cuánto falta para que a alguien se le ocurra la gran idea de fichar a Bill Murray para que –coming soon, cara de marmota– haga de hechicero que ni se preocupa por levantarse de la cama porque sabe que en este tipo de película todos los días son iguales.
“I Got You Babe”, le dice el dragón Smaug a Bilbo Baggins.
TRES Mientras tanto, y hasta entonces, está Gandalf y sus derivados. Gandalf, que en algún momento de La comunidad del anillo truena que “Un mago nunca llega tarde. Ni pronto. Llega exactamente cuando se lo propone”. Pero, vamos, a ver: Gandalf siempre llega tarde. O, al menos, con el retraso justo para que antes mueran unos cuantos buenos y él pueda protagonizar una de sus muchas entradas triunfales vestido de blanco refulgente e inmaculado luego de lucir trapos grises y aire de viejo hippie fumador de hierbas raras. Y Rodríguez se pregunta siempre para qué caminar y luchar tanto cuando se podría haber convocado de entrada al también tardío escuadrón del águila Gwaihir y planear directamente sobre el Monte del Destino y dejar caer allí el jodido Anillo Unico y volar de regreso a la Comarca y a esa envidiable casa amplia y de pasillos circulares y libre de hipoteca pero, cuidado, porque si te vas te la okupan. Y cuando se lo comentó a su hijo éste lo miró con cara de no entiendes nada, pa. Así que Rodríguez cambió de tema y le comentó que el actor que hace de Bilbo (Martin Freeman) le cae mucho pero mucho mejor que el que hizo del lloriqueante Frodo (Elijah Wood), acompañado de su insufrible Sam (Sean Astin). Y Freeman podrá ser ahora reconocido y reconocible por El Hobbit y Fargo y Sherlock, pero para Rodríguez Freeman siempre será el romántico Tim Canterbury en la The Office de Ricky Gervais. De ahí que se haya reído como un poseso al ver la reciente parodia en Saturday Night Live con Freeman de invitado recreando una versión tolkienística de The Office. Y entonces fue su hijo el que no sabía de qué iba la cosa. Y entonces fue Rodríguez quien lo miró con cara de no entiendes nada, hi.
CUATRO Limitando con el fantasy acecha la reality, y también una posible visión tolkienística de todas las cosas. Está claro que Pablo Iglesias se cree aguerrido Aragorn (con anillado logo de Podemos) y Pedro Sánchez se siente espigado Legolas. Felipe VI también quiere ser Aragorn, pero el reinante y bien establecido Aragorn del final y decir cosas oraculares y aforísticas y nonsense como “Mandar es servir” con uniforme de gala más que de combate. Y que la Reina Letizia le pregunta todas las noches a su espejo si ha conseguido ser tan bella como Galadriel. Y que tanto el Pequeño Nicolás como el Grande Messi tienen un cierto aire hobbit. Y que Jordi Pujol es indiscutiblemente Gollum. Y que Juan Carlos I es como el melancólico senescal Denethor y la Infanta Cristina es como la renunciante a todo por amor elfa Arwen. Y absolutamente nadie es Gandalf, claro. Y Rajoy es... Rajoy es... Rajoy no es ningún personaje de Tolkien, se teme Rodríguez. Porque si fuese por Rajoy, si de él dependiera, mejor quedarse tranquilo en la Torre del PP, leyendo números que le escriben mientras cada vez hay más orcos, ahí fuera, con ganas de explicarle que no encuentran trabajo por más que se asegure que ahora se crea y que todos son más felices. Y está la brumosa Cataluña como territorio rebelde. ¿Y Grecia Sale? ¿Y Cuba Entra? Y están los verdaderamente peligrosos: xenófobos y neonazis del Estado Europeo y fanáticos del Estado Islámico y de Al Qaida, unos y otros reclutando ilusos y desilusionados jóvenes del Viejo Mundo en nombre de Adolf o de Allah.
Sí, sí, sí: se vienen tiempos de juegos de tronos y choques de reyes y tormentas de espadas y festines de cuervos y danzas de dragones. De ahí que, pensándolo bien, Rodríguez, hechizado, se va a meter en cualquiera de estas películas cada vez que las estrenen. Están mucho mejor hechas y actuadas que la que se proyecta afuera, donde el invierno ya llegó a la Tierra Mediocre.
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