Martes, 13 de enero de 2015 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN > TRAS EL ATENTADO TERRORISTA CONTRA EL SEMANARIO SATíRICO FRANCéS CHARLIE HEBDO > EL DEBATE SOBRE EL PESO DE LAS PALABRAS
Por Daniel Feierstein *
La violencia dificulta los procesos de pensamiento, porque nos lleva a responder desde la emoción, en función de la mayor o menor empatía con las víctimas, lo cual no deja de ser una respuesta humana.
Es por eso que no resulta sorprendente el tono general de las reacciones ante los atentados en París. Dos tipos de respuesta han predominado en artículos periodísticos o posteos en blogs o redes sociales, según la empatía predominante.
Una tiende a una identificación irrestricta con las víctimas (por ejemplo, en la consigna “Je suis Charlie”), pero tendiendo a articularla con una reacción islamofóbica que homogeneiza a todo un pueblo o a una religión con los ejecutores de acciones criminales puntuales.
La otra (pese a una tibia condena) prefiere transferir la responsabilidad a las víctimas del atentado, enfatizando la irrespetuosidad de la publicación, los males colonialistas generados por Francia o la relatividad de estas muertes cuando tanta otra gente inocente es asesinada en el mundo árabe. Algo así como que “por algo será” que los mataron.
Quizá convenga detenerse a pensar en las consecuencias de lo que se está sugiriendo. La primera perspectiva fue suficientemente analizada, aunque cabría agregar que el fundamentalismo no sólo es minoritario en las comunidades islámicas sino que la mayor parte de sus cuadros fueron creados, financiados y/o entrenados por servicios de inteligencia occidentales.
Pero hoy quisiera centrarme en la crítica a la segunda respuesta: las modalidades de minimización.
Antes quisiera hacer una apreciación personal: me resulta desagradable el humor de la revista Charlie Hebdo. No soy musulmán ni católico, pero me resulta igualmente insultante. El verdadero humor consiste en la capacidad de reírse de uno mismo. Cuando se toma al otro como objeto de burla (mucho más cuando ese otro es el oprimido en las sociedades en que se difunde el chiste) es un triste modo de estigmatización que nada tiene de cómico. Algún día se debiera abrir un debate sincero sobre la libertad de expresión y sus límites, sobre los modos de violencia simbólica y el rol de las instituciones estatales en su regulación.
Pero ello jamás puede llevar a justificar el asesinato. Ni tampoco es posible observar en qué sentido la matanza de caricaturistas franceses podría constituir acto de resistencia alguno a la ocupación estadounidense de Irak. Ni se comprende en qué sentido disminuiría el horror por estas muertes el que haya otras igualmente injustas en Afganistán o Gaza. Implica esencializaciones lógicamente absurdas y moralmente inaceptables (“LOS franceses, LOS musulmanes”).
Resulta llamativo que hasta el momento estas respuestas minimizadoras de la masacre no han surgido de organizaciones árabes o islámicas (las cuales han condenado sin ambages los atentados, con la sola excepción de los grupos creados por Occidente como Estado Islámico o Al Qaida) sino de intelectuales “occidentales”.
En las últimas décadas al mundo árabe le ha tocado sufrir una parte importante de las injusticias que reinan en nuestro planeta, tanto en sus propios territorios como en la estigmatización creciente de la población islámica en Europa y los EE.UU., capitalizada por el crecimiento de los movimientos neonazis en Francia, Alemania, el Reino Unido, Grecia, Rusia o Europa oriental, que además suelen articular en la misma construcción ideológica islamofobia y antisemitismo, en una compleja y peligrosa reedición del espíritu de las Cruzadas.
Es nuestra obligación moral denunciar estos modos de violencia y bregar por su finalización, así como por la condena de sus responsables, sea donde fuere que se desarrollen los hechos.
Pero ello no debe hacernos olvidar que es también nuestra obligación moral denunciar y condenar el ejercicio inaceptable de la violencia contra población civil en Europa, sin aceptar justificación alguna ni morigerar su gravedad ni otorgar excusas ni apelar a otros muertos para minimizarlos.
La lucha contra la injusticia no amerita cualquier respuesta. Y la violencia indiscriminada, ejercida contra civiles, jamás aportó beneficio alguna en la lucha contra la opresión.
En momentos en que decenas de europeos desencantados, supuestamente críticos de “Occidente”, se suman mensualmente a organizaciones como el Estado Islámico, será quizás hora de cuestionar el uso de nuestras palabras y cómo inciden en la compleja realidad política contemporánea.
Hoy toca acompañar el luto de los familiares de las víctimas de París, como hace un par de meses con las de México y, un poco más atrás, con las de Gaza. Y en todos estos años, permanentemente, con las de Burma, Colombia, Congo, Irak, Siria, Sri Lanka, Sudán, entre tantos lugares. Es bueno recordar que no sólo las víctimas francesas nos deben doler. Pero siempre que no sea un modo de minimizar o negar la gravedad de dichos asesinatos.
* Investigador Conicet-Untref-UBA.
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