Martes, 13 de enero de 2015 | Hoy
EL PAíS › DOS EX TRABAJADORES DE LA EMPRESA DECLARARON EN UNA AUDIENCIA ANTICIPADA
Jorge Constanzo y Carlos Gareis son dos de los 24 obreros de la automotriz norteamericana secuestrados durante la última dictadura. Aunque el juicio oral no tiene fecha de inicio, fueron convocados porque están enfermos.
Por Alejandra Dandan
Jorge Constanzo y Carlos Gareis son ex trabajadores de la planta de Pacheco de Ford Motors Argentina. En 1976, Constanzo era delegado del sector del Comedor. Gareis había sido delegado de Estampados. A ambos los detuvieron ilegalmente en la planta y son parte de los 24 obreros de la automotriz norteamericana secuestrados durante la dictadura. Ambos están ahora afectados por problemas de salud. Antes del cierre del año, la Justicia federal de San Martín habilitó una audiencia especial para tomarles testimonio. Sus relatos se sumarán al muy esperado juicio oral. El día de la audiencia se acercaron a la puerta del tribunal muchos de sus antiguos compañeros con sus esposas y familias, con clima de celebración, pero a la espera de eso que desde hace demasiado tiempo debe empezar y todavía no tiene fecha de inicio.
Carlos Gareis es uno de los ex trabajadores menos conocido de la Ford. Entró en la automotriz en 1962 y fue delegado de estampados durante cuatro o cinco años, hasta alrededor de 1972. Esta fue la primera vez que declaró ante la Justicia. Tiene un enfisema pulmonar del que habló al evocar los años en la empresa. Gareis era delegado cuando la producción del estampado se hacía con estaño. Esa era la manera de hacerlo hasta que las cosas lograron ser mejoradas con los reclamos y la organización. Hasta ese momento, el procedimiento provocaba enfisema pulmonar entre los trabajadores como el que él mismo padece porque no usaban máscaras y el estaño entraba por todos lados.
Gareis continuó en estampados luego de dejar el mandato. Días después del golpe, el 12 de abril, fue secuestrado en su sector de trabajo. Mientras se lo llevaban, contó, sus compañeros empezaron a canturrear y a pedirles a los militares que lo suelten. ¡“Sueltenlo! ¡Lárguenlo!”, decían. Pero los militares le dijeron a Gareis:
–Acá tenés dos opciones: o les decís que sigan trabajando o sos hombre muerto. Gareis les dijo a los muchachos entonces que “sigan, que yo ya vuelvo, pero en realidad, nunca más volví”, les dijo a los jueces.
Una de las recurrencias en las causas sobre la complicidad de las empresas con la dictadura es el componente gremial de los secuestrados. Se sabe, a la hora del golpe muchos eran integrantes de las comisiones internas de las plantas. O estaban muy cerca de esas comisiones. La mayor parte eran comisiones combativas, con participación de trabajadores de organizaciones políticas o sin esa participación orgánica, pero en general enfrentadas a la burocracia sindical. La historia de Gareis dentro de la planta volvió a poner a los secuestros en esa lógica.
Dentro de la fábrica, él cumplía turno tarde noche. El 12 de abril se le acercó un capataz del que Gareis no recuerda el nombre. Le dijo que tenía que ir a la oficina que manejaba el área de estampado. Gareis fue mientras sus compañeros pedían por él y luego lo llevaron hasta el quincho. Ese fue otro aporte en su relato. El quincho de la planta de Pacheco funcionó como centro ilegal y transitorio de detención, pero costó años que la Justicia lo entendiera de esa manera. Los secuestrados permanecieron ahí antes de ser derivados a otros lugares. Gareis fue uno de los que más horas pasó en ese espacio. Estuvo desde las seis o siete de la tarde hasta cuando “clareaba”, describió. Durante la noche le pegaron patadas, dijo, le pusieron alambres y capucha. Al día siguiente, lo llevaron a la comisaría de Tigre, donde también lo golpearon. Ahí vio gente de Astarsa y también, en ese diálogo que habla de modo invisible con otras causas, estuvo con gente de Terrabusi.
Los secuestros en la Ford se produjeron por “oleadas”, dice Tomás Ojea Quintana, abogado y representante de los trabajadores en esta causa. Comenzaron el 24 de marzo y se extendieron durante unos dos meses. Al comienzo fueron “levantando” a los delegados gremiales, luego a otros como Gareis. El circuito incluía el quincho, luego la comisaría de Tigre, Devoto y La Plata.
En el Tigre, a Gareis lo sacaron del calabozo para interrogarlo, pero el militar a cargo le dijo algo que aún hoy es raro para quienes trabajan con la causa. Le preguntó por qué ellos estaban ahí, señaló en su testimonio. Puede ser que efectivamente los militares del Tigre no hayan sabido que los trabajadores estaban “presos”. O por qué. Es una opción. Para los investigadores esto es posible: podría ser que ellos hayan sido un “objetivo” apetecido no tanto por los militares sino por los empresarios.
El siguiente testimonio aportó un dato sobre la relación entre la Ford y sectores del Ejército. En este caso fue el testimonio de Constanzo, para entonces delegado del comedor.
El comedor de la Ford era enorme. Antes del golpe varios integrantes del Ejército comían en las instalaciones de la fábrica. Llegaban con tickets de comedor provistos por la empresa como el resto de los empleados.
Los dos testigos aseguraron que nunca más volvieron a la Ford porque estaban aterrorizados. Gareis vivía en Lanús. Cuando lo liberaron se fue de su casa. No volvió a pisar la empresa. No hizo reclamos.
“Los llevaron al quincho, de ahí a la comisaría del Tigre, estuvo como 30 o 40 días incomunicado, no estaba legalizado. Las familias se enteraron de que estaban ahí. Después los llevaban a Devoto. Y después a la U9 de La Plata y los largan a mediados del otro año, aterrorizados, porque, además, no tenían inserción orgánica en ninguna organización ni nada”, explica en este caso Ojea Quintana. “Por eso mismo ninguno de los dos volvió a la empresa. Y nunca más pudieron conseguir trabajo de lo que hacían porque cuando les pedían antecedentes se enteraban que habían sido ‘detenidos’ en Ford y lo que les había pasado. Quedaron marcados, no pudieron volver a trabajar.”
Gareis y Constanzo están grandes y enfermos y por eso fueron citados antes del inicio formal del juicio oral. Ninguno había declarado en instrucción. Y ahora lo hicieron por primera vez ante un tribunal. Constanzo les hizo un pedido a los jueces en ese momento: “Quiero que se sepa que esto para nada es sed de revancha ni de venganza, pero quiero que Ford tenga que acercarse a nosotros y reconocer que se equivocó”.
Los acusados del juicio son tres: Pedro Müller, ex gerente de manufactura, a quien los sobrevivientes describen como mandamás de Pacheco y verdadero jefe político; Guillermo Galárraga, gerente de relaciones laborales de la empresa en 1976, la persona que sabía quiénes integraron las comisiones internas y con quien se reunían los trabajadores por reclamos gremiales, y Héctor Francisco Sibilla, ex jefe de seguridad, uno de los hombres más recordados por los trabajadores por su carácter de militar retirado del Ejército. Sibilla escaló posiciones luego de los secuestros y fue contratado por la Embajada de Estados Unidos en seguridad hasta que se jubiló, en 2004.
Entre las querellas está la Secretaría de Derechos Humanos de Nación, representada por Ciro Annicchiarico y el fiscal federal Marcelo García Berro. El Tribunal Federal es el Nº1 de San Martín, que contó en esa audiencia con sólo dos de los tres jueces: Diego Barroetaveña y Marta Isabel Milloc. No estuvo Héctor Sagretti. Los que estuvieron presentes dicen que los abogados de los acusados no preguntaron por sus defendidos sino por las responsabilidad de la empresa.
“Nos interesa que este clima de juicio que provocaron las declaraciones anticipadas hace unas semanas produzca en realidad la certeza de una fecha cierta del comienzo lo antes posible”, dice Ojea Quintana sobre esta preocupación de las partes. A la espera de Justicia, murieron ya otras víctimas de esta causa: Juan Carlos Ballestero, Carlos Enrique Chitarroni y Hugo Adolfo Núñez.
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