Miércoles, 25 de marzo de 2015 | Hoy
Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona
UNO ¿Quién dijo “A los cincuenta años cada uno tiene el rostro que se merece”? La red es la pantalla del alma y –¡Abrete, Google!– Rodríguez ya lo sabe. Ya: George Orwell. En sus contantes cincuenta, Rodríguez, se lo merezca o no, tiene el rostro que le queda. En el espejo del baño (el espejo más desalmado) lo que hay es cara-de-lo-que-hay. Y de lo que seguirá habiendo; hasta que el rostro se le rompa para siempre y así pueda empezar a funcionar su calavera.
DOS Y de ahí a la cara de incertidumbre de especialistas quienes, días atrás, explicaron en rueda de prensa que, en los sótanos de ese convento madrileño, en un revoltijo de huesos (incluyendo los muchos e inevitables de recién nacidos), “podrían” haberse hallado “algunos fragmentos” que “corresponderían” a los del cráneo de Miguel de Cervantes “en términos razonables”, aunque no haya “certeza absoluta”. Cosa que ya se sabía sin necesidad de gastar tiempo o perder dinero. A su lado, la alcaldesa Ana Botella –cuya dura cara sería un verdadero festival para el carismático Lombroso– restaba importancia a estos detalles y resplandecía triunfal y convencida de hacer historia. Afuera, necrodecepción. Otra vez sopa con hueso: como con la osamenta escurridiza de Lorca o con la demorada identificación de las fosas comunes de la Guerra Civil. “Para esto, mejor que nos engañasen y mostraran un esqueleto y dijesen aquí está”, gruñía alguien ya tan habituado a que le mientan de verdad. La gente se ha creído la certera velocidad high-tech de tanta TV/forense y aspiraban a un CSI La Mancha. Imposible, por el momento, reconstruir fielmente el rostro de Cervantes. ¿Qué falta hace? Si cada uno le pone la cara que quiere al “seco y polvoroso rostro” del Quijote.
TRES Sueño alucinado y en caída libre de Don Rodríguez Avalancha (Wikipedia redux: la chica se llama Maddie Ziegler) con esa lisérgica y ácida dulci/nena espasmódica en los videos de Sia. La arremolinada y ventosa Maddie y su peluca blanca y su malla de baile. Más pesadilla ahogante que sueño húmedo de pedófilo. Loquita. Ahí, Maddie salta sobre él y le hace muecas y le muestra los dientes y lo mira fijo. Y una de sus pupilas es igual a la de Madeleine McCann, esté donde esté, en el cielo o bajo tierra, avistada aquí y allá, su rostro creciendo en identikits, como si fuese la más coleccionable muñeca perdida.
CUATRO Lo que Rodríguez encuentra de tanto en tanto (en el purgatorio de armarios altos, en cajas depositadas en el inframundo del trastero) son restos inmortales (el plástico se degrada más lentamente que la piel) de alguna Barbie que alguna vez fue de la que alguna vez fue su hij(it)a. Y, ahora, lee sobre el inminente lanzamiento de una Barbie que –software y algoritmo y wi-fi– no sólo podrá hablar sino, también, adecuar progresivamente sus palabras a los intereses de las niñas. Lo perturbador es que todo lo que oiga esta posesiva Barbie en boca de sus supuestas poseedoras será grabado y transmitido a los esclavizadores servers de la empresa Mattel. Y saludos del siempre presente futurista Philip K. Dick. La justificación de los fabricantes de barbietúricos (dueños legales de toda esa data por dos años) es que esa “información” servirá para “perfeccionar” el producto. Pero, claro, de las conversaciones monologantes de los niños se puede extraer mucha materia de gran valor comercial. Lo que les gusta o no: comidas, dibujos animados, programas informáticos. También, claro, los padres –dormidos los niños– podrán irse a la cama con Barbie. Y rewind y play y saber, en la oscuridad, que sus hijos sueñan con cambiarlos por otros modelos más desarrollados, con mejor cara.
CINCO Rodríguez se entera de que Cristiano “Ken” Ronaldo le paga a un peluquero para que, una vez al mes, vaya al Museo de Cera de Madrid a peinar a su efigie. Rodríguez intenta exorcizar semejante Believe It or Not! pensando en que falta menos para la segunda parte de Zoolander, quien reapareció desfilando para Valentino. ¿Cara de qué? Cara de Blue Steel, cara de Magnum, cara modélica a modelar...
SEIS... en la pasajera pasarela de la vida. El rostro por el que te reconocen o por el que prefieren ignorante. El rostro que comunica todo lo que sientes o esconde lo que no quieres que te vean sentir. El rostro de ese hombre con el que, dicen, sueña todo el mundo y que –según la teoría– es el arquetípico y jungiano rostro del histérico inconsciente colectivo, o el rostro de Dios, o el rostro de un arenoso mutante mental con capacidad de invadir nuestras noches y fan de David Lynch. El rostro vacío que se le pone a la gente cuando busca cuál es el mejor emoticón (el símbolo by design reemplazando a la expresión personal de la palabra) para rematar un mensaje que no dice nada. El rostro que, falta menos, pronto podrá “deducirse” a partir del ADN y de los veintiún gestos ya “codificados” (aumentando en mucho a los hasta ahora seis manejados por la psicología experimental: felicidad, sorpresa, enfado, tristeza, miedo y asco) que resultarán vitales para el diseño del rostro de robots, dicen.
SIETE Entre androide y reptílico es el rostro de hipnóticos tics o de desperfectos mecánicos del millonario norteamericano Robert Durst. Y, sí, todos citan a Cicerón y eso de “el rostro es el espejo del alma”; pero pocos concluyen la frase: “y los ojos, sus delatores”. De ser esto cierto, los ojos de Durst –acusado de múltiples asesinatos, caso abierto desde hace tres décadas– son ojos que delatan: agujeros negros, apenas blanco. “Mírame a los ojos”, parecen decir esos ojos. Durst es el protagonista de una serie documental de HBO, The Jinx, que Rodríguez sigue desde hace unos cuantos lunes. Durst –para algunos “el hombre con la peor suerte del mundo” porque todos se le mueren o desaparecen a su alrededor; para muchos un sociópata narcisista adicto a salirse con la suya– se prestó a ser filmado e interrogado. Y, dicen, en una pausa del rodaje, se fue al baño con el micrófono abierto y, seguro, mirándose con esos ojos sus ojos en el espejo, dijo: “¿Qué diablos hice? Pues matarlos a todos, por supuesto”. Los documentalistas tuvieron su final perfecto. Y, horas antes de que se emitiese el último episodio, la policía llamó a la puerta de Durst y, mirándolo a la cara, le explicó aquello de “Tiene derecho a...”
OCHO Y Rodríguez tiene derecho a negarse; pero mejor no. Así que cada vez que su esposa y/o hija le cuentan que encontraron algo “increíble” o “genial” en Internet, Rodríguez pone cara-de-a-ver, y mira. Lo último son las fotos de un tal Wes Naman quien, cortesía de cinta Scotch, se dedica a rasgar rasgos. Ahí están: http://wesnamanphotography.com/invisible-tape-series/
Parecen rostros embotados en una fiesta de patadas. ¿Quién dijo eso de “Si quieres una visión del futuro imagina una bota aplastando un rostro humano, por siempre”? De nuevo, search, otra vez: Orwell. Rodríguez y Google Images y ahí el rostro de ese escritor muerto antes de llegar a sus más que merecidos cincuenta años. Tenía cara de buena persona, piensa Rodríguez.
Pero nunca se sabe.
La gente siempre te miente en la cara.
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