Martes, 5 de enero de 2016 | Hoy
Por Rodrigo Fresán
UNO Los últimos y primeros días del año, Rodríguez vaga con la inequívoca sensación de que en cualquier momento –como la maravillosa Alice, como Superman en sus “aventuras imaginarias” y como al final de Los Serrano– se despertará para acceder a una realidad más real de la que vive aquí y ahora. Una realidad en la que se sepa quién va a ser el próximo jefe de gobierno de España (y quién la oposición), quién será el futuro president de Catalunya (menos Mas, por el momento, y más allá de casi estudiantiles y minoritarias asambleas pseudo-revolucionarias donde se alcanza el milagro matemático del empate perfecto), quién va a ir preso y quién también va a ir preso. Pero no. Reelecciones. Todo en el aire. En suspenso y suspensión. Entre paréntesis. Entre el chiste liviano y la broma pesada. Y hasta el hashtag del Día de los Inocentes en cuanto a que las izquierdistas alcaldesas de Madrid y Barcelona intercambiarían por un tiempo su puesto de trabajo rotando ciudades “para fomentar la cooperación” fue tomado en serio; porque cosas más raras se han visto y oído y leído en las últimas semanas. Fue así como Rodríguez, en busca de un sitio al que agarrarse, sintonizó expectante el discurso de Nochebuena de Felipe VI quien, antes y después de todo, se supone que es el jefe de estado de esta monarquía democrática y quien –aunque se trate de una medida un tanto cosmética– es aquel que encarga “formar gobierno” y “propone” al elegido brotado de las urnas para que después su autoridad fuese refrendada en el Congreso y hasta la próxima, amigos. Trámite sencillo de mayorías absolutas o simples pero claras súbitamente complicado por el reparto a cuatro de un pastel que antes se comían, alternativamente, sólo dos que quieren tanto seguir comiéndoselo a su buen provecho.
DOS Y Rodríguez necesitaba, también, tanto que le aclararan la situación, que lo tranquilizaran con palabras de padre espiritual del reino. Había mucha expectación dado “el estado de las cosas” se repetía una y otra vez en tertulias poli-televisivas y afines. Y se recordaba que aunque el Rey carezca de “protagonismo ejecutivo” era “una instancia persuasiva de primer orden”. Pero no. Felipe VI apareció con escenografía cambiada: ya no fue el despacho del que se desalojó a su padre; tampoco ese living artificial del 2014 que parecía decorado por los extraterrestres que no consiguieron trabajo al final de 2001: Odisea del espacio para decorarle el hotelito estelar a Dave. Ahora Felipe VI se dirigía a sus súbditos desde un inmenso salón palaciego (el Salón del Trono “donde la Corona celebra actos de Estado”, informó el dueño de ese palacio “símbolo de la grandeza de España” que era “de todos” o algo así) y lo que brotaba de su boca era mucho “España”, mucho “españoles”, pero poco nombre impropio e impropio. Todo en ese idioma que suelen hablar los monarcas “modernos” y que es el idioma de los oráculos donde nada puede significar todo o todo puede significar nada. El País editorializó, crítico hasta donde se puede/debe, titulando “Un Rey (muy) prudente” y señaló el fino arte de eludir referencias directas y limitarse a contemplar una “realidad de la sociedad española de hoy” que trae “sensibilidades, visiones y perspectivas distintas”. Diagnosticó El País: “El Rey tenía dos opciones para afrontar su mensaje de Navidad de 2015: dar un paso al frente para poner en valor su papel constitucional como árbitro y moderador de la política española o mantenerse en una línea prudente de defensa de la unidad de España y hacer un nuevo llamamiento al diálogo y la concertación sobre la base de los principios democráticos de la Monarquía parlamentaria. Fiel a su estilo, Felipe VI optó por esa línea de prudencia a la que nos tiene acostumbrados desde que el 19 de junio de 2014 asumió la Corona”. Y concluyó: “Es su estilo, aunque quizá se le pueda pedir que se acerque más a la raya que le marca la Constitución”. Al final, despedida con invitación a “seguir caminando”. Y, sorpresa o no, un millón y medio de televidentes menos que en el estreno del año pasado (lo que da una pauta clara del ánimo y predisposición de los “españoles” de “España”); y a ver qué les dice a todos esos con los que va a tener que entrevistarse en los primeros días del año con todos esos “españoles” con tantas ganas de mandar en “España”. En cualquier caso, la Constitución Española que tanto quieren reformar le ofrece a Felipe VI una verdadera Catch-22 y puerta de emergencia donde se lee que “de los actos del Rey serán responsables quienes los refrenden”. Y quienes los refrendarán serán todos esos agarrados aquí y ahora no a sus tronos pero sí a sus sillones. Con la fuerza y la entrega y el compromiso de “españoles” con única certeza: nadie quiere salir y todos quieren entrar; porque ésa es la “española” teoría y práctica de la política de no hacer política. En España. Española.
TRES Mientras tanto y hasta entonces, ya van pasando esas noticias en los diarios que insisten en mostrarnos cómo habría sido el rostro de Cristo de acuerdo con investigaciones sobre la nada, sobre cómo habría nacido años antes y meses después, sobre qué cuernos era la Estrella de Belén, sobre cómo las Navidades son un invento pagano-romano politeísta, y sobre cómo lo de Nerón sacrificando cristianos en el Circus Maximus ha sido un invento de historiadores católicos. También, basta de mencionar mucho hasta dentro de doce meses a Charles Dickens y a Frank Capra. Y ya comienzan a dejar de comentarse los últimos modelos de caganers: esa escatológica-mediática figurita a añadir al pesebre catalán desde el Barroco donde se muestra a un fértil y anónimo agricultor o a un famoso que puede ser Messi, Kylo Ren, Rihanna, el Papa de turno, el pajarito de Twitter o, sí, Felipe VI “yendo de cuerpo” y, atención, ser caganerizado es un honor y no una condena. O variedades de Caga Tió: un misterioso tronco con carita y dos patitas y cubierto con una mantita digno de la Log Lady de Twin Peaks a alimentar para que, a bastonazo limpio, el 25 de diciembre cague turrones y almendras –hay testimonios de quienes lo han visto cagar bicicletas y Xboxs– a consumir de inmediato vaya uno a saber por qué. Sí, la relación entra catalanes y materia fecal es íntima y profunda y ha generado dichos como “Quien caga mucho y caga fuerte no ha de temer a la muerte”, “Más vale una buena cagada que una buena comida” y “Ni subirse al caballo sin cagar, ni trabajar duro sin desayunar”, frases todas que, seguro, figuran en el escudo de armas secreto del depuesto pero todavía libre Clan Pujol. Y ya vienen los Reyes Magos (en esta oportunidad, en algunas ciudades y para indignación de los padres de los niños del Partido Popular, con la novedad de reivindicadoras Reinas Magas “porque en ninguna parte se especifica su sexo” y “hasta la Iglesia Anglicana ha reconocido semejante posibilidad”) y todo es tan pero tan absurdo y Rodríguez se pregunta si la reina será negra, teniendo en cuenta que la figura de Baltasar recién cambió de color a finales de la Edad Media. Todo es posible, realmente.
En cualquier caso, Rodríguez –sensible, visionario, desde una perspectiva distinta– ya tiene lista su real cartita real.
Empieza con un “Querido Señor Juez (Mago) español de España”.
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