CONTRATAPA › ARTE DE ULTIMAR

Simplemente

 Por Juan Sasturain

Los imprevistos libros postreros de creadores que parecían o estaban en principio formalmente retirados (digo postreros por últimos, no por póstumos) suelen ser decepcionantes operaciones marketineras que no agregan honor al autor y sí deshonor a los desaprensivos editores. No vamos a dar ejemplos recientes ni estirar el juicio al fenómeno deplorable de la publicación (ésta, sí) póstuma de obras desechadas en vida por los creadores. Un asco al que no terminaremos de aceptar ni acostumbrarnos.

Por eso es una maravilla lo que ha pasado con Quino, con el nuevo / último libro que se acaba de dar a conocer. Sobre todo porque Quino hace una década larga que no dibuja, al menos que no publica obra nueva profesionalmente. El libro se llama Simplemente –pero uno lee Simplemente Quino, como si el autor fuera parte del título– y tiene, refirmando la idea, un autorretrato del maduro autor, entre dubitativo y desolado ante el tablero, en tapa; y el tablero vacío, en la contra. Es decir: se sentó preocupado, dibujó / seleccionó ciento veinte páginas tan notables como desoladoras, y se fue. Por ahora.

Y es maravilloso porque se trata de una reunión de valioso material no recopilado nunca antes en ninguno de sus tantos libros temáticos. Y no se trata de una segunda o tercera selección, de algo que quedó desechado por imperfecto o fallido en su momento. No: Simplemente es un muestreo riguroso que incluso podría servir, para un lector no avisado, de Introducción a Quino. Porque tiene la virtud de ir recorriendo cada tema /obsesión típica del autor sin transiciones bruscas, en una deriva coherente que va de lo más abstracto ideológico universal, con la devastadora primera página con una Huesuda de guadaña, simple artesana, desolada ante la perspectiva de no poder competir con gente que –se ve en los medios inundados de seudoguerras y masacres políticas– hace mucho mejor que ella su trabajo; hasta el final autorreflexivo y jodón sobre la materialidad misma de la historieta: un personaje que quiere ir al baño y se encuentra con la página en reparaciones y no puede llegar al último cuadrito… Todo eso y lo que va de una punta a la otra: la salud, el arte, la música y los artistas, el campo y la ciudad, la religión, Dios & Co, el paso del tiempo, el sexo, perros y animales en general, la pareja, la comida y los restaurantes, la pilcha, los comercios y la venta, incluso su propia obra: hay una página desoladora en que un personaje lee una tira de Mafalda –una pregunta tremenda de Guille– y lagrimea pensado cómo eso alguna vez le hizo gracia…

Por todo esto, a Simplemente hay que darle un contexto adecuado para valorarlo. Recapitulando, como lo hemos recordado más de una vez: hace siete años, a fines de abril del 2009, Quino se despedía, manuscrito y sentido, de sus lectores de décadas en Clarín, argumentando con desarmadora sinceridad –como siempre– que ya no se bancaba seguir republicando chistes de otras épocas aunque siguieran vigentes. Que paraba, desensillaba hasta aclararse, hasta ver si tenía qué contar/dibujar y sabía/encontraba cómo. La actitud de un maestro.

Tanto rigor –lo hemos dicho– no es ni ha sido frecuente en el medio. Quino, el modelo persona/dibujante no es frecuente, quiero decir. El mismo que en 1973 le dijo chau a Mafalda y su banda en pleno apogeo y tras diez años de apoteosis, y en el pico máximo de su popularidad dejó de dibujarla en Siete Días –y no volvió a hacer la tira nunca más...– es el mismo que hace siete les dijo también adiós a las notables páginas semanales en Viva. Por las mismas razones: la fuente generadora no lo convencía ya, sentía que se repetía y no quería hacerlo. Dibujar (y hacer humor) fue siempre un ejercicio riguroso para él. Casi una esclavitud. Literalmente, como lo hemos señalado alguna vez y lo ha dibujado él mismo. Pues cabe recordar que uno de los últimos dibujos originales suyos –o por lo menos el que él eligió para dar la cara en la tapa de la antológica exposición Quino 50 años– es un autorretrato del 2004 en que aparece sentado en alta banqueta de trabajo, las manos en las rodillas y la mirada entre absorta, culposa, disculposa y triste vuelta al lector: está vestido curiosamente de preso pero, en lugar de ser a rayas, el traje es de cuadritos de historieta. Historietas propias, claro.

Por eso, la aparición de Simplemente –o Simplemente Quino, si se quiere– es un acontecimiento positivo. Quino ha vuelto entero; sin renegar de su existencial melancolía pero con las ganas intactas de dejar una vez más –simplemente– nuevos / viejos testimonios flagrantes de su genio inagotable.

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