CONTRATAPA

Exhibición

Por Eduardo “Tato” Pavlovsky

Los medios nos informan todos los días del éxito del verano. Desde Punta del Este hasta Villa Gesell, la cantidad de turistas argentinos inundan las playas. El boom del veraneo. Desde Punta Lara hasta el sur también. Todos contentos –gran cantidad de gente ha podido planear y salir de vacaciones– después de un tiempo largo de no poder hacerlo. Los comerciantes chochos, los teatros atiborrados, y mayor empleo entonces para un sector de la población. Aumento del consumo y del confort. Esta es una información verídica y uniformemente positiva. La Argentina parece renacer desde el fondo del abismo. Conseguir pasajes a Europa por vía aérea es casi imposible. No hay pasajes prácticamente hasta mediados de marzo. “¡Cómo viajan los argentinos!”, dicen los españoles. Por otro lado leemos en Página/12 que una fundación cristiana en Bonn junta fondos para los “niños hambrientos de la Argentina”. Que el 20 por ciento de los hogares argentinos vive de planes de ayuda, ¡de 150 pesos por mes! Las clases altas, en cambio, ya consumen más que antes de la devaluación. Compran DVD, vinos de marca, productos como snacks o agua mineral. Los pobres que son el 70 por ciento de la población adquieren más alimentos cuando pueden juntar algo. Los sectores de menos recursos debido al subdesarrollo de los recursos humanos forman el conjunto de lo “subhumano”, “de lo monstruoso”. De la otra Argentina. De la exclusión, de la marginación, de la promiscuidad y del hacinamiento. Los “petisos sociales”, los niños desdentados, los daños neurológicos por mala alimentación y la ausencia de planes de educación y de salud complican aún más la situación.
Hay posiblemente en la Argentina tres millones de personas que pueden hoy tomarse vacaciones y hay más de 30 millones que sólo puede mirar por TV el veraneo de los demás. Sabemos que hay veraneos caros y veraneos de gran sacrificio. Pero nunca las diferencias sociales y el poder adquisitivo fueron tan grandes. El 20 por ciento de los hogares con mayores ingresos concentran el 53 por ciento del ingreso total, mientras que el 60 por ciento con menos recursos, pobres, indigentes y excluidos obtienen solo el 25 por ciento. Lo que los medios tienen que hacer es informar. Pero evitar mostrar el exhibicionismo obsceno de los ricos. No hacer negocio con esta exhibición obscena en una economía de guerra para la mayoría del país. Por sentido común. Por respeto humano a los que no pueden moverse de sus casas y no saben si tienen alimentos a la noche para los hijos. Se nos ha interiorizado como obvia la búsqueda de comida de los niños en los tachos de residuos. No perdamos el horror ni la indignación. El show menemista tiene hoy su anclaje. Hay dos Argentinas: la que en Bonn junta fondos para nuestros “niños hambrientos” y la Argentina que come, se educa y tiene asegurado algún plan de salud. La otra carece de derechos humanos, lisa y llanamente. De todos los derechos humanos que necesitaría para sentirse hombres o mujeres dignamente. De los verdaderos derechos humanos. Creo que el tremendo error es no tener diaria conciencia de que más de la mitad del país se nutre mal y con consecuencias graves por la desnutrición.
La exhibición obscena a través de los medios de los veraneos y costumbres de los más ricos en sus lugares de descanso genera sin lugar a dudas violencia en los sectores más necesitados. De allí al robo o al saqueo hay un paso. Se ejerce violencia a través de los medios, que producen como consecuencia “la contraviolencia social” como subjetividad. Después viene la criminalización de la miseria y los problemas de seguridad. Pero después. Siempre después. La exhibición de la pornografía de la riqueza de una minoría heredada del menemismo cultural genera hábitos de delincuencia. No olvidemos que la mayoría de nuestros adolescentes no sólo no puede veranear sino que se nutre mal. No olvidemos también que el tremendo drama es la desigualdad social. La redistribución de la riqueza. Seamos más cautos entonces. Más dignos. Somos latinoamericanos. La contraviolencia social no es un invento nuestro. Es de todo nuestro miserable continente.

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