CONTRATAPA
El miedo y sus delirios
Por Dalmiro Manuel Bustos *
Jorge se había ido a festejar los seis años de su único hijo cumpliendo una vieja promesa: llevarlo a Disney. Mickey no estaba en el aeropuerto de Miami para recibirlos. En su reemplazo un agente del gobierno los maltrató groseramente. Se sienten criminales en potencia. Valentín le pide al padre que regresen. Como buen argentino de genio rápido y viendo que el sueño de su hijo se hace añicos, Jorge protesta enojado. Demoraron cuatro horas para poder salir de ese antro de torturas.
Es comprensible que después del once de septiembre la creciente xenofobia de los estadounidenses haya aumentado. Pero, ¿por qué así? El paraíso del Norte (que de verdad fue siempre portador de un peligroso doble discurso) se ha convertido en una pesadilla. El comentario que Jorge hizo al volver fue: “Entrar en los Estados Unidos es una experiencia que no se la deseo a nadie, pero me consolé pensando que mucho peor debe ser vivir permanentemente en ese clima. Durante muchos años soñé con emigrar hacia el paraíso de la democracia y la igualdad de derechos”.
El miedo se apoderó del antiguo sueño americano. Y desde tiempo inmemorial sabemos que la utilización de ese miedo ha sido el arma mortal de los tiranos para dominar y controlar al pueblo. Y todo reino del terror necesita de la presencia de un enemigo identificable. Hitler usó del ancestral antisemitismo, para direccionar el odio hacia los judíos. El problema estriba en que el miedo se alimenta de sí mismo y crece en proporciones gigantescas. Cualquiera es un enemigo y debe ser tratado como tal. El ataque es justificado en nombre de la defensa. No hay nada más epidémico que la paranoia: rápidamente la sospecha recae sobre alguien desconocido o con algún aspecto que lo haga diferente, quien sólo por serlo se transforma en un ser amenazante. Hasta para volar por cielos estadounidenses hay que cuidarse: ya ni se puede hacer cola para el baño en los aviones que sobrevuelen sus cielos.
Para los que no vivimos allá la solución no parece tan difícil, bastaría con no ir para esos lares. Pero ocurre que son una cultura dominante que atraviesa sus fronteras a través de los medios de comunicación. Valentín lloraba todas las noches cuando volvió, tenía miedo de ser secuestrado. Jorge es un profesional liberal que a duras penas juntó lo necesario para el soñado viaje. Pero Valentín sumó la realidad de los ya habituales secuestros argentinos y la inseguridad que se ha adueñado de nuestras otrora tranquilas calles, con los padecimientos sufridos en Miami.
Establecida la paranoia es imposible diferenciar entre las amenazas reales y las fantaseadas. Se corre el riesgo de ver un tigre en lugar de un mosquito o por el contrario ignorar al tigre como si fuera un mosquito. Así se pierde uno de los más útiles auxiliares de un ser humano: el miedo que permite anticipar los peligros de la vida para darles una respuesta adecuada. Es parte de nuestra capacidad de sensibilidad hacia lo que ocurre. Si el temor al cáncer o al enfisema pulmonar hace que una persona deje de fumar, la respuesta es saludable y puede salvar una vida. O aquellos que por temor al sida, usan profilácticos. Negar el miedo es grave, así como exagerarlo.
Jorge tuvo en Miami una crisis de pánico y debió consultar a un médico quien le recetó Prozac. A los pocos días se sentía mejor. Realmente es una droga –la fluoxetina–, que convenientemente administrada puede calmar el sufrimiento de una persona deprimida. Pero en el contexto al que nos referimos, puede ser un peligroso aliado de la locura reinante. Hace unos años, cuando se la comenzó a usar, se convirtió en una panacea: la droga de la felicidad. Bastaba con tomarla para apagar todo indicio de sufrimiento. Se popularizó tanto que pasó a ser consumida con habitualidad, circulaba la broma de preguntar qué dosis y qué marca se tomaba y no si se la tomaba o no. Produce una sensación de serenidad que llevó a que muy correctamente los adolescentes la llamaran la píldora del “fuck you”. Y como tal colabora con el dejarse estar. Evitar elsufrimiento es cortar la sensibilidad frente a la vida y por consiguiente cortar la información de los peligros de la vida. Hay casos en que es necesaria su administración, pero su uso indebido es un grave colaborador del statu quo. Es importante que seamos sensibles frente a las contingencias de un mundo conflictivo, para poder enfrentar sus peligros.
Jorge me llamó contando que Valentín le pidió que tuvieran un arma en la casa. Los padres de sus amigos las habían comprado para defenderse de robos y uno de ellos había herido a un malhechor que tenía 14 años. Me produjo una gran tristeza. Ya había aprendido la lección. Cualquiera es un enemigo al que había que hostigar, enemigo hasta la demostración de lo contrario. Y la forma de defenderse es armarse e incorporar el peligro de forma permanente. Permanente alerta y después –como así no se puede vivir–, una buena dosis de Prozac. O drogas como la cocaína, que prometen paraísos instantáneos, hipotecando la vida para siempre. No tengo la respuesta. Pero sé que así no.
Sé que tampoco podemos salir desde el aislamiento. Nos necesitamos para que los Valentines de la vida no compren armas ni drogas. El dolor frente al problema es menor que el que siento frente a las salidas que se implementan desde la desesperación y la soledad. Si el “otro” es anticipado como mi enemigo potencial, la prevención y la sospecha se instalan y el único lugar seguro es la soledad y, como consecuencia defensiva, someter al “otro” al mismo maltrato al que fuimos sometidos. Temer a la policía que queda sospechada de ser la mayor enemiga es gravísimo ya que se instala el desamparo. Y si a eso le agregamos que el Gran Papá del Norte, los campeones del Fair Play, atacan a todos con la excusa de defenderse, ¿qué nos queda?
Todos necesitamos sabernos cobijados para poder poner en juego lo mejor que tenemos como potencial. Desde Valentín hasta los adultos y desde los que no tienen trabajo hasta los poderosos empresarios, necesitamos de seguridad y respaldo afectivo para salir del desamparo y su tremendo cortejo de consecuencias.
* Médico psicoterapeuta.