CONTRATAPA
Desapariciones
Desde Barcelona
Por Rodrigo Fresán
UNO En el principio era el Verbo y el Verbo era desaparecer. Porque desaparecer ha sido el acto supremo y paradojal de un Dios en particular (que después nos mandó a su hijo para que aprendiera el oficio) y de los dioses en general. No hay nada más todopoderoso y divino que mostrarse, y después hacer mutis por la izquierda, y dejar a todo el mundo esperando. Por eso los poderosos gustan de llegar tarde a reuniones y cenas decisivas: llegar tarde es como la muestra gratis del desaparecer y sirve para instalar el temor y la reverencia en mentes. Después hay otras variantes del asunto. Como que te hagan desaparecer sin pedirte permiso, sin preguntarte si tenés ganas. Pero ésa es otra historia, otra religión.
DOS En cualquier caso, nada inquieta más que algo que desaparece. Recordar La carta robada, relato donde aquello que se ha esfumado lo ha hecho con los traviesos modales de lo que estuvo todo el tiempo perfectamente escondido porque se encontraba en el lugar más difícil de encontrar: a la vista de todos. Y se puede desaparecer en un segundo o a lo largo de siglos (como esas especies que están desapareciendo casi sin darse cuenta) o a la velocidad del amor (que puede ser imperceptible o vertiginosa) o a la velocidad de la Argentina (que no se puede medir porque desapareció el instrumental). En cualquier caso, comenzamos a desaparecer el día en que nuestra madre abre la puerta de sus piernas para que salgamos al mundo. Y entonces salimos erróneamente convencidos de que estamos entrando. Y así, hasta que nos llega la hora de desaparecer, una de las tantas maneras de ordenar nuestra vida para su mejor narración es catalogando todas las cosas que van desapareciendo por el camino. Todas esas cosas que, de algún modo, son la materia muerta que, al esfumarse, también erosionan nuestra vida y nuestro cuerpo y, sépanlo: buena parte del polvo que se posa en suelos y estantes de casas y se llevan nuestras aspiradoras no es otra cosa que sedimento de nuestra piel. Restos mortales de un cuerpo que todavía se mueve. De acuerdo: del polvo venimos y al polvo volvemos; pero, entre un extremo y otro, estamos hechos polvo, desapareciendo de a poquito.
TRES Y leo que desaparecieron unos importantes discos duros del centro nuclear de Los Alamos (sitio donde alguna vez se dio a luz la primera bomba atómica) y que nadie entiende cómo semejante cosa pudo haber sucedido. Seguridad nacional y todo eso. Y leo también que han desaparecido los demos del inminente nuevo disco de U2 de unos estudios de grabación en Niza y vuelve a maravillarme el hecho de que a esta banda irlandesa siempre le roben todos las cintas desde Achtung Baby a principios de los ‘90. Ahora, claro, florecerán los rumores, los temas fantasmas colgados en Internet, etc. Pienso que no estaría mal que las cosas se confundieran y los hard-disks atómicos fueran a parar a U2 y que la música épica de Bono & Co. explotara en Los Alamos.
En cualquier caso, en España, el tema pasa por otras desapariciones: por esos papeles confidenciales con información top-secret de lo sucedido durante los atentados del pasado 11 de marzo en Madrid que el ex presidente a regañadientes José María Aznar admitió, cándida y napoleónicamente a una radio colombiana, haberse llevado a casita. Y todo parece indicar que no quiere devolverlos amparado en el extraño convencimiento de que todo lo acontecido durante su mandato le pertenece por derecho natural, porque es parte de la historia que él presidió. La noticia de los papeles desaparecidos –de los que todos hablan como si fueran decisivos Expedientes X– se ha hecho pública en el contexto de lasactividades de la comisión investigadora que busca aclarar las oscuridades de lo sucedido durante y después de las bombas en los trenes. Yo he visto varias de estas sesiones de interrogatorios. Casi siempre mientras almuerzo. Suelen ser emitidas en vivo por la CNN y –si bien son una remake de las sesiones norteamericanas por el 11-S– son mucho mejores que las originales. Aquí todos contradicen a todos. Nadie se preocupa porque su versión coincida más o menos con la de su colega. El lenguaje es simple y, en ocasiones, patafísico. Hay algo del cine de Berlanga y mucho de monólogo de Gila en alguno de los testimonios. Mientras tanto, el PSOE comienza a juguetear con la etiqueta de “apropiación indebida”, el PP “resta trascendencia” y Ana Botella –ex primera dama– sonríe a las cámaras como una de esas féminas de las publicidades de detergentes y declara: “Yo, desde luego, les aseguro que en casa no los he visto”. Aznar, por supuesto, insiste en su silencio de Napoleón en Elba. Está claro que le gusta esto de hablar, conseguir que se hable de él, y después cerrar la boca, poner sonrisita suprema y seguir girando por Latinoamérica y promocionando su autobiografía gubernamental. Ayer lo vi en las noticias. Estaba en Buenos Aires y –para huir de los periodistas que le hacían preguntas incómodas sobre los papeles desaparecidos– Aznar perdió por unos segundos los papeles y se metió en un ascensor pensando que era una salida. Ahí estaba. Aferrado a su librito que –como suelen serlo estas memoirs ex presidenciales y selectivas– no son otra cosa que manuales de historia alternativa, de histeria alucinada, de lo que fue y ya no es porque desapareció y, ay, por qué no desaparecerán estos libros y por qué Aznar no se habrá quedado adentro de ese ascensor. Y bajado al sótano.
CUATRO La semana pasada fui a un concierto de Charly García en Cartagena, España. En un momento, alguien le tiró una bandera donde se leía “Vamos, Argentina”. Charly la miró un segundo y dijo: “Ustedes siempre gritan ‘Vamos, Argentina’ pero nunca dicen a dónde”. Después arrancó con No voy en tren, voy en avión y –en la mitad del tema, justo después de ese verso que grita “Soy el que cierra y el que apaga la luz”– se apagaron las luces del anfiteatro y, cuando volvieron a encenderse, García ya no estaba allí, había desaparecido. Luego de una larga espera, García volvió y los bises fueron casi más largos que el concierto. Lo que prueba que García no es Dios pero que sí es –además de un gran artista– una buena persona. Y que el mundo sería un lugar mejor si hubieran más reapariciones como la suya.