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“¿Por qué no usan sus celulares?” Esa es la pregunta que Rob Zombie asegura haber querido evitar al situar su demorado debut en el largometraje en la década del ’70. Y eso a pesar de que semejante inquietud no funcionó como coartada para escapar de la que tal vez haya sido la gran película de terror de la era del celular, The Blair Witch Project. Pero 1000 cuerpos busca otra cosa. Lejos de pretender poner al día al género después de la ironía pos Scream, lo que quiere es regresar en el tiempo y volver a la época de los gritos en el autocine, y las películas que son tan excitantes (y tan desechables) que el público ni siquiera necesita verlas atentamente. Desde la música hasta los asesinatos, todo está al servicio de una fiesta inolvidable.
Suerte de Marilyn Manson de bajo perfil, Rob Zombie es un rocker pesado de los noventa, que supo sumarle a su heavy metal todo lo necesario para revitalizar un tren fantasma. Su música está más cerca de los pantanos que de los escenarios, y toda su imaginería siempre tuvo una fuerte impronta del cine clase B, de la diversión barata, poco exigente pero siempre excitante. Convocado por la industria del espectáculo para dirigir la tercera parte de El cuervo, aunque renunció antes de que llegase el momento, Zombie logró finalmente que le permitieran hacer realidad su sueño de dirigir una película unos cuatro años atrás, cuando Universal pensó que de su imaginación podía sacar algún título capaz de reemplazar alicaídas franquicias como Martes 13 o Halloween. Las cosas no salieron como esperaba la industria (ver nota Suplemento No), y la película estuvo un buen rato buscando distribuidor, hasta que finalmente se estrenó en el mundo anglosajón. Presentada el año pasado en el Festival de Mar del Plata, 1000 cuerpos finalmente llega para renovar la ya-no-tan-generosa oferta de las pantallas porteñas, que sin embargo en lo que va de este año ha sido poco menos que pródiga en películas de terror.
Pletórica en citas, homenajes y hasta actores rescatados de clásicos del cine de terror de culto, la película de Zombie acompaña el viaje del auto ocupado por dos parejas fascinadas por lo oculto y extraordinario (al menos los varones lo están) a través una noche de tormenta. Una suerte de prólogo se desarrolla en una extraña estación de servicio que hace las veces de freak show amateur. Pero el viaje comienza realmente cuando el dueño del lugar dirige a los curiosos visitantes hacia las atracciones freak locales. Así es como los protagonistas nominales de la película caerán en los brazos de sus verdaderos protagonistas, una familia muy particular. En una casa en la que tal vez haya más de 1000 cuerpos escondidos, la imaginación desatada de Zombie decantará hacia una estética del terror cuasi snuff (así se llaman los videos de crímenes verdaderos) antes que una cierta narración clásica.
Pleno de cuentos verbales y de amenazas de todo tipo, el cine de Zombie por momentos parece quedarse en promesas. Y luego pega el salto a las conclusiones más sangrientas posibles. Pero sus sugerencias bizarras le alcanzarán para colmar el apetito de los fanáticos del género. Por momentos mucho más cerca de asquear que de asustar, 1000 cuerpos es una película en la que los buenos nunca pueden ganar, y los malos siempre se salen con la suya. Satánica y sangrienta, es un digno acompañante de la música de Rob Zombie. Aun cuando su banda de sonido privilegie el psichobilly antes que el hardcore, y tal vez sea musicalmente demasiado sutil para lo que lo que se alcanza a ver en la pantalla. Aunque deja con ganas de más, mucho más. Musicalmente hablando, claro está.