CONTRATAPA
Las trompetas de Jericó
Por Sergio Ramírez *
En las revistas de las líneas aéreas no siempre hay lecturas banales. Viajando hacia Madrid me he encontrado en una de ellas con una entrevista al director de orquesta Daniel Barenboim, quizás hoy el mejor en todas las latitudes, y también pianista consumado. Cree, en primer lugar, que la música debe ser un espacio democrático, abierto a todos, porque ha sido concebida para eso, para que llegue a todos los oídos.
Es algo para reflexionar. ¿Las formas masivas de producción musical son sólo un asunto de mercado o corresponden a una democratización real de la música? En nuestros días eso lo facilita, más que las salas de concierto que siempre estarán limitadas a un público cerrado, los discos compactos, que se pueden copiar a la perfección, y los sitios de la red cibernética que permiten “bajar” todos los discos del mundo, y grabarlos uno por su cuenta, amplitud democrática en la que tiene su lugar, aunque sea espurio, la piratería.
Pero Barenboim piensa que la verdadera democratización de la música depende de una educación desde la niñez, y que apreciarla en todo su poder y su belleza debe llegar a ser parte de la cultura fundamental de cada ser humano, cualquiera que sea su condición. Por otro lado, siendo como es judío, ha cumplido ya con la herejía de terminar de grabar las diez principales óperas de Wagner –y es él el más grande director wagneriano que hay–, un compositor que manipulado como fue por los nazis, sigue siendo poco popular en Israel.
Hasta aquí tenemos a un músico genial que quisiera la música para todos, una música sin barreras ni fronteras. Pero va más allá. Quiere una orquesta sinfónica formada por judíos y palestinos, y ha creado un jardín de infancia musical en territorio palestino, para niños palestinos, que ha empezado a funcionar en Ramalá, y eso llevará a la creación de una orquesta juvenil palestina.
Y estas iniciativas, sorprendentes en medio de intolerancias mutuas que producen cada día decenas de muertos en el área más conflictiva del mundo, tienen detrás ideas muy de fondo. La primera de ellas es que la ignorancia es la base del conflicto entre Israel y Palestina, y que mientras ambos pueblos no lleguen a conocerse a fondo, y no aprendan a aceptar el punto de vista del otro, respetarlo y conocerlo, y saber lo que el otro quiere y lo que necesita, las matanzas cotidianas continuarán.
Le parece una aberración que la política oficial de su país haya llevado a la construcción de un muro como parte de la escalada de guerra, uno más en la terrible secuencia de muros que han dividido a pueblos enteros a lo largo de la historia, alzados por razones ideológicas y raciales, y que han marcado siempre fronteras infames. Este muro es peor que ningún otro, según piensa: “No es un muro entre Israel y Palestina –eso todavía sería tonto pero aceptable– sino que es un muro que divide tierras palestinas de otras tierras palestinas...”
El Estado de Israel no puede seguir existiendo si no es aceptado por los palestinos, afirma, y los palestinos no pueden vivir y tener un Estado propio si no respetan al Estado de Israel. ¿Sencillo, verdad? “La construcción del muro, aparte de que va a traer sufrimientos enormes a muchos palestinos, demuestra la ignorancia total de lo que es para mí un hecho, y es que los destinos de ambos pueblos están conectados”, dice. “No digo que estén unidos, pero sí están conectados.”
¿Y qué tendría que ver entonces el muro con la música? Su proyecto de crear escuelas de música para niños en Palestina se basa en que no cree enuna solución militar para el conflicto entre Israel y Palestina: “Lástima que pase tanto tiempo y se derrame tanta sangre, pero algún día va a haber un acuerdo. Algún día no sólo se derribará el muro, sino que habrá un entendimiento... y yo digo, ¿por qué tengo que esperar a que algunos políticos decidan que por fin llegó el momento si yo puedo hacer determinadas cosas a partir de ahora?”
¿La voz de Barenboim y su música podrán llegar a tener el poder de ayudar a abrir los oídos de los fundamentalistas, no sólo de su país, Israel, sino los oídos de quienes, del otro lado, tampoco quieren escuchar? No es asunto fácil, ya se sabe. Pero construir la paz, y alcanzar entendimientos que parecen imposibles empieza por tocar a las puertas y a los oídos cerrados, con propuestas desarmadas como éstas, que significan nada menos que cambiar armas por instrumentos musicales, y el odio y la intolerancia, por la armonía.
La música es, al fin y al cabo, un asunto de saber escuchar. Y los muros también escuchan, eso lo sabe bien el pueblo judío. Las trompetas de una orquesta pueden derribar muros, como aquellas otras que hicieron caer las piedras de los muros de Jericó.
* Escritor nicaragüense, miembro de la junta de la revolución sandinista, ex vicepresidente de Nicaragua. Autor de Sombras nada más, Adiós muchachos, entre otras. De La Jornada de México. Especial para Página/12.