CONTRATAPA
Marginales
Por Eleuterio Fernández Huidobro*
En Uruguay, el país de la cola de paja del que hace añares hablaba Mario Benedetti, se acaba de instalar la viejísima diosa Hipocresía. Apareció luego de que un policía matara a un adolescente de 17 años y dejara heridos a seis más. Y luego de que los vecinos de un asentamiento, que en la Argentina sería una villa muy pobre, reaccionaran contra el asesinato.
En medio de un coro a medias falso y a medias histérico, casi toda la prensa –salvo raras excepciones– y casi todos los “analistas” comentaron tranquilamente que en determinado momento irrumpieron sobre la tragedia en el barrio Euskalerría algo que llamaron “los marginales”.
La gente de pueblo también lo manejó así: de pronto, aprovechando la situación, vinieron “los marginales”.
Supongamos por un instante que se hubiera dicho que entonces llegaron los judíos, o los armenios, o los gallegos o los turcos.
Hace poco conmemoramos con respeto y dolor la Noche de los Cristales Rotos. El esfuerzo militante (en el mejor sentido de la palabra) de esas conmemoraciones sólo tiene un objetivo: que jamás vuelva a pasar algo parecido en ningún lugar del planeta. Menos en Uruguay. Fue inútil. En cuestión de horas, la prensa resucitó al demonio nazi en ancas de la hipocresía criolla.
Habíamos exterminado a los indios en Salsipuedes. Eramos un país de inmigrantes y por lo tanto de tolerancia. No teníamos quechuas ni aymarás. Tampoco chechenos, ni chiítas ni sunnitas. Tampoco judíos, porque al único que conocíamos cuando niños en realidad era nada más que un flor de “jás” derecho. Discriminábamos nada más que a los negros y a los gallegos, pero los adorábamos si eran nuestras madres o se llamaban Obdulio.
Pues bien. Acaba de quedar presentada en sociedad, como en un desfile de Giordano, la nueva raza, la nueva etnia, la nueva tribu, la otredad odiable, discriminable y temible, la que además sirve para ocultar mis culpas y también, de paso, porque no es poco, para darme la identidad que me falta por otario: una identidad por la negativa. Una identidad para llenar mi propio vacío y mi propio fracaso. Una especie de burocrático y temible sana sana culito de rana.
Los “marginales” se definen, como no podía ser de otra manera en un país ganadero y de latifundios, por el lugar donde viven. No se le podía pedir más imaginación a sus inventores, que a la postre son nada más que uruguayos. Al contrario de los palestinos o de los gitanos, y antaño los judíos, los “marginales” son una nacionalidad sin Estado pero con territorio. Como los kurdos o los vascos.
Tienen su música importada, la cumbia villera. La gorrita de visera los define con tanto prestigio que ha sido adoptada incluso por muchos habitantes del otro planeta, y hasta periodistas, para lucirla con orgullo snob en los más inverosímiles lugares donde corre el dinero a raudales.
Siempre pasó lo mismo. La camiseta con el Che, y hasta el Che en el living de Punta del Este, o el pañuelo palestino, terminan siendo lo más.
Pero la diosa Hipocresía no les dijo a los racistas del apartheid uruguayo que el policía de segunda que hizo los disparos muy probablemente viva en una villa y sea él mismo un “marginal”, tal como ellos lo definen.
Les cambiaría el análisis. Por eso callan que la mayoría de todos sus policías, y soldados, y marineros, y maestros, y enfermeros, y empleados públicos y privados, sus limpiadoras, su “personal doméstico”, el mozo que los atiende en el bar o en el restaurante caro, viven en las villas. Por eso son esos mismos “marginales” que, según dicen, irrumpieron de pronto en el barrio Euskalerría.
Ya construyeron el crimen de la injusticia. Ahora no solo quieren lavarse las manos. Quienes crearon el problema, acusan a la víctima para salvarse. A la víctima de ellos.
Esos “marginales” viven donde viven por los sueldos que les pagan los mismos que se rasgan las vestiduras y los acusan. Y les pagan lo que les pagan para poder seguir ellos ganando lo que ganan. Y por eso Uruguay es, según datos nacionales e internacionales, uno de los que distribuyen peor la riqueza disponible. Peor que en Africa.
Hacerse el ignorante y no ver esa realidad es muy tramposo.
Pagarles a los policías la miseria que se les paga, lo mismo que a maestros, enfermeros, empleadas y empleados públicos y privados, y después exigirles que actúen como Scotland Yard o como obreros alemanes, es una sangrienta burla.
Se burlaron muchos, casi la mitad del país, del Plan de Emergencia del Frente Amplio defendido y propuesto hace quince años por Tabaré Vázquez. Aludía a estos escandalosos asuntos. No se dieron por enterados. Y hubo poderosos medios de prensa, y periodistas concretos, coreando la burla.
Debemos reconocer, además, que la diosa Hipocresía no es de izquierda ni de derecha ni de centro. Hay estúpidos, giles e hipócritas en todos lados. Nadie tiene ese monopolio.
La muerte de Santiago, tan valiente, debe servir para que todos, absolutamente todos, reflexionemos a solas con nosotros mismos acerca de qué estamos haciendo. Las flores que sus amigos de la villa pusieron en el ombú de la muerte le quiebran el espinazo al fascismo fraudulento en ciernes.
* Senador uruguayo por el Frente Amplio.