CONTRATAPA
Incómodos con Baseotto
Por Washington Uranga
No es la primera vez ni la única que Juan Antonio Baseotto utiliza la misma cita bíblica que incluyó en su carta al ministro Ginés González García, la que desató la polémica y la posterior reacción oficial pidiendo por la vía diplomática la renuncia del obispo castrense. El 9 de junio de 2004, al hablar a un grupo de periodistas a quienes amonestó por “tirar la toalla” siguiendo “el camino más fácil y hurtando el cuerpo al compromiso y la ética profesional”, Baseotto sostuvo que “lamentamos hoy ver cómo la familia se fragmenta, la cultura se nivela para abajo. En la Argentina, que fuera un país modelo, se ha caído en la alarmante mediocridad. Y no cabe la menor duda que a esto han contribuido de manera preponderante los medios de comunicación social”, dijo. Y remató su breve alocución recordando “dichos del Maestro”, entre los cuales incluyó: “El que induce al mal a uno de estos pequeños que creen en mí, merece que le cuelguen una piedra de molino al cuello y lo tiren de cabeza al mar”. Fuentes eclesiásticas señalan que suele usar la misma cita aplicada a diferentes situaciones y circunstancias.
En Añatuya, donde estuvo entre 1991 y el 2002, se lo recuerda como un hombre sencillo y dedicado al servicio de los pobres. A nivel nacional se resalta su actuación al frente de la colecta Más por Menos, una acción de la Iglesia Católica destinada a recoger fondos para las zonas más necesitadas del país. A ese perfil el obispo Baseotto ha sumado, a lo largo de su trayectoria, una posición sumamente conservadora en todos los temas y una actitud política que en la década de los ’60 lo acercó al grupo de los llamados “obispos menemistas”. Sin embargo, ayudado también por la circunstancia de ser obispo de una pequeña diócesis y alejado de los centros de decisión, Baseotto no alcanzó mayor relevancia pública hasta su designación como obispo castrense, el 18 de diciembre de 2002. Ese día, al tomar posesión, sostuvo que las Fuerzas Armadas “son un modelo a tener muy en cuenta para construir una nueva Argentina” y en directa relación con esto, se lamentó, porque “todavía muchos dirigentes tienen una venda sobre los ojos y no ven la realidad”.
Está claro que Baseotto no representa el pensamiento del Episcopado Católico, por lo menos en los términos en los que se expresó. Está claro también que, respecto de la cuestión central del aborto, lo dicho por el obispo castrense, más allá del exabrupto sobre la piedra de molino atada al cuello, responde –palabras más o menos– al pensamiento oficial de la Iglesia Católica. Sin embargo, en el breve comunicado emitido al promediar la semana por el presidente de la Conferencia Episcopal, el arzobispo rosarino Eduardo Mirás, puede leerse más como una toma de distancia que como un respaldo a Baseotto. Los apoyos llegaron desde otros lados, en particular de Roma, a través de una declaración del cardenal Renato Martino. Aquí los amigos de Baseotto intentaron reducir todo a una “importante campaña de desprestigio” contra el obispo e hicieron circular un correo electrónico con un llamado a “defender a un sacerdote cabal, valiente y de una humildad ejemplar como pocos en nuestra Iglesia”.
La mayoría de la jerarquía católica está muy incómoda con el episodio. Los términos usados por Baseotto situaron el debate sobre el aborto en un lugar muy poco favorable para los intereses de la Iglesia al vincular el enfoque antiabortista católico con el autoritarismo y la represión que pesan como una herida en la historia de los argentinos. Los obispos argentinos están firmemente alineados en la posición vaticana en contra del aborto y ésa es la postura pública de la Iglesia. En privado algunos obispos admiten la posibilidad de considerar la despenalización del aborto, aunque nunca lo propiciarían. Muchos suponen –y éste es un análisis que tiene gran adhesión en el Episcopado– que la despenalización del aborto llegará por la vía judicial, a través de un fallo de la Corte Suprema y no por el camino legislativo. Los obispos consideran que los legisladores y el propio Gobierno no tienen voluntad de abrir un frente de debate público con la Iglesia sobre este tema.
El mismo Baseotto envió un carta el 4 de febrero del 2004 al entonces ministro de Justicia Gustavo Beliz, con ocasión de la postulación de Carmen Argibay para la Corte y sostuvo que “dicha profesional se ha declarado a favor del aborto” y que “el aborto es un asesinato y una marginación”. En un artículo periodístico publicado el 25 de marzo de 1999, Baseotto igualó la pena de muerte con el aborto y se lamentó que quienes se pronuncian contra la pena de muerte no lo hagan también contra el aborto, “pena de muerte contra quien no puede defenderse: el ser humano en la vida fetal”.
Junto con quienes se encargan de subrayar que el silencio episcopal deja en soledad a Baseotto, en la Iglesia se levantan también otras voces que señalan que la falta de una condena clara y contundente a los dichos del obispo castrense termina involucrando a toda la jerarquía en la misma posición. Se agrega también que mientras el Episcopado se apresura a condenar otras supuestas “desviaciones” doctrinales tolera, en este caso, que se use de manera antojadiza –según la mayoría de los biblistas– una cita bíblica que termina asociándose con los peores momentos de la represión en la Argentina.
Desde el mismo momento en que al más alto nivel del Gobierno se decidió pedir al Vaticano la renuncia de Baseotto se sabía que ello no ocurriría. El Vaticano no va a actuar sobre el hecho en caliente y menos aceptando una presión. Sin embargo, se eligió ese camino porque es el que más efecto puede causar en la opinión pública para sentar la posición oficial. Una gestión reservada quizás hubiera acelerado la salida de Baseotto, pero le habría quitado relevancia al malestar oficial. De todos modos lo más probable es que el Vaticano, fiel a su metodología y actuando con el mayor sigilo cuando la tormenta haya pasado, le encuentre a Baseotto otro destino lejos del obispado castrense.