CONTRATAPA

La plaza de Marshall Meyer

Por Daniel Goldman *

¿Quién será el guardián de una plaza que lleva el nombre de Marshall Meyer, el nombre de un hombre que se opone a que haya un guardián en una plaza? Así escribía el aprendiz de poeta, a quien su maestro le enseñó que el vandalismo no se produce en las plazas: se hace evidente en el lugar público, pero antes se produce en el espacio donde no se sacraliza la vida.
El vandalismo es el hambre del pibe que no puede jugar a la pelota en la plaza. Es la irremediable vejez del que no tiene un medicamento y no puede pisar el pasto de la plaza. Es el sistema que dejó afuera al padre de familia, que entonces solo puede vivir en la plaza. Es el maltrato al preso en la cárcel al que le fue arrancado un ojo y no verá la luz de la plaza.
Vandalismo es lo que le pasa a la abuela que no encuentra a su nieto corriendo en la plaza, y a la madre que no puede abrazar a su hijo en la plaza.
Vandalismo es cerrar la puerta en la sinagoga, discriminando con la política de lo correcto al anónimo que pasa por una plaza. Y es la falta de compromiso de la parroquia con aquellas que los jueves dan vueltas en la plaza.
Es vandalismo la seguridad en la plaza y no la paz de los que transitan la plaza.
Una plaza que lleva el nombre de un hombre al que no le gustan los guardianes pone en estado público los ideales que como autoridad ejerció en su vida, no como el juego de una plaza sino jugándose en la plaza, que son dos cosas distintas. Una cosa es jugar. Otra, jugarse.
Encarnar esta diferencia lo hizo autor de su autoridad. Y protagonista de su testimonio. Testigo y protagonista a la vez. Rara avis. Extraordinario. Fuera del orden. No le gustaba el fascista modelo ordenado que mediocremente imponen los guardias de la plaza. No todo el que se juega es autoridad, pero la autoridad se juega. Si no, no es autoridad.
Y el hombre que lleva el nombre de una plaza al que no le gustan los guardias, mostró con lo que “es”, como pueden llegar a ser los seres humanos, en el sentido más humano, con las humanas paradojas de la contradicción.
Su testimonio fue mostrar al hombre que no pierde la humanidad activa. Enseñó que así como la memoria debe ser activa, la humanidad también. Cuando se activa la humanidad no existe nada que pueda detenerlo. Por eso sigue siendo. No fue. Y cuando uno sigue siendo jamás puede estar encerrado libremente en el nombre de una plaza.
No lo homenajeemos con una plaza, sino santificando el espacio público.
¿Cómo? Como dice el profeta: haciendo justicia y no mirándola pasar. Amando la misericordia y no queriéndola nomás. Y caminando humildemente ante Dios, porque caminar es enfrentar los desafíos que el Eterno nos pone en cada plaza.

* Rabino de la Comunidad Bet El. Palabras pronunciadas ayer en ocasión de la inauguración de la plaza “Marshall Meyer” en el barrio de Saa-vedra. Meyer, muerto en 1993, fue dirigente de derechos humanos y miembro de la Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas.

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