CONTRATAPA

Estrategias peligrosas

Por Juan Gelman

Aumentan las tensiones en el Lejano Oriente. Pekín se niega a pedir disculpas a Tokio por las agresivas manifestaciones que decenas de miles realizan los fines de semana en Shanghai y otras ciudades chinas contra el deseo yanqui de que Japón se convierta en miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU y en protesta por manuales escolares de historia recientemente publicados en el país de Sol Naciente que quitan importancia a las matanzas de civiles perpetradas por el ejército nipón desde que invadió China en 1931. Los manifestantes no son precisamente pacíficos –han agredido sedes diplomáticas, negocios y restaurantes japoneses– y es difícil creer al gobierno chino cuando afirma que son reuniones espontáneas. Se recuerda la brutal represión de estudiantes en Tienanmen, nombre que paradójicamente significa “Plaza de la Paz Celestial”. Y ésa sí fue una manifestación espontánea.
Es verdad que en uno de esos manuales de historia se califica de “incidente” la carnicería de 200 mil a 300 mil civiles que las fuerzas armadas japonesas cometieron en Nankin en los años 1937 y 1938 (The Washington Post, 19/4/05). No es menos cierto que Tokio insiste en que Pekín pida perdón por los destrozos y que miembros del gobierno, jueces y parlamentarios japoneses reiteran gestos que irritan la sensibilidad y el nacionalismo chinos. El primer ministro nipón, Junichiro Koizumi, visita con frecuencia el santuario de Yasukuni –curiosamente su traducción es “Capilla del País Pacífico”– que honra a casi 2,5 millones de caídos en la Guerra Mundial II, entre ellos, a más de mil criminales de guerra juzgados por el Tribunal Militar Internacional de los aliados al término del conflicto. Esto ha provocado críticas –también de Corea del Sur– a las que Koizumi supo responder así: “¿Por qué seguir culpabilizando a los muertos por los crímenes que cometieron cuando estaban vivos?” Y luego: la Corte Suprema de Tokio acaba de rechazar la demanda de “compensar a las víctimas chinas de las atrocidades de las fuerzas armadas de Japón en los años ’30 y ’40, incluido el empleo de armas biológicas que, según estiman algunos historiadores, cobraron la vida de unos 250 mil civiles” (The Washington Times, 20/4/05). Pero sería engañoso suponer que esas valoraciones históricas opuestas constituyen el único factor de la crisis sinojaponesa, la más grave desde que los países reanudaron relaciones diplomáticas en 1972.
Existe, sobre todo, un elemento previo: el reciente cambio de estrategia que la Casa Blanca ha impreso a sus políticas en el Pacífico. Entraña el fortalecimiento de la relación militar EE.UU./Japón y el rearme del último, y no sorprende que esto coincida con los ingentes esfuerzos de China destinados a asegurar su abastecimiento de petróleo y gas natural mediante contratos de largo alcance con Rusia, Irán, Canadá, India, Venezuela y Brasil. Condoleezza Rice dio señales claras del cambio durante su reciente visita a Pekín, Seúl y Tokio. El 21 de marzo la secretaria de Estado norteamericana eligió la capital japonesa para pintar con tonos negativos la situación interna de China, manifestar que Japón será “el paraguas” de EE.UU. en el Pacífico y llamar a los países de la región a unirse para “aguijonear, presionar y persuadir a China... de que eventualmente adopte la democracia”. El gobierno Koizumi, alentado por el Pentágono, adoptó en diciembre del 2004 un plan decenal de defensa en el que por primera vez se señala a China como un enemigo en potencia. ¿Otro “cambio de régimen” en puerta? En febrero último Tokio acordó explícitamente con Washington que el estrecho de Taiwan –que separa a esta gran isla de China continental– es “de interés estratégico común”. También por primera vez desde el inicio de la posguerra II, Japón se injiere de manera tan directa en el conflicto entre la China “comunista” y la Taiwan “nacionalista”. Y Tokio acaba de promulgar una reforma constitucional que faculta a sus fuerzas armadas a realizar o participar en misiones militares no relacionadas con su defensa.
La apuesta es grande. El 14 de marzo China promulgó una nueva ley antisecesionista que reafirma que el país es uno con Taiwan, y Washington está interesado en incentivar ese enfrentamiento, ahora con la ayuda de Japón: por las aguas del estrecho de Taiwan circula el transporte marítimo que abastece al régimen de Pekín de petróleo y gas natural. Tampoco faltan las disputas Tokio/Seúl por las islas Tokdo (Takeshima en japonés): el 23 de marzo, el presidente surcoreano Roh Moo-Hyun urgió a sus conciudadanos a prepararse para “una guerra diplomática fuerte” por la soberanía de las islas, que Japón declaró suyas. Es que toda la mar que se extiende de Corea del Sur a Taiwan es parte de un complejo estratégico que podría deteriorarse rápidamente, con graves consecuencias para la economía mundial.
Otras cuestiones de fondo están en juego: en el 2004 Europa desplazó a EE.UU. y Japón de la categoría de socio comercial más importante de China y se cierne una amenaza sobre el dólar que acentuó el Banco Central de Corea del Sur al insinuar que podría pasar sus reservas en verdes al euro y otras divisas extranjeras. China posee unos 610 mil millones en bonos del Tesoro estadounidense: si decidiera ya no comprar ni vender en dólares, Japón se vería obligado a imprimir billetes como en marzo del 2004, aunque ya no está en condiciones de rescatar al dólar como hizo entonces. Pekín no puede entrar en guerra con EE.UU. o Japón, y menos con ambos a la vez, pero la estrategia antichina de la Casa Blanca en curso es también riesgosa para Washington y aun para la paz mundial. Los “halcones-gallina” están sembrando a ciegas las semillas de una conflagración que por su magnitud dejaría muy atrás a la que está asolando a Irak.

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