CONTRATAPA
Ofertas
Por Antonio Dal Masetto
Como todo el mundo, vengo penando con el tema de las cajas de ahorro. Me comí una amansadora de seis horas en el banco y resulta que cuando llega mi turno me entero de que acaba de caerse el sistema. El empleado mira mi número y me informa que el gerente quiere hablar conmigo.
–Lo felicito –me dice el gerente–, usted tiene el número azul 5.322, salió ganador en el sorteo.
–¿Eso significa que por fin voy a poder abrir mi caja de ahorro?
–Algo mejor que eso, ha sido elegido presidente.
–¿Presidente de qué?
–Presidente de la República Argentina.
–¿Y mi caja de ahorro?
–Olvídese de esa insignificancia, con su actual investidura podrá abrir todas las cajas que quiera.
–¿Está seguro?
–Ni siquiera va a tener que venir usted. Después que preste juramento, manda a un edecán a que haga cola.
–¿Y cuándo podría prestar juramento?
–Lo más rápido posible, en este mismo momento lo están esperando en la Rosada.
–Tendría que hacerme una escapada hasta casa para cambiarme la pilcha y ponerme una corbata.
–No se preocupe por la vestimenta, allá tiene de todo, corbatas es lo que sobra.
–Preferiría usar la mía, le tengo mucho cariño.
–Una pregunta, ¿usted es casado?
–Divorciado.
–Una primera dama siempre sienta bien. Consígase una.
–Así en el aire no se me ocurre ninguna.
–La va a encontrar fácil, es un puesto codiciado, a las chicas les encanta. Hay viajes, recepciones, se conoce gente importante. Lo mejor sería una candidata con aspecto de profesora de secundario de provincia. Y vaya pensando también en un gabinete. Vaya, no pierda más tiempo.
–Le agradezco su asesoramiento.
–Que tenga suerte, señor Presidente. Mi nombre es Garmendia. Acá tiene mi tarjeta.
Paro un taxi y me voy volando al bar. Están todos, incluso la señorita Nancy.
–Señores, acabo de ser designado presidente de la república –anuncio-, tengo que armar mi gabinete y quién mejor que mis amigos de copas de todos los días. Señorita Nancy, ¿aceptaría acompañarme como primera dama?
–Me siento muy honrada, pero da la casualidad de que hace justo quince minutos un caballero muy generoso me invitó a un crucero por el Caribe. Si no fuera porque no quiero ser descortés con mi amigo, de mil amores lo acompañaría.
–Cacho, usted siempre anduvo en este asunto de la compraventa, le ofrezco ser ministro de Economía.
–Por mí, encantado, pero hace rato que mi señora me viene apretando con que le dedico más tiempo a los negocios que a ella, que llego tarde a casa, que vaya a saber por dónde ando. Me va a hacer la vida imposible, no me va a permitir desarrollar una buena gestión.
–Cholo, usted es un hincha fanático de las películas de acción, le ofrezco acompañarme como ministro de Defensa.
–Me gustaría, pero desde la colimba cada vez que paso cerca de un uniforme me broto todo. Me cansé de ver especialistas en el tema, me dicen que lo mío es psicosomático, que evite todo contacto con gorras, charreteras, entorchados y uniformes en general. Lo lamento, se trata de un impedimento físico.
–Alberto, usted es kinesiólogo de toda la vida, le ofrezco el Ministerio de Salud.
–La designación me honra, pero se me va a producir un conflicto ético entre la obligación de entregarme abnegadamente al ejercicio de la función ministerial y el juramento hipocrático que me impide abandonar a mis pacientes que confían ciegamente en mí. Siempre me he jugado por los más débiles, que en este caso son los reumáticos, los contracturados y los artrósicos.
Uno a uno se me van cayendo todos los ministerios. Hago un último intento con el Gallego, le ofrezco la Cancillería.
–Excelentísimo Señor Presidente de la Nación –me contesta–, es un orgullo que haya reparado en este humilde servidor, pero el destino quiso que haya nacido extranjero, y si en algún momento usted me enviara en misión a Galicia, mi terruño, me debatiría en medio de terribles contradicciones. Lo invito a pensar en lo siguiente: ¿puede un hombre ser fiel a dos banderas? Por lo tanto declino el alto honor y en nombre de todos le hago entrega de esta birome con el logotipo del bar para que con ella estampe su rúbrica en sus futuros actos de gobierno.
Me despido. Al final qué clase de amigos son estos que te dejan solo en una patriada así. No importa, con gabinete o sin gabinete, con primera dama o sin ella, yo asumo lo mismo, yo juro lo mismo, la oportunidad de abrir mi cajita de ahorro no me la pierdo.