ESPECTáCULOS › “CANDOMBE NACIONAL”, EL NUEVO SHOW DE ENRIQUE PINTI
Una fotografía de la realidad
A los argentinos les toca siempre elegir entre “tránsfugas, piratas, asesinos y forros”, dice uno de los urticantes textos del espectáculo.
Por Hilda Cabrera
Cuando Enrique Pinti le dice a su platea que estos hijos de puta son geniales, porque nos sacan la plata sin usar el chumbo, y todos ríen y aplauden, no está enunciando nada nuevo, pero lo hace con tanto desparpajo que la primera reacción de quien lo escucha es acompañarlo. También cuando el actor festeja “los cacerolazos de la puta clase media que se despertó y dejó de decir algo habrán hecho, quién sabe”, y señala, para que no queden dudas de su autocrítica, que “nos tuvieron que tocar el bolsillo, el orto, la pija y apretar los pezones” para que los argentinos salieran a la calle. El actor está hablando de él y de su auditorio, básicamente de clase media, pero nadie se enoja. Al contrario: recibe inmediatamente la adhesión de todos. En su nuevo espectáculo, Pinti desparrama su capacidad para reflejar con crudeza tanto una idiosincrasia como un presente impiadoso. Cada noche, atento a las noticias más recientes, rearma un prólogo, que suena espontáneo, e introduce cambios en los monólogos que elaboró meses atrás. Es evidente que a este actor-cronista los acontecimientos no le pasan por encima: los atrapa y recrea con la rapidez de los experimentados.
Pinti pide que no aparezca un “jefe de cacerolazo”, porque entonces todo se vendría abajo. El día del preestreno dosificó su protesta y cayó en imprecisiones que, extrañamente, no hicieron mella en sus monólogos, arrebatados y libres de servidumbres. Piezas oratorias que, en su singularidad, fueron festejadas por un público al cual el actor convierte, a través de su carisma, en protagonista de su propio entusiasmo y su bronca. Pinti arremete, designa o bautiza. “Soretes de muerte” son en su discurso los “malparidos” laboratorios y las farmacias que dejan a los enfermos sin medicamentos. No menos contundentes son los apelativos destinados a funcionarios, sindicalistas y políticos que llevaron al país a la catástrofe. En este recuento de hazañas no se salva el ex presidente De la Rúa, que “rajó por la terraza como la Isabelita”, ni Inés Pertiné, que se atrevió a decir que los argentinos eran mediocres, ni “los cara de madera que hablan y dan consejos”, como, entre otros ilustres, “el águila riojana”. A los argentinos les toca siempre elegir entre “tránsfugas, piratas, asesinos y forros”, resume el actor.
Para matizar la crónica sobre tanto despojo y papelón, el actor se divierte inventando marcas para algunos productos: Ataúdes Herminio, Extinguidores María Julia, Pelotas De la Rúa y Baleros Duhalde, un chiche asegurado por la Bonaerense. Pinti lleva al escenario lo que se dice en la calle con total libertad. No es un bufón sino un artista con trayectoria y méritos, que sabe transformar la bronca en humor y hasta en autocrítica. Se mete hasta con los tropiezos del argentino cuando le toca cantar un himno, que, no se sabe bien por qué, finaliza con la palabra morir: “¡Quéverbo! ¡La puta madre! Podría haber terminado con vivir”. Así es este Candombe nacional, símbolo de un país que sigue oliendo mal, como apunta en Tango del Riachuelo, tema de un espectáculo suyo anterior. El actor escracha sin miedo en este presente humillante, y proyecta su espectáculo más allá de la asunción “del Cabezón, controlado por la Chiche”.
Los otros dos cuadros, de los que también participan actores-bailarines, se denominan El cuento del Tío, donde el actor se convierte en negro y piquetero, y Monólogo del sueño verde... ¿Esperanza?. En todos despotrica, pero también rinde homenaje, por ejemplo a la sufrida enfermera, y a los maestros y jubilados. Su personaje del jubilado de 80 años que se enoja porque cualquier desconocido le dice abuelo resume la impotencia de quien, entre achaques, mantiene la cabeza fresca y comprueba que “en este puto país podés ser ladrón, asesino, corrupto, corruptor y contrabandista, pero no debés ser viejo y pobre”.
En sus diatribas, el actor va mostrando un país de cambalache, donde unos roban y otros resisten milagrosamente. El colmo es su personaje Tito, padre de familia que se prostituye, y el más esperanzador, él mismo, instando a ritmo de tango a una Argentina herida y maltratada a darse otra oportunidad y a no conformarse con ser turista de su propio país. Pinti se reitera en sus improperios, pero sabe cuándo es necesario modificar los climas. Tal vez por eso en los tramos finales se lo ve aquietarse, y confesar que sueña con que es delgado, rubio y de ojos verdes, pero que también lo asaltan pesadillas, y entonces cree estar metido en un reality show.
El toque emotivo lo da a través de un viaje imaginario: “Una vez tuve un sueño maravilloso”, dice en tono intimista, iniciando así un relato donde el país que él mismo sobrevuela en sueños es una Argentina de tonalidades verdes, excluido el “verde dólar”. Una tierra donde los incendios de los bosques son inmediatamente sofocados, donde se produce y cuyos habitantes tienen trabajo. Donde existe una aeroísla habitada por “funcionarios y funcionarias de triste memoria, obligados a deambular y a ver en pantalla gigante sus propias declaraciones y renuncios, mentiras e hipocresías, y por añadidura un compilado de la televisión basura”.
Pero este soñante, que es él mismo, despierta y se topa con un país color negro, donde no hay dirigente que se ruborice mientras promete una Argentina próspera, “una Argentina Año Verde en el Presente Negro”, como puntualiza el actor. A modo de contrapunto de estos bajones, el espectáculo cierra a toda música, con un Gran Catereté, un Gran Candombe de Protesta Generalizada, bailado por toda la compañía, y hasta con cierta timidez por algunos de los espectadores que asistieron a la función pre-debut, que contó con una platea de artistas. Entre éstos se vio a la actriz española María Luisa Robledo, que fue excepcional intérprete de los textos de Federico García Lorca, al músico León Gieco y al actor Jorge Luz.