CONTRATAPA
Espectáculos
Por Juan Gelman
Es incierto el futuro del teniente coronel Steve Butler, veterano de la fuerza aérea de Estados Unidos. Por lo pronto, fue suspendido en sus funciones: el 26 de mayo último, el diario californiano Monterey Country Herald le publicó una carta en que afirmaba que Bush hijo nada hizo para impedir los ataques del 11/9 porque le convenía lanzar una guerra contra el terrorismo (por ejemplo). Su presidencia –explicaba Butler– “no iba a ninguna parte... Bush no fue elegido por el pueblo estadounidense, fue instalado en la Oficina Oval por la conservadora Corte Suprema. La economía declinaba hacia los bajos niveles habituales con los republicanos y él necesitaba algo para sostener su presidencia”.
Es una explicación incompleta para algunos, que consideran que la aparente ineficacia que la CIA, el FBI, la Agencia de Seguridad Nacional y otros servicios de inteligencia mostraron en detectar la amenaza y disiparla, obedece a un designio mayor. Según Richard Clarke, coordinador nacional para el antiterrorismo de la Casa Blanca, la comunidad de los servicios de espionaje de EE.UU. estaba convencida, diez semanas antes del 11/9, que era inminente un ataque de Al-Qaeda en territorio estadounidense. En una conferencia que impartió en la Facultad de Derecho de la Duke University el 11 de abril de este año, Jim Pavitt, subdirector de operaciones de la CIA, declaró que el organismo “advirtió al presidente de Estados Unidos acerca de la existencia de graves conspiraciones terroristas en todo el mundo. Vaticinamos, le dijimos al presidente, que se producirían de cinco a 15 ataques serios en suelo estadounidense”.
Abundan hechos que llaman la atención. Es notorio que el FBI ha infiltrado a Al-Qaeda, finalmente una criatura de los servicios yanquis. Sus agentes en Minnesota alertaron a principios del setiembre fatídico que el sospechoso Zacarías Moussaoui, estudiante de una escuela de aviación local, “podría tener el propósito de volar con algo adentro del World Trade Center” y pidieron una orden judicial para allanar su domicilio. El Departamento de Justicia la denegó y cuando el FBI pudo, después del desastre, incautar la computadora de Moussaoui encontró en ella información directamente relacionada con el ataque contra las Torres Gemelas. Es además curioso que el procurador general John Aschcroft, cabeza de ese Departamento, nunca incluyó la lucha contra el terrorismo entre las prioridades de su presupuesto. Esto provocó, entre otras cosas, la renuncia de John O’Neill, director de prevención del terrorismo del FBI en Nueva York. Otra curiosidad entre tantas: a las 24 horas del atentado, cuando todavía se estaban recogiendo los restos de las víctimas, una labor que no poco iba a durar, el FBI había identificado a 20 atacantes y enviado sus fotos a los medios. Es obvio que tenía información previa. Se ha mencionado en estas páginas (“¿Sabían o qué?” 23-12-01) que el diario alemán Frankfurter Allgemeine Zeitung dio a conocer el 14 de setiembre que en junio, tres meses antes del 11/9, el BND o servicio secreto germano había advertido a la CIA y a Israel que terroristas de Medio Oriente “proyectan secuestrar aviones comerciales para usarlos como armas contra símbolos importantes de la cultura estadounidense e israelí”. El BND y la CIA nunca desmintieron esta información.
Resulta notable que durante 10 meses Bush hijo no se haya preocupado por el trágico revés de unos servicios de inteligencia que le cuestan 30 mil millones de dólares al pueblo norteamericano. Tom Daschle, líder de la mayoría demócrata del Senado, afirma que tanto el presidente Bush como el vicepresidente Dick Cheney le pidieron que se opusiera a cualquier tipo de investigación sobre las fallas que condujeron a la muerte a miles de habitantes de EE.UU. La Casa Blanca lo niega y dice que se remite a los resultados de las secretísimas reuniones que los comités de inteligencia del Congreso celebraron esta semana. Las motivó la continua aparición de datos que indican que el gobierno tenía más saber que no saber de los ataques y la sospecha consiguiente de que los conocía con antelación y los dejó venir. En realidad, Bush hijo no necesitaba del Capitolio para averiguar qué había fallado: es el presidente y dispone de otros mecanismos de investigación, incluso más expeditos, que no quiso utilizar. Y ha descartado con rudeza el establecimiento de una comisión investigadora independiente.
Han pasado más de 60 años desde Pearl Harbor y no se desclasificaron todavía los documentos que podrían aclarar si Roosevelt tenía información previa del ataque a mansalva japonés y permitió que se cometiera para convencer al país de entrar en guerra contra el Eje, como no pocos historiadores y políticos proponen. Tal vez no pase tanto tiempo para dilucidar si Bush hijo lo imitó a fin de imponer un programa preestablecido de dominio político, económico y militar del mundo. El espectáculo de recriminaciones mutuas que brindan la CIA y el FBI sería entonces no más que eso: un espectáculo destinado a desplazar responsabilidades. Lo cierto es que ha revivido la pronta construcción de un ducto que pasará por Afganistán –proyecto que los talibanes congelaron– para transportar el gas y el petróleo de los ricos yacimientos del mar Caspio. De paso: el ducto se extenderá hasta una conveniente cercanía de la central eléctrica que Enron instaló en la India y que dormita hace años esperando un suministro barato de energía.