ESPECTáCULOS › LES LUTHIERS EXPLICAN “LAS OBRAS DE AYER”, SU ESPECTACULO ANIVERSARIO
“Después de 35 años, tenemos derecho a plagiarnos”
El quinteto está celebrando su cumpleaños con una puesta que recopila varias páginas gloriosas. En esta entrevista sus integrantes explican cómo hacen para no perder frescura, ni ganas, ni humor.O para fingirlos.
Por Oscar Ranzani
El 4 de setiembre cumplirán treinta y cinco años. Una historia signada por la alquimia perfecta entre música y humor, lograda a través de la ingeniería de la palabra y de la invención de instrumentos informales que desafiaron la capacidad de asombro de la artesanía clásica del luthier. Para celebrarlo, Les Luthiers están presentando su nuevo espectáculo Las obras de ayer (El refrito) en el teatro Coliseo –que estará en cartelera hasta fines de agosto–, luego de estrenarlo en la ciudad de Rosario, según indica la costumbre de sus integrantes desde 1981. En este caso, se trata de una antología –la tercera desde sus comienzos en 1967– por la que desfilan obras de Mastropiero que nunca (1977), Por humor al arte (1983), Humor dulce hogar (1985), Viegésimo aniversario (1987), El reír de los cantares (1989) y Unen canto con humor (1994), entre otros. Algunas de las obras seleccionadas son “La balada del 7º Regimiento”, “Pepper Clemens sent the messenger nevertheless the reverend left the herd (ten step)”, “San Ictícola de los peces”, “Canción a la independencia de Feudalia” y “Cantata del adelantado Don Rodrigo Díaz de Carreras”. Carlos López Puccio, Jorge Maronna y Marcos Mundstock explican en esta entrevista cómo ha hecho el grupo para sobrevivir más que la mayoría de los matrimonios, las alianzas políticas y la mayoría de las ideas revolucionarias.
–¿Qué criterios utilizaron para seleccionar el material de esta antología?
C.L.P.: –Varios. Un poco la idea era satisfacer el espectro más amplio de público. No hablo de un corte sociológico sino de un conocimiento de Les Luthiers y de un interés por el grupo. Hay una parte del público que es fanática y que conoce las obras históricas de memoria, y esa parte quiere volver a ver cosas que ya sabe de memoria. Y había que satisfacer algunas obras, como la “Cantata del adelantado Don Rodrigo Díaz de Carreras”. Esa era una línea. Después, en general, tratamos de que los chistes no sean conocidos. Es decir, buscamos obras que la gente no recuerde. Y hay varias en el espectáculo. Entonces, ése es otro fragmento de cosas. Y mezclamos todo con nuestros gustos personales que, obviamente, son divergentes. Por lo menos, no son iguales. Y ahí quedó.
–¿Realizar las obras con algunos de los instrumentos originales?
J.M.: –Sí, todas ellas tienen sus instrumentos originales. Los del “Pepper Clemens...” tienen todos los tubófonos, los latines, las tablas de lavar, las bocinetas, la tuba. Luego, en “La balada del 7º Regimiento”, está la guitarra dulce. Están todos los mismos instrumentos tal cual eran, mantenidos y revisados.
–El termómetro social arde. Teniendo en cuenta que la gente está muy sensibilizada e irritada con todo lo que está pasando, ¿pensaron en incorporar alguna mención a la actualidad?
M.M.: –En la antología reflotamos un número donde una profesora lee un discurso y canta en un acto del colegio. El discurso era muy gracioso y nos gustaba mucho, pero nunca estuvimos muy conformes con la canción. Y eso se juntó con que vamos a estrenar en un momento terrible del país. Agregamos unas nuevas estrofas que, si bien no tienen mucha gracia, poseen mucha bronca. Para nosotros que somos la abstracción y que nunca decimos un nombre, hablamos de cosas que están pasando desde hace muchos años pero que ahora están teniendo una vigencia especial. Hablamos del fruto que dio la corrupción de los políticos y de que no se hacen cargo de nada, de los banqueros locales que nos estafan, de que esto es un viva la pepa.
–A lo largo de su trayectoria como grupo construyeron una identidad. ¿Qué preservan y qué modificaron de ella?
M.M.: –Se fue haciendo a lo largo de los años. O sea que es un organismo que fue respirando y que fue modificándose muy gradualmente, con la suerte de haber podido trabajar y hacer espectáculos durante treinta y cinco años e ir renovándolos. Lo que se puede hacer es comparar momentos de ahora con fotos de los comienzos, donde éramos más para una minoría que compartía el código musical, el código de los conciertos donde éramosmenos teatrales, teníamos un público más restringido y éramos más inexpertos, menos buenos en varias de las cosas que hacemos ahora. Pero fue un crecimiento gradual y continuo. No es que de un espectáculo a otro hayan habido saltos. Sí hay unas líneas que fueron creciendo a lo largo de dos o tres espectáculos.
–¿A qué se debe que el humor de Les Luthiers haya mantenido una línea y un nivel atravesando distintas circunstancias políticas y sociales?
J.M.: –Es una especie de milagro. Yo miro para atrás y todavía me parece una cosa mágica, ante todo, que Les Luthiers haya nacido como una broma sin ninguna expectativa y que se haya mantenido a lo largo de tanto tiempo. Por supuesto que hemos trabajado y lo seguimos haciendo, y bien que nos cuesta. Siempre, lógicamente, hay conflictos internos y externos, y Les Luthiers resultó un grupo con inteligencia como para poder seguir sobreviviendo a sus propias contradicciones y a las contradicciones del medio.
–¿Cómo se las ingenian para que el factor sorpresa se mantenga vivo en los espectáculos?
J.M.: –Es muy difícil, es terrible, cada vez más. Pero siempre fue muy duro inventar un nuevo espectáculo, buscar una idea para una obra nueva. En un principio uno decía “bueno, hagamos parodias de género, hagamos un tango, un bolero, una ópera”. Luego, un poco se empezaron a acabar esas variedades de géneros. Hubo que pensar en obras más teatrales, con más texto. Y siempre es el tema de la creación. Es difícil poder renovarse, pero hasta ahora logramos este milagro. Siempre temblamos en cada momento de empezar a escribir nuevamente y tener que estrenar. Hay que buscar qué novedades uno puede aportar, qué idea nueva, qué nueva cosa que no hayamos hecho nunca en cuanto a música, actuación, a género. También muchas cosas se repiten que son del estilo nuestro. En el año 75 o 76 teníamos dudas acerca de qué camino seguir. Había ideas de cambiar el formato totalmente: dejar los smokings, usar vestuario distinto, hacer otra cosa que no fuera un concierto o un recital con un presentador, sino cambiar a otra cosa que no recuerdo bien qué era. Y teníamos la duda de si el público aceptaría ese cambio. Así que al fin consultamos a un sociólogo que hizo una encuesta en el público durante un tiempo largo. La gente que venía a ver el espectáculo recibía un cuestionario. Y después nos entregaron un voluminoso informe con los resultados que, en definitiva, decía algo así como “pueden cambiar y pueden seguir haciendo lo que hacen que está muy bien”. Y seguimos por este camino directamente.
C.L.P.: –Muchas veces probamos líneas de humor y vamos eligiendo según la reacción del público. Y muchas veces nos sorprende que la buena reacción aparece por el camino menos esperado, el menos previsible. Y esto lleva a la pregunta: para que la gente se ría, necesariamente hay que sorprenderla con una cosa que tiene que ser original en consecuencia, porque si es previsible, la gente no se ríe. Lo que pasa es que nosotros hemos sabido utilizar (y nos vino muy bien por el tipo de trabajo que hicimos) el ensayo y error.
–A pesar de que ustedes cultivan un humor inteligente, el público que convocan tiene distintas edades y diferencias culturales. ¿A qué atribuyen la heterogeneidad de los espectadores?
M.M.: –A que tienen en común el gusto por un humorismo más refinado que el que ven por televisión, por ejemplo. Cuando les provoca risa es algo casi físico. Que algo cause una carcajada no es una decisión racional. O causa gracia o no. Eso, por un lado, está en las costumbres físicas de cada espectador. Pero que, además, tiene la sensación de que no está viendo cachetadas o resbalones en la mierda o puteadas o cosas obvias y fáciles. Por un lado, se le produce esa cosa ingobernable que le provoca risa, lo cual es una bendición. Y, además, comprueba que lo está obteniendo con medios más refinados, más inteligentes y de más calidad.
J.M.: –Es un espectáculo que, si bien requiere una mínima cultura, que nuestra clase media tiene y en abundancia, también creo que puede ser disfrutado por otros públicos. Vienen chicos muy pequeños que se divierten con cosas más gestuales, payasescas, con los instrumentos o el sonido de la música. Y después durante un tiempo nos acompañó nuestra misma generación. Pero desde hace unos seis años aproximadamente empezaron a venir muchos jóvenes y se renovó mucho nuestro público. Una gran sorpresa, y muy agradable.
–¿Cómo es el proceso creativo? ¿Tienen pautas preestablecidas?
J.M.: –Es un trabajo más individual que grupal. Generalmente son dos o tres los que escriben los textos, pero individualmente. También son tres los músicos que pueden tomar algunas de estas obras. Luego todos ensayamos las obras y puede haber modificaciones, algunos cortes o crecimiento durante el ensayo. Se prueban las obras con el público sin que el público sepa que uno prueba. Se incluyen temas nuevos en los espectáculos que se están rodando y ahí vemos si la gente se ríe o no y, según eso, los autores de la obra la modifican. El autor es el que toma las riendas y conduce a la obra a lo largo del tiempo. Eso lo decidimos luego de ver que la deliberación entre cinco personas era muy complicada para decidir cada estrofa, cada verso, cada corchea. Entonces se opta por una cosa más expeditiva, un control más individual. Pero siempre consideramos que el espectáculo es obra del grupo. El grupo es quien al fin decide qué va y qué no va.
–¿Alguna vez se plagiaron a sí mismos?
C.L.P.: –Muchas veces.
M.M.: –En este espectáculo.
C.L.P.: –Esto es declarado. El plagio tiene algo de delito, de cosa oculta.
M.M.: –Nos hemos citado...
C.L.P.: –A veces nos consolamos con el espíritu de la cita, como dice Marcos. Tenemos derecho a plagiarnos a nosotros mismos.
–Después de treinta y cinco años es un derecho adquirido...
C.L.P.: –Sí, aunque nunca lo confesamos públicamente. Y supongo que los expertos lo saben. Pero muchas veces un chiste que nos gusta mucho aparece en otro espectáculo.
M.M.: –Esto es una infidencia: en este espectáculo tuvimos que cambiar un chiste porque había unos muy parecidos en dos obras de distintos espectáculos. Dos resoluciones de un momento que se parecían, ni siquiera eran exactamente los mismos.
C.L.P.: –Lo que sí tenemos es la decencia y el cuidado de no plagiar a otros. Tratamos, porque a veces pasa. Le pasó al pobre Woody Allen con un chiste nuestro no hace mucho. Nosotros estábamos en Santiago de Compostela, España, y en ese momento estrenaban Poderosa Afrodita. Y había un chiste, el del contestador telefónico, que estaba en un espectáculo nuestro que ya tenía dos años. Digo, por supuesto que Woody Allen no nos plagió ni nos conoce. Pero es muy común que en un mecanismo de humor aparezca un mismo chiste.