CONTRATAPA
¿El fin de la historia?
Por Mario Wainfeld
César Luis Menotti suele afirmar que “los Mundiales los terminan ganando los equipos con historia”. Esto es, los que tienen tradición de campeones, prosapia, una selecta elite de cabezas de serie. Un club exclusivo al que acceden pocos: Brasil, Alemania, Argentina, Inglaterra, Italia. Holanda estuvo un par de veces en el dintel de la puerta para sumarse a ese pelotón, Francia presentó su ficha de ingreso en 1978 pero recién fue aceptado como socio pleno en 1998, cuando salió campeón. Como fuera, hay numerus clausus: pocos socios pero probados. Podrá haber revelaciones, resultados inesperados en las primeras rondas, pero a la hora de hora, prevalecen los que tienen peso específico.
En cada Mundial emerge algún nuevo protagonista: Portugal en el ‘66, Perú en el ‘70, Camerún, Nigeria, pero al final campeones son los campeones.
No comulgo (y valga cual ninguna la expresión) con la fascinación que ejercita Menotti sobre algunos hinchas y analistas de fútbol. Para mi gusto –por trayectoria, por la relación entre lo que hizo y lo que habla– está más cerca de ser un sofista que un profeta. Pero, más allá de lecturas subjetivas, es claro que es un observador agudo y que, en este caso, su análisis tenía la valiosa complicidad de los hechos. Los Mundiales los ganan (los vienen ganando) pocos. Será en parte porque son mejores, nomás, en parte porque se tienen más fe, están más habituados a tutearse con la exigencia, porque los novatos arrugan cuando dejan de ser puntos y pasan a ser banca por no mencionar sino las inferencias más lógicas.
Ahora bien, este Mundial viene flojo para los “históricos”. Varios cayeron en el camino a punto tal que quedan sólo tres en cuartos de final: Alemania, Inglaterra y Brasil. Para colmo estos últimos se eliminan entre sí. Los otros cinco equipos, España incluida, son perdedores crónicos o recién llegados. Lo que quiere decir que en semifinales habrá, como máximo, dos “históricos”. Desde luego, esos tres históricos son los actuales favoritos y ha pasado a ser un lugar común que Brasil-Inglaterra es la “final anticipada” del campeonato. Pero bien puede suceder, por fin, que cambien las cosas, que gane algún chico y se sume a la elite.
Para los argentinos eso sería simpático, porque solemos identificarnos con los débiles, cuando de hinchar al fútbol en lides ajenas se trata. Pero además sería –en el peculiar campo futbolero– una versión en espejo del famoso “fin de la historia”. La lectora o el lector advertido recordará la así denominada famosa obra del norteamericano Francis Fukuyama que proclamaba la cesación de grandes conflictos y la supremacía definitiva del más fuerte, USA, en materia política y cultural. Una sanata miserable, propia de la soberbia imperial, que los hechos se encargan de minimizar y los pueblos de buena parte del mundo de combatir.
El fin de la historia fue un sofisma, urdido desde el poder, para proclamar uno de sus objetivos recurrentes: la perduración.
El fin de la historia, en materia de fútbol, sería prolijamente lo contrario: la aparición de actores nuevos, desafiantes, ajenos al statu quo, demostrativos que la voluntad y la destreza todo lo pueden, aun vencer a los que siempre vencieron. Una bella moraleja: la historia no está escrita de antemano ni contenida en lo que ya pasó. Vamos Senegal, vamos Corea, vamos Turquía. Vamos a cambiar la historia. Eso sí, que no sean los yanquis –proletarios en el fútbol, explotadores en todo lo demás– los que logren esa hazaña.