Viernes, 14 de abril de 2006 | Hoy
Por Adrián Paenza
¿Cuántas veces por día usted estima? Sí, en serio, ¿cuántas veces por día usted tiene que estimar algo y no necesariamente se da cuenta de que lo hizo? Quizá, la respuesta –si es que tiene ganas de dar alguna– es que no tiene la más vaga idea de qué le estoy hablando.
Sin embargo, quiero mostrarle acá que uno “vive” estimando todo el día, todo el tiempo.
Ejemplos. Cuando uno sale de la casa, estima cuánto dinero tiene que llevar pensando en el día que tiene por delante. (Claro, eso si tiene dinero para llevar y si tiene algún lugar para ir. Pero supongamos que se cumplen ambos requisitos.) Además, usted estima cuánto tiempo antes salir de su casa para llegar al lugar al que tiene que ir.
Estima si le conviene esperar el ascensor que está tardando más de lo que usted puede tolerar, o si le conviene bajar por la escalera. Y estima si le conviene ir en colectivo o en taxi de acuerdo con el tiempo que tiene por delante. O si va en auto porque estima el tránsito con el que se puede tropezar.
Y estima cuando cruza la calle, si ve que vienen autos, el tiempo que van a tardar en llegar hacia usted. Y decide, entonces, si cruza o no cruza. Sin saberlo, está estimando la velocidad del auto que viene a su izquierda, y la está comparando con su velocidad para cruzar. Y decide cuál gana.
Y cuando va manejando el auto, estima cuándo tiene que apretar el freno y cuándo acelerar. O estima si llega a cruzar el semáforo en verde o amarillo o no.
Y estima cuántos cigarrillos comprar para el día, cuántos de ellos va a fumar, estima cuánto va a engordar con lo que va a comer, estima a qué función del cine va a llegar... estima, estima..., y luego decide. Esto no quiere decir que usted va a decidir bien. Lo que quiero decir es que uno hace una gran cantidad de operaciones por día en forma automática.
Estima cuántos libros lleva de vacaciones por el tiempo que va a estar afuera, estima cuántos minutos le quedan en el teléfono celular, estima cuánta memoria le queda en la computadora, estima cuánta leche va a comprar de acuerdo con sus necesidades, estima cuánta sal le pone a la comida, etcétera.
Creo que ahora usted estará de acuerdo conmigo. Uno vive estimando. Pero no lo sabe. Está entrenado para hacerlo con el piloto automático puesto.
Ahora bien. Cuando a uno lo corren un poquito de las estimaciones cotidianas, trastabilla. No siempre, claro, pero a nadie le gusta que lo quiten de la zona en la que se siente confortable.
Ejemplo: supongamos que usted está parado en la vereda cerca de un edificio, que en realidad es tan alto que se considera un rascacielos, digamos de cien pisos.
Supongamos también que yo le dijera que camiones blindados, de esos que transportan caudales, trajeron hasta el cordón de la vereda en donde usted está parado suficientes monedas de un peso como para que usted las empiece a apilar en la base del edificio, con la idea de llegar con ellas hasta la terraza.
Y ahora, la parte importante. En la vereda le dejaron una carretilla que tiene un volumen de un metro cúbico. Es decir, una carretilla con un metro de largo, un metro de ancho y un metro de alto.
Pregunta o estimación:
¿Cuántos viajes tendrá que hacer con la carretilla llena de monedas, como para poder hacer una pila o columna de esas monedas de un peso y llegar hasta la terraza del edificio?
Como usted advierte, se trata de estimar cuántos viajes se necesitan. No hace falta hacer un cálculo exacto. Se trata de poder dar una respuesta estimativa.Aquí es donde lo dejo pensar solo. Y eventualmente, use la respuesta que figura más abajo, como para confirmar lo que usted pensaba. Pero, si bien la tentación es decir “yo ahora no tengo tiempo, voy a leer la solución”, lo que se pierde es poder disfrutar de poder pensar solo.
Nadie lo mira. Nadie lo ve. Y por otro lado, ¿no es interesante poder hacer algo en donde uno entrena el pensamiento, entrena la intuición, sin que haya nada en juego más que el placer de hacerlo?
Si le sirve, agrego una breve historia: este problema me lo contó Gerardo Garbulsky, doctor en Física del MIT y actualmente director de una consultora muy importante radicada en la Argentina. En el proceso de buscar gente para contratar, les hizo esta pregunta a unos 200 aspirantes. La distribución –aproximada– de las respuestas fue la siguiente:
1 carretilla: 1 persona
10 carretillas: 10 personas
100 carretillas: 50 personas
1000 carretillas: 100 personas
10.000 carretillas: 38 personas
Más de 10.000 carretillas: 1 persona
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