Viernes, 14 de abril de 2006 | Hoy
EL PAíS › SIGUE AVANZANDO EL PROCESO DE EXTRANJERIZACION DE LA ECONOMIA
Por Cledis Candelaresi
Si por la forzada reestatización de algunas empresas o el reemplazo de un accionista foráneo por otro nacional en el área de servicios públicos, alguien piensa que en Argentina se revirtió el proceso de extranjerización empresaria iniciado hace más de una década, se equivoca. Por el contrario, este fenómeno se consolida inexorablemente, en cierta medida alentado por la avidez del capital brasileño que no deja de encontrar oportunidades entre los devaluados activos locales.
¿Quién podría reprocharle a la china Grade Trading haber sacado de su parálisis de casi catorce años a la mina de hierro de Sierra Grande, aunque en definitiva sea para llevar a Asia el producto del subsuelo argentino? ¿O qué podría objetarse del arribo, hace ya varios años, de la brasileña América Latina Logística, que se avino a explotar los ferrocarriles que unen la Mesopotamia con los Andes, cuando el mendocino Enrique Pescarmona estaba desesperado por abandonar ese negocio? Pero la venta de empresas nacionales, en algunos casos emblemáticas por su marca o por la raigambre local de sus dueños, resulta siempre un dato incómodo, al margen del impacto real que estas operaciones tengan sobre la matriz productiva y el empleo.
La lista de operaciones es larga, involucra rubros variados y acompaña un proceso de concentración económica, fenómenos que tienen su expresión contundente en los registros oficiales. Según el último Censo Económico del Instituto Nacional de Estadística y Censos, en los últimos diez años las empresas de capital nacional se redujeron un 30 por ciento. Del mismo análisis, que toma como base a las mil empresas que más facturan en el país, surge que el 76 por ciento tiene dueños extranjeros.
A principios de los ’90, las privatizaciones argentinas sirvieron para succionar parte de la liquidez de capitales que había en el mundo. Lo hicieron ofreciendo rentabilidades tan altas como era difícil encontrar en otro lugar del planeta y al amparo de tratados bilaterales de inversión que, entre otras garantías para conquistar inversores, les permitían remitir libremente sus utilidades.
El Mercosur como plataforma comercial también fue un buen anzuelo, en particular después de la salida de la convertibilidad, que depreció grandemente el valor de las empresas locales. El crac del 2001 modificó la situación relativa respecto de Brasil, haciendo más apetecibles las empresas locales. El riesgo país, que incide sobre la tasa de interés, bajó drásticamente, al igual que el ingreso per cápita en dólares, parámetro utilizado para evaluar el costo laboral.
La compra de la cementera Loma Negra por Camargo Correa es una de las más descollantes operaciones del desembarco del capital desde el país vecino. Otra es la de Petrobras, que se alzó con la división energía de Pérez Companc, otrora resonante grupo argentino. El Banco Itaú, que absorbió al del Buen Ayre, o Textil Santisa, que se quedó con Grafa, suman otros ejemplos.
Desde el punto de vista macroeconómico y al margen del origen de los dólares, la llegada del capital foráneo puede verse como una bonanza relativa. Durante el 2005, año en el que creció considerablemente esa afluencia, apenas el 22 por ciento de la inversión se destinó al aumento de la capacidad productiva a través de los greenfields: el grueso llega en forma de compras o fusiones.
En este marco, el minúsculo grupo de trasnacionales argentinas como Arcor o Techint se erigen como verdaderas excepciones. Construcciones económicas que, en gran medida, se sostienen por los negocios desarrollados en otros países y a las que ninguna oferta desde el exterior, por tentadora que haya sido, consiguió todavía hacer claudicar.
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