Después de leer la noticia sobre las cartas alertando sobre la situación de los trabajadores en talleres textiles tuve sentimientos encontrados (se encontraron uno después del otro). El primero fue de indignación por la negligencia criminal de ciertos funcionarios que tienen los oídos bien abiertos para los cabildeos de sus internas políticas, pero son ciegos y sordos frente a las urgencias y problemas concretos de la gente. Y después de las tragedias, se excusan una y mil veces. Frente a esta rabia, apareció el segundo: un sentimiento remozado de esperanza en la condición humana, porque hubo gente que tuvo ojos y oídos para otra gente y pusieron voz al silencio al que están condenados los más débiles y oprimidos. Los dos sentimientos sirven para separar la paja del trigo. Porque lo cierto es que vivimos en sociedad. Y los que hoy se comprometen, se involucran en una militancia renovada por la justicia y dignidad del hombre, hacen realidad las palabras del filósofo Emmanuel Levinas: “La sociedad es el milagro que comporta el hecho de salir del uno mismo”.