Miércoles, 12 de septiembre de 2007 | Hoy
Por Enrique Medina
Decir que Claudio es sutil y generoso es no decir nada si no ejemplifico o defino. Y voy al intento: En aquellos días de “tumberos” donde pasamos nuestra infancia en los institutos de menores, yo soñaba con ser un Martino o un Boyé como canta el tango (para actualizarme debería decir Maradona, pero como escribo para mi amigo prefiero precisión en el testimonio). El, en tanto, se contentaba con ser “director técnico” del equipo, y poeta, algo curioso por no decir estrafalario, según nuestro compañero Juan Carlos Miño, el mejor wing derecho de todos los tiempos en todas las tumbas.
De modo casual, a un paso de la basura, yo encontraba bollos de papel bien apretados en los que se leían observaciones apuntadas al descuido sobre mis debilidades como jugador de fútbol. Era Claudio aconsejándome, sutil y generosamente. Como este detalle nunca me resbaló, está fijo en mi primera novela. Pasó el tiempo y no hubo fútbol sino esfuerzos, luchas, complicaciones y los etcéteras del caso. Relato el hecho porque, además de venir a cuento (poesía, debe leerse), intuyo que ese recuerdo se cierra, al cabo de una vida y para mi satisfacción, cuando vuelvo a recoger aquel mensaje en el piso, hoy ya no tan apretado, pero sí lleno de la misma sutileza y generosidad de entonces, y lo despliego, y aliso sus arrugas, palabras en papel qué más, y leo: “Existencial, Claudio Justo Barbosa, Editorial Armerías”.
Este libro que Claudio nos concede, y repito, sutil y generosamente, no es sólo papel escrito sino el latir, el pulso de un ser que se emparienta con el Walt Whitman de “¡Lector, en tus manos no tienes un libro, tienes un hombre!”; y de Tomasi di Lampedusa: “El que se estaba muriendo no era un hombre sino un abuelo, cosas bastante distintas”; y de D. H. Lawrence: “Cualquier cosa hecha por el hombre y hecha vívidamente vive a causa de la vida depositada en ella”... Las referencias no son halagos vanos, desmenuzan, acortan, muestran el atajo furtivo que lleva al centro del Aleph borgeano para detectar metas, secretos, ocultos misterios.
La poesía de Claudio Barbosa está escrita desde el dolor circunstancial que la cotidianidad nos depara y desde el dolor permanente que cuestiona la existencia. El mismo precisa: “Al concluir un poema siento la felicidad de haber liberado sentimientos. Creo que es válido, algunos escriben desde el alcohol y la droga, otros desde el delirio o la locura o, como Alberto Girri, simplemente desde las ideas y la observación lúcida de la vida que transcurre a su alrededor. Personalmente, creo en definitiva que hacer poesía es siempre doloroso, acaso ¿hay algo más perturbador que la condición humana?”.
Para Barbosa, la poesía ha sido en toda su vida el asta inamovible que le permitió afrontar contra los vientos del apocalipsis las convicciones que caracterizan su vida de creador. Así lo vieron en el año 1993 Jorge Calvetti, Hamlet Lima Quintana y Héctor Negro cuando le otorgaron el primer premio en el Certamen de Poesía Luis Pasteur. No podía escapárseles a ellos el lenguaje sobrio y metafórico que el poeta logra: “y sólo para la sed azul del árbol, las gotas de los pájaros cansados”, del poema “Sed”; o “luego vinieron verticales ansias partiéndonos en dos sobre el arado y el surco abierto se quedó esperando la sangre derramada del costado”, de “Ensimismados”; o “Por esta ausencia de tu sombra y de tu paso, camino sin andar para encontrarte”, de “Ausencia”.
Existe la guerra, la traición, la sangre que no vuelve y causa la muerte, lo genial y lo atolondrado, existe el segundo que nos hace creer en la felicidad suprema siendo apenas un segundo, y existe un papel arrugado en el piso que alguien me empuja a agarrarlo y leerlo, y leo la simpleza de Catulo: “Odio y amo. Tal vez preguntes por qué lo hago. No lo sé, pero siento que es así y sufro”. Era un librito viejo, creo que de la editorial TOR, que me había regalado Claudio en la tumba mientras escuchábamos por radio la primera pelea de nuestro César Brión contra Joe Louis. El negro ganó por puntos y yo perdí unas monedas en la apuesta con Miño; Claudio, para sacarnos de lo trivial, nos señalaba las virtudes del poema de Catulo. Las mismas que él ejercitaría más tarde; hoy, en este libro.
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