Sábado, 24 de noviembre de 2007 | Hoy
Por Osvaldo Bayer
Bueno, queridos lectores, algo se está moviendo en nuestra Legislatura capitalina. Después de tres años de haber presentado el proyecto del traslado del monumento a Roca, al parecer muy pronto se debatirá el mismo. Esperamos que, como es costumbre, se escuchen las opiniones históricas de las partes. A mí me gustaría participar del debate informativo previo donde se invita a escuchar opiniones de los que saben del tema. La Legislatura tiene un salón magnífico para información previa al debate: el salón Montevideo. Allí, antes de la sesión sería muy bueno que los legisladores escucharan los argumentos de quienes van a probar el genocidio de Roca y los de aquellos que dicen que Roca “trajo el progreso”. Ojalá se haga esa discusión previa y que se le permita concurrir al público, en especial, a estudiantes de historia. A mí, en especial me gustaría mantener un debate con Mariano Grondona. Quien ya –-evidentemente enterado del próximo tratamiento del tema en la Legislatura– da un cuadro idílico del general Roca en La Nación del domingo pasado. Allí dice: “El general Roca, que fue el símbolo más notorio de ese proceso extraordinario, legó a sus familiares tres estancias: La Larga, La Paz y La Argentina. La larga paz argentina. Era el nombre mismo de una república próspera, casi centenaria, que nunca confundió continuismo con continuidad”.
Qué idílica es la Argentina roquista para Grondona. Qué generoso su general, Mariano. Tres estancias a sus familiares. Acerca de lo que él titula “ese proceso extraordinario” del roquismo lo describe cómo “nos hizo pasar de la pobreza y el desierto a un ingreso por habitante sólo superado por seis naciones del planeta”. Lo que no dice Grondona es que eso que él llama desierto estaba habitado por los pueblos originarios. Lo que tampoco dice es de los fusilamientos ordenados por Roca de ranqueles y que denuncia su mismo diario La Nación; lo que no dice Grondona es que Roca reimplantó la esclavitud “repartiendo” indios entre sus amigos azucareros del Tucumán y en la isla Martín García, y también a las mujeres y los niños indígenas –a quien Roca llamaba “la chusma”– como sirvientas y mandaderos traicionando los principios de la Asamblea del año XIII que había eliminado la esclavitud, y que Roca desvirtuaba así para siempre la bella estrofa del Himno Nacional de “ved en trono a la noble igualdad”. Lo que no dice Grondona tampoco es que Roca manda aprobar la ley de residencia, la más cruel e injusta disposición de la legislación argentina, la ley 4144, por la cual se expulsaba a todo extranjero que cultivara “ideologías contrarias al ser nacional”. Que no significaba otra cosa que: ojo, no meterse en la lucha obrera por las ocho horas de trabajo. Pero lo más trágico del caso era que por esa ley se expulsaba sólo al hombre y aquí quedaban su mujer y sus hijos, sin manutención. Pícaro el benefactor grondoniano, porque así, la mujer del inmigrante le decía a su marido: “No te metas en el gremialismo, porque te van a expulsar y me voy a quedar sin nada para dar de comer a nuestros hijitos”. Además Roca es el autor de la represión del 1º de mayo de 1904, donde va a caer bajo las balas de la policía el primer mártir del Día de los Trabajadores en la Argentina, el marinero Juan Ocampo, de apenas 18 años. Pero para Mariano Grondona vale para Roca lo que para sus estancias cercanas a Magdala: “La larga paz argentina”. ¿Cómo es posible tergiversar la verdad histórica así? Claro, Grondona debe estar agradecido a Roca que quitó esas tierras de Magdala a los pacíficos ranqueles, tierras con las cuales –lo dijo el propio Sarmiento– hizo Roca negociados increíbles junto con su hermano Ataliva Roca haciendo popular el verbo “atalivar” que quería decir coimear.
La afilada pluma de José Pablo Feinmann acaba de dejar al desnudo las relaciones fraterno-literarias de Grondona nada menos que con López Rega, el más bestial de los asesinos civiles del país argentino. Claro, porque si Grondona interpreta así la figura de Roca, por qué no le va a dar el mismo valor a López Rega. Uno mató “solamente” a indios y el otro a zurdos. Para el caso, es lo mismo. “Hay hombres cuyo destino es hacer la tarea.” Es la frase de Grondona para justificar a López Rega. Magistralmente citada por Feinmann en esta contratapa del domingo último.
Defender la estatua de Roca es no tener el más mínimo de conciencia democrática. Más todavía que ese monumento fue levantado en la Década Infame, la del “fraude patriótico”, término argentino que el mundo entero es incapaz de comprender. Los hombres de la Década Infame “hicieron la tarea”. Picana eléctrica, fusilamientos, los famosos negociados. Y el monumento a Roca, inspirado por su hijo, Julio Argentino Roca, el del pacto Roca-Runciman que fue vicepresidente de la Década Infame. En la inauguración del Roca en bronce estuvieron todos, entre ellos Patrón Costas –el famoso terrateniente salteño–, el almirante Domec García –fundador nada menos que de la ultraderechista Liga Patriótica Argentina, la del primer pogrom en la Argentina, en la Semana Trágica–. Así nació la estatua más grande de Buenos Aires.
Es un insulto para los patriotas de Mayo y de la Asamblea del año XIII que ese monumento esté allí. Hay que quitarla en homenaje a la Etica y a los miles de argentinos que lucharon contra las dictaduras militares. Hemos pedido a la Legislatura porteña que en vez del genocida uniformado se levante un monumento a quienes verdaderamente lo merecen: a la mujer de los pueblos originarios, quien en su vientre dio vida a la estirpe criolla, y enfrente, mirándose, a la mujer inmigrante, la que también en su cuerpo dio vida a los que poblarían estas distancias. Ellas fueron las verdaderas heroínas de la vida argentina. Trajeron vida y no muerte.
Mientras tanto, llegan noticias que nos dicen bien que los pueblos no se rinden y luchan por la verdad. La calle Roca, de Santa Rosa de La Pampa, apareció con sus carteles indicadores tachados. El nombre de Roca fue reemplazado por el de “Pueblos originarios”. Un ejemplo. Y en la Plaza Virreyes de esta capital porteña, el sábado pasado se hizo un verdadero festival de música y de historia, con participación de docentes y alumnos de escuelas, de pueblos originarios y de gente típica del barrio Flores sur. Pidieron que se acabe con el oprobio de que esa plaza sigue llevando el nombre de Virreyes, puesto por la dictadura de la desaparición de personas, en 1976, y pase a llevar el nombre de quien se adelantara a luchar por la libertad de América: Túpac Amaru, que por eso sufrió la más horrible de las ejecuciones por parte de los españoles. Justamente la plaza hoy honorifica a quienes administraron la esclavitud de estos pueblos y se llevaron sus riquezas a Europa. Es vergonzoso para los porteños que apenas una callejuela de 300 metros lleve el nombre de Túpac Amaru, este mártir de la Libertad. Hay que leer sus proclamas, escritas apenas 21 años antes que los patriotas del Mayo argentino, y que poseen el mismo contenido. Es tan perverso el conservadurismo idiota de quienes se creen dueños de nuestra historia que en Buenos Aires existe una calle llamada Corregidores, justo el nombre de los esclavistas españoles que administraban la mita y el yanaconazgo, las formas más brutales de la esclavitud a que fueron sometidos nuestros pueblos originarios por la conquista ibérica y católica.
Veremos pues si se produce lo que se me ha anunciado, el gran debate sobre Roca en nuestra Legislatura. Debate y no destrucción. Porque hemos pedido que el monumento a Roca no se destruya sino que sea trasladado a su estancia La Larga, hoy de los Alvear, sus bisnietos. Y también, poco a poco, se trasladen allí los otros 36 monumentos que existen en la Argentina del genocida de los pueblos originarios. Salvo que Mariano Grondona quiera tener algunos de ellos en sus estancias cercanas a Magdala, en las tierras que pertenecían a los pacíficos ranqueles, que se lo merece.
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