Sábado, 22 de diciembre de 2007 | Hoy
Por Osvaldo Bayer
El capitalismo y las democracias parlamentarias lo iban a solucionar todo. Este optimismo interesado se pronunciaba con voz grave en la década del cincuenta. Estoy en Alemania, en la que he residido en varias oportunidades justamente desde esa década. La regla era aquello de la “libertad de competencia”. El ansia de ganancia nos llevaría al progreso porque así todos debían dar lo mejor de sí si querían llevar una vida cómoda. Es decir, en otras palabras, el progreso venía si se luchaba por más poder. Y a eso está llegando el primer mundo. Están los que cada vez tienen más poder al poseer más dinero, pero también los que se van quedando al margen, a pesar de la advertencia de los que pregonan una repartición justa y viven con la humildad que enseña la sabiduría.
Las últimas estadísticas demuestran a lo que se ha llegado en Alemania, sin duda alguna el país capitalista mejor organizado. Comencemos por lo que ganan los ejecutivos de las grandes empresas germanas. (Hagamos la aclaración que ganan menos que los ejecutivos de las empresas norteamericanas y de muchas británicas y francesas.) Son cifras tan descabelladas que cabe la pregunta: ¿qué hacen con tanto dinero? Estos son los datos oficiales: Harry Roels, el titular de la firma energética RWE ganó en el 2006, 16.560.000 euros de sueldo. Josef Ackermann, presidente del Deutsche Bank (Banco Alemán), 13.210.000 de euros en el 2006 y 11,9 millones, en el 2005. Dieter Zetsche, titular de Daimler-Chrysler; 5,09 millones. Ulrich Lehner, de Henkel, 6,10 millones; Wolfgang Mayrhuber, de Lufthansa, 4,62 millones. Jürgen Hambrecht, de BAFS, 6,06 millones; Reithofer, de BMW, 2,8 millones; Werner Wenning, de Bayer, 3,47 millones; Bernd Pietschrieder, de Volkswagen, 3,53 millones; Klaus Kleinfeld, de Siemens, 3,62 millones (2006) y 3,27 millones (2005); Herbert Hainer, de Adidas, 3,79 millones (2006) y 4,17 millones,(2005); y sigue la larga lista.
Una verdadera afrenta en un país que tuvo a grandes pensadores de la Etica y que lleva a sus espaldas la infame experiencia de las guerras, de las cuales debería haber aprendido. Porque la primera pregunta que se hicieron todos los que leyeron estas estadísticas oficiales fue: ¿y qué hacen con tanto dinero?, porque ya si ganaran “apenas” un millón de euros por año no sabrían dónde gastar esas enormes sumas. Ya con un sueldo de treinta mil euros, es decir, 360.000 al año podrían permitirse residencias y los mejores autos, más viajes turísticos, etc., etc. ¿A dónde van a parar esas verdaderas grandes fortunas anuales? Compran propiedades y acciones en todas partes y ahora, la última, está de moda comprarse una estancia en la Patagonia. Total es fácil quitárselas a “los indios”. Todo muy parecido al caso de los jeques, aquellos que eran –y son– dueños de todo y hasta del destino, la vida y la muerte de las mujeres.
Es el más claro producto de la irracionalidad, porque ante cada nueva propiedad –lugar que tal vez conozcan una sola vez– deben procurarse custodias, cuidadores y representantes. Es, sin duda el ansia de poder, de tener más, de demostrar que se es poderoso, que se es capaz de dar órdenes con apenas un gesto.
Y ahora vamos al otro aspecto de esta sociedad que, como decimos, es el caso de las otras sociedades del denominado primer mundo. Hablemos de la pobreza de los niños. Los niños, que tendrían que ser sagrados para todos los pueblos, sagrados en sus derechos, porque son los que labrarán el futuro del mundo. Pero bien, veamos lo que pasa con los niños en ese país del primer mundo, Alemania, donde los ejecutivos ganan millones por año. Voy a reproducir un trabajo de uno de los que más conocen el tema, Uli Hauser, publicado por Stern. Allí se dice textualmente: “Alemania rica, con niños pobres. Cada sexto niño en Alemania vive hoy bajo el nivel de pobreza. Más de 2,5 millones de niñas y niños no reciben lo necesario para alimentarse, vestirse y tener juguetes. Existe una tendencia que asusta: en Alemania nacen cada vez menos niños. Y al mismo tiempo cada vez más niños caen en la pobreza. El número de los nacimientos se ha reducido de 1.300.000 en 1965, a 680.000, es decir casi a la mitad. Pero el número de niños que son considerados pobres ha subido desde 1965 dieciséis veces”. En números: 16 veces. Y el autor pasa a los detalles: Muchos de ellos van a la escuela sin desayunar y no pueden pagar las excursiones escolares. Y otros tantos tienen pocas esperanzas en un futuro mejor: alrededor de un tercio de los quinceañeros parte de la base que más tarde no van a encontrar ningún trabajo calificado. Este es el resultado del reciente estudio de Unicef, la obra social para niños de Naciones Unidas.
Todo esto viene desde que se redujo la ayuda a los desocupados. Ya en los tiempos de Bismarck, un conservador inteligente, todo desocupado alemán recibía una ayuda con la cual podía vivir en la decencia y criar a sus hijos. Esto fue reducido por una regla que se conoce por Hartz IV, el apellido de un ejecutivo de la Volkswagen que por esas vueltas de la historia ahora está siendo juzgado por un delito económico. Las realidades definen a este señor que se prestó a disminuir esa ayuda que fue siempre tradicional en el Estado alemán. Por ejemplo, por ese plan que se aplica ahora, a cada padre desocupado, si tiene niños, se le da 1,76 euro para material escolar; y 0,86 centavos para juguetes por mes. Con lo primero puede comprar una birome y media, y con 0,86 centavos no puede comprar ni una figurita de chocolatín.
La pregunta es: ¿qué hacen los sindicatos sobre esto? ¿Y las Iglesias? ¿Por qué el papa Ratzinger, que es alemán, no le envía una carta a la primera ministra Merkel, que es demócrata cristiana, remarco: cristiana, para que el ejecutivo Ackermann, presidente del Deutsche Bank, done por lo menos un millón de los 13 que ganó en el 2006, para que los niños pobres de su país puedan comprarse una figurita por mes? ¿O acaso –hablo de Ratzinger– le parece mejor que formen cola para pedirle eso a San Cayetano?
El estudio que hemos mencionado, agrega: “Las entradas de los alemanes más pobres son, desde 1992, en un 13 por ciento menores. No son sólo los desocupados los que reciben menos”, sostiene Bernd Sigellow, fundador del Proyecto de Ayuda infantil “El Arca”.
Lo acaba de decir el propio presidente alemán Horst Köhler, quien en un discurso a fines de noviembre señaló: “En la población reina la sensación comprensible que las entradas de algunos suben mientras las de otros más bien quedan congeladas”. Una forma suave de advertir. Es que el mandatario hizo notar que hay una separación virtual entre las empresas y la población. Y lo dijo: “Se me ocurre que la economía tiene el deber de no crear diferencias. Los consejos empresariales –agregó– tienen que ocuparse que los managers de sus empresas no pierdan el sentido de saber quedar con los pies en la tierra”. Para finalmente señalar: “Necesitamos la cultura de la moderación y del ejemplo por parte de los conductores de nuestras empresas”.
Más que cultura y moderación de los “managers” se necesita en el mundo emplear definitivamente la palabra Justicia. Justicia siempre viene rodeada de conceptos como Solidaridad y Grandeza. Las sociedades tienen que enseñar que un niño con hambre es culpa de cada uno de sus integrantes adultos. No hay disculpas para los “managers” que ganan millones y saben muy bien que en sus sociedades hay niños que no pueden cumplir con sus sueños, y jóvenes que ya no podrán soñar con nada.
¿Y los gobiernos qué hacen? Se basan en aquel principio capitalista que si hay restricciones el capital se va para otro lado. Un concepto inmoral que no respeta en absoluto a la Etica. Por eso, para un mundo sin violencias, comencemos por imprimir nuestro deber ineludible en nuestras conciencias. Que los maestros enseñen en todas las aulas: “Un país donde hay niños con hambre no es una verdadera democracia”. Un país donde hay gente que gana millones de euros o dólares por mes, no es una democracia. Ni humano.
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