Martes, 5 de febrero de 2008 | Hoy
Por Enrique Medina
Como los ventanales se atascan y la cándida viuda no tiene la fuerza necesaria que tenía su amado difunto para deslizarlos, llama a la administración. Por fin y a fuerza de ruegos, quince días después llega un par de operarios. Empiezan con que el ventanal es de otra época, que ya no se hacen, que por las lluvias hay humedad debajo del marco y se hincha, que los rieles hay que limpiarlos de vez en cuando y dale-que-dale. Sin piedad y ayudados por duros destornilladores, palanqueando-palanqueando van consiguiendo retirar una hoja del ventanal sin disimular el fastidio. Insinúan un trabajo extra, no pactado con la administración, pero que en fin... En el aire se transmite en FM, sin frituras en el sonido, que ellos harán el trabajo como salga, pero en realidad, si no hay estímulos, o falta de ellos, en fin, las garantías a Magoya, en realidad acá habría que hacer esto y aquello... Murmuran tenebrosos presagios; lo hacen en íntima y dramática complicidad, casi en código, pretextando un recargo que hay que considerar, y que si el vidrio se rompe ellos no se hacen responsables, y que patatín-que-patatán, uno pide permiso para mear.
El que queda se encarga de terminar de acorralar a la cándida viuda como un niño envuelto, aduciendo un trabajo inesperado muy difícil y artístico, caso contrario habría que cambiar el marco completo y romper el piso, se tardaría un mes. En este primer round del combate la acoquinada viuda no sólo ya pierde por puntos sino que ha quedado en franca inferioridad de condiciones al escucharse ella misma haber aceptado hacer “una atención” aparte por los servicios que se supone paga la administración, con tal de que no haya que romper nada. La inocente viuda piensa que tuvo que rogar tantas veces para que vinieran, que prefiere, ya que los tiene a mano, le terminen el trabajo sea como sea, aunque tenga que pagar algo extra.
Conmovidos por la buena disposición de la comprensiva viuda, los operarios aceptan hacer el trabajo que escapa a sus registros y de puro buenotes que son se arremangan. Retiran las ventanas, desenfundan la sierra eléctrica para metales y ahí mismo, en pleno living, ensuciando de lo lindo, le rebanan un centímetro al marco de la hoja para que, con nuevas rueditas, pueda trabajar correctamente. ¿Ve?, mire, así deben deslizarse las hojas. La atemorizada viuda prueba y dice que sí, que ahora corren bien. El mandamás la corrige: no corren, se deslizan. Este trabajo que le hicimos no se lo hacemos a nadie; vea, por ser usted, si no, qué le digo... Vea cómo se des-li-zan, ¿ve?, ahora ya tiene ventanales, ufa, qué le digo, para rato, años. Ingenuamente, la expectante viuda quiere prevenir su futuro y pregunta: ¿Y lo que me dijo de la humedad...? Ah, ya no se preocupe, la humedad hincha hasta un límite, más no puede, lo suyo está okay, quédese tranquila. Guardan los implementos desparramados, cierran cajas de herramientas. Ella: ¿Cuánto? Ellos: Su voluntad, señora, las atenciones son a voluntad.
La gentil viuda, a falta de conocimientos en la materia, como sí tenía su bien querido finado, aporta voluntariamente una propina de cierta envergadura, y hasta mucho más. Una vez idos los operarios, y habiendo dejado las gracias correspondientes, y cualquier cosita nos llama, pero quédese tranquila, hicimos un trabajo de excepción para toda la vida, adiós, la vulnerable viuda contempla el living con el mismo espanto y horror que los campesinos al ver sus aldeas inundadas hasta los techos. Con estoicismo y paciencia, limpia y ordena; descubre virutas de aluminio que al ser pisadas han quedado incrustadas en el parquet, polvo en todas partes, y sangre en la yema de un dedo al sacudir los sillones. A la tardecita viene una amiga a tomar el té y le cuenta lo ocurrido. La amiga es de las que saben hacerse respetar y luego los porteros y operarios todo-trabajo califican en el barrio como liera-protestona-peleadora–etcétera, buscando descalificar a una mujer sola que sólo se defiende. Esta le aclara a la damnificada viuda que la tomaron por gila, pero ni se te ocurra llamar a la administración, encima te van a echar la culpa por tonta, y tendrán razón, che, ¿por qué no me llamaste...? La resignada viuda no responde, en silencio se niega a reconocer que perdió el combate por nocaut, así que, mecánicamente, va hasta el ventanal y mueve las hojas: Mirá qué bien que corre... Ah, no, mejor: se deslizan. Mirá, mirá qué bien se deslizan...
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