CONTRATAPA

Hacerse la película

 Por Rodrigo Fresán

UNO Uy, mirá, se incendió una de las torres del World Trade Center, dicen que chocó un avión y no creo y, uy, ¿no te parece que ese avión no vuela demasiado bajo? y, uy, ahora la otra torre también y, uy, ahora están diciendo que en el Pentágono y, uy, se estrelló otro avión en un bosque y, uy, qué raro que se va a ver el perfil de Manhattan con una torre menos y, uy, se va a ver todavía más raro con dos torres menos y...
Ha pasado un año de todo eso y ahora llega el vibrante momento de las efemérides. Un año viviendo en la Zona Cero y quién iba a pensar que tantas cosas podían entrar en un año. Feliz año nuevo para todos y más nos vale haberlo disfrutado porque el nuevo año que ahora empieza promete ser mucho más... eh... interesante.

DOS Una de las mejores y más sutiles maldiciones chinas dice: “Que vivas tiempos interesantes”. La gracia del asunto es que aquello que en principio podría parecer la bendición de un buen deseo esconde a la serpiente de la condena, y la verdad que interesante es una palabra tan pero tan ambigua. La cuestión es que desde el pasado 11 de septiembre vivimos tiempos demasiado interesantes: el comienzo con la caída del World Trade Center de esa historia que había terminado, se supone, con la caída del Muro de Berlín. Doce meses en los que hemos asistido a la consolidación pública y política de un en principio dudoso presidente de los Estados Unidos a partir de una tragedia nacional que .-se nos informa cada cinco minutos-. es en realidad un acontecimiento que ha afectado, por lo menos, a toda la galaxia. Una galaxia cuyo centro exacto es América The Beautiful, luchando contra un nuevo “Eje del Mal” –nombre digno del infantiloide George Lucas para cualquiera de sus Star Wars– y que cualquier día de estos nos arrojará a una guerra religiosa y fanática de la que difícilmente volveremos con todas nuestras facultades intactas. El problema con lo sucedido el 11 de septiembre del 2001 .-más allá de la irreparable pérdida de vidas humanas-. es que por primera vez Estados Unidos degustó una cucharada de su propia medicina en su propio territorio. Si se puede definir al terrorismo como el marketing del miedo, entonces Osama bin Laden actuó con la pericia de uno de esos productores de Hollywood y les obsequió a los norteamericanos el más acabado reality show a partir de la estética de blockbusters como Día de la Independencia. La única diferencia es que Osama no ofrece pochoclo a la entrada, no apaga las luces, no dura dos horas, y no puede ser resumido en veinticinco palabras. Conozco a un norteamericano que todavía hoy, me dice, no puede creer que haya pasado lo que pasó. Y yo le creo.

TRES Se sabe que la resistencia a asumir la realidad no es el mejor de los consejeros. Bush y sus muchachos –fortalecidos tanto por la acción de Bin Laden como por la histeria colectiva de sus compatriotas que, parece, por suerte, comienza a resquebrajarse y vacilar a la hora de intentar una nueva película de guerra– todavía hoy se niegan a comprender que la desproporción de la revancha de Al-Qaida es consecuencia directa de las repetidas y desproporcionadas afrentas de la C.I.A. & Co. Acción y reacción. Nada nuevo. El universo funciona así desde el principio de los tiempos. El arco de toda vida –desde la de un protozoario hasta la nuestra– está trazado por acciones y reacciones. Una cosa es producto de otra. Por eso –ahora más que nunca, un año después– es tiempo de reflexionar más que de accionar, en especial cuando lo que se acciona son los botones que les comunican a los misiles que otra vez ya es hora de salir a jugar.

CUATRO Existen –por suerte– ciertas señales de cordura: Europa –menos Inglaterra o, mejor dicho, Tony Blair– se ha negado hasta ahora aparticipar en el próximo rodeo. Y existen señales perturbadoras: el Mundo Arabe (ese otro planeta que está en éste) ya ha advertido que un ataque de Estados Unidos a Irak equivaldría a “abrir las puertas del infierno” y desatar “la Madre de Todas las Guerras”. Esta semana, el mundo entero será sometido a recordatorios, lágrimas, replays en cámara lenta, sentidas interpretaciones de himnos con la mano en el pecho, tours guiados por ruinas modernas, mesas redondas y cuadradas sobre lo que ocurrió y tal vez ocurra, canciones sensibles de Bruce Springsteen, puños en alto, banderas ondeando (ninguna de ellas blanca), y el terrible y justo dolor de muchos hombres y mujeres que no entienden lo que pasó y por qué tuvo que pasarles a ellos. Esas personas que no han recibido explicaciones lógicas a la hora de entender cómo es que el país más poderoso del mundo puede tener talones de Aquiles tan expuestos. Esas personas que poco y nada saben de historia mundial porque alcanza y sobra con la soberbia y propia historia. Esa historia de película en la que los buenos siempre ganan y donde ahora se esfuman los límites entre la seguridad nacional y un estado policial donde todos vuelven a estar bajo sospecha y el Afuera es el enemigo. Y esto es sólo el principio y sólo hay dos seres felices con todo esto: Bin Laden, porque la onda expansiva de su acción ha resultado mucho más poderosa que la acción en sí, y el Empire State porque ha vuelto a ser el edificio más alto de Nueva York.

CINCO A la altura de Pearl Harbour, el entonces presidente Roosevelt definió el asunto como “un día que vivirá en la infamia”. Bush desenterró las mismas palabras hace un año y, sí, llevamos viviendo un año infame en la infame Zona Cero. Una película de doce meses que no te permite ir al baño por miedo a perderte algo o por miedo a morir meando. Y las películas tienen tres actos. El primero de esta fue aquel 11 de septiembre, el segundo es la incertidumbre que conduce hasta este 11 de septiembre. El tercero y definitivo –el acto para el que se reservan los mejores efectos especiales– empieza ahora mismo.
Uy.

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