CULTURA › EL MEDICO PSICOLOGO GUSTAVO ARUGUETE ANALIZA LOS ALCANCES DEL TEATRO DE LA ESPONTANEIDAD
“No buscamos la verdad, sino el impulso que haga posible un acto creativo”
El coordinador de la compañía Los Teatros de la Memoria presentará hoy “Historias de inmigrantes. Tierras lejanas”, un trabajo en el que el público hace catarsis asumiendo una participación activa en la puesta.
Por Hilda Cabrera
El Teatro de la Espontaneidad se halla en el origen del psicodrama, y es el que utilizan el médico psicólogo Gustavo Aruguete y su grupo, integrado por profesionales de diversas áreas, pero todos psicodramatistas. Coordina la compañía Los Teatros de la Memoria como una vertiente teatral de su diaria tarea: “Lo psicodramático lo uso únicamente en la profesión médica –dice–, porque el Teatro de la Espontaneidad no es sinónimo de terapia, aun cuando en la mayoría de los casos posea efecto terapéutico”. En la entrevista con Página/12, Aruguete, quien presentará hoy a las 18 un trabajo que ya desde el título sugiere un rescate, Historias de inmigrantes. Tierras lejanas (en la Sala Madres de Plaza de Mayo del Centro Cultural San Martín, de Sarmiento 1551), parte de una técnica que –según cuenta– aplicó en 1921 un psiquiatra judío, Jacobo Levy Moreno, nacido en un barco de bandera rumana. Este la utilizó por primera vez en un teatro de Viena, convocando a los transeúntes y desarrapados de la calle: se daba entonces una situación de crisis social y política, y arreciaban el hambre y la desocupación. Levy Moreno pidió a esa gente que contara sus experiencias. Aruguete aclara que ésa no era una técnica totalmente nueva: “Todas las ciudades de la Antigua Grecia tenían su teatro, y en éstos se dramatizaban los problemas de la ciudad. Las representaciones eran catárticas a veces. Como escribió Aristóteles en su Poética, se le otorgaban al teatro cualidades de catarsis, puesto que se creía que esas escenificaciones purificaban el alma”.
–¿Los Teatros de la Memoria intenta producir catarsis?
–En principio no, porque nuestro trabajo es ante todo una forma diferente de hacer teatro y no pretende ser terapéutico. La gente que se encuentra en la sala, y cuyo acceso es libre y gratuito, llega convocada porque ha recibido la información o solamente por la curiosidad que le despierta el título del ciclo, que esta vez denominamos Remedio para melancólicos, inspirado en el nombre de un relato de Ray Bradbury. Se nos ocurrió cuando la dirección del centro nos dio el horario del domingo a las 18.
–En caso de que se produzcan, ¿cuáles serían los efectos terapéuticos?
–El hecho de poder contar una historia, ser escuchado y a partir de ahí explorar la propia creatividad –como ocurre con la gente que asiste al teatro y se convierte, sin ser presionado, en actor, escenógrafo o músico, guiado por nuestro grupo– es un gran avance, pero reitero que no es nuestro propósito hacer terapia. Esta es una convocatoria abierta a una función de teatro, donde no existe una obra previa, ni un dramaturgo ni actores ni director. Pretendemos incluso que no haya público (en el sentido de un público pasivo) sino que éste se integre a la dramaturgia.
–¿Qué temas surgen?
–El domingo anterior partimos de un poema del poeta chileno Luis Sepúlveda y de uno de sus libros, Las mujeres de mi generación. Participaron cerca de 70 personas. Hicimos un breve trabajo de taller, y después invitamos a que se recordara a las mujeres (madres, esposas, hermanas, novias y amigas) de la historia de cada uno. Siempre hay alguien que se decide a relatar y compartir su historia desde el escenario. Utilizamos técnicas de “ensueño dirigido” para convocar a la memoria. Uno cuenta y los demás se integran al relato armando una pequeña puesta en escena, de la que me ocupo como guía. Propongo, por ejemplo, contar una misma historia en tres tiempos diferentes, mientras los asistentes se caracterizan con algunos elementos: una tela, una máscara... Nos interesa que, aunque la historia sea real, lo que se cuenta tenga todo el permiso que proporciona la ficción. En esto no buscamos la verdad sino el impulso que haga posible un acto creativo. El encuentro dura 3 horas, y utilizamos los últimos 30 minutos para dialogar sobre qué nos pasó, qué cosas se contaron y cuáles quedaron afuera, y qué experimentaron los protagonistas respecto de sus personajes.
–¿Los trabajos se relacionan muy fuertemente con las emociones?
–Totalmente, aunque las historias que se cuentan son “como si”, los sentimientos y emociones son reales y no “como si” fueran reales. La propuesta es que el afecto que dio lugar al relato de una historia se haga nuevamente presente.
–¿Cómo se logra mantener el ritmo en un trabajo como éste?
–En los doce años que llevo en esto pude afianzarme en las técnicas que permiten sostener un ritmo ágil. Estoy convencido de que en los adultos permanecen la creatividad y la capacidad de juego que seguramente tuvieron en la niñez. Sólo que están aplastadas por una cultura que exige vivir sin fantasías.
–¿No se producen interrupciones, silencios o situaciones de protagonismo de unos sobre otros?
–Por ahí descubrimos alguna falla técnica, pero en general no ocurre nada de eso. Existe gran respeto por la intimidad, por la propia y la del otro. No se dan situaciones de exhibicionismo ni tampoco escenas chabacanas, como las que se ven en televisión. Nosotros cuidamos psicológicamente a los que participan, y como grupo no estamos solos: tenemos comunicación con otros de Córdoba y del extranjero, con psicodramatistas de Brasil, Estados Unidos y Dinamarca. En Buenos Aires realizamos presentaciones periódicas en Espacio K (Costa Rica 3978): hacemos funciones abiertas el cuarto sábado de cada mes.
–¿Cómo definiría a los reality shows?
–Es una expresión de decadencia social utilizar a la gente desde lo que más le duele. En esa exposición no hay inocentes: están lo que se prestan a la exhibición y los conductores de esos programas que, para elevar su rating, llevan a los participantes a situaciones límite. En el Teatro de la Espontaneidad acotamos el sufrimiento, si es que aparece. Lo pasamos a la ficción. El que cuenta una historia tiene la posibilidad de ir jugando con su propio relato hasta que éste se transforma en una obra de teatro, celebrada por todos como material artístico y sin que el relator quede expuesto. En este juego lo que queda de manifiesto es la creatividad de todos los participantes. Esa es “la devolución” y también el regalo.
–¿Es posible hacer Teatro de la Espontaneidad en épocas dictatoriales?
–Si tenemos en cuenta la historia del psiquiatra Levy Moreno, es posible en un tiempo de crisis (como lo fue el de la primera posguerra europea) pero no bajo gobiernos dictatoriales. De todas formas, se fueron dando a nivel mundial movimientos grupalistas en épocas difíciles. Levy Moreno, que se radicó en Estados Unidos, dejó esta técnica de la Espontaneidad, superada por el psicodrama. En la Argentina, los terapeutas de grupo alcanzaron muy buen nivel, como en Francia, y se comprometieron con la realidad, porque, finalmente, el grupalismo surge, entre otras cosas, de aceptar la influencia del contexto en el individuo. En nuestro país, algunos han tenido incluso una actitud militante.
–¿A qué o quiénes denomina grupalistas?
–A los terapeutas de grupo, pero también a los que intervenimos con técnicas grupales en instituciones, en asuntos de educación popular, de salud y trabajo. En la época de la última dictadura militar muchos debieron exiliarse. En 1985 se dio nuevo impulso a esta tarea en un congreso muy importante que se realizó en el Centro Cultural San Martín al que concurrieron especialistas extranjeros y algunos argentinos que habían estado exiliados y permanecían todavía fuera del país.
–¿Dónde ubica a su grupo?
–El nuestro se relaciona con el psicodrama psicoanalítico, pero en lo teatral retomamos el Teatro de la Espontaneidad como una herramienta que nos permite realizar acciones comunitarias por afuera de los pequeñosgrupos de terapia. Reitero que éste no es un teatro terapéutico, aunque ser escuchado y poder comunicarse es contar ya con una terapia. En la Argentina se está profundizando en algunos aspectos de este tipo de teatro. Los Teatros de la Memoria trabajan principalmente sobre el derecho a mantener la memoria activa. Hicimos psicodramas en las calles, en asambleas barriales y en la Universidad de las Madres, y hemos presentado nuestras investigaciones en congresos nacionales y extranjeros en los que se debate sobre salud mental y derechos humanos. Durante la dictadura militar tuve mi exilio interior. Trabajé como médico en un lugar apartado de la provincia de Buenos Aires y para esta tarea teatral me discipliné con importantes maestros, como Olga Albizury de García, una psicodramatista de las pioneras. Hice también intercambios con algunos psicodramatistas, como Eduardo Pavlovsky y Dalmiro Bustos, pero conservando cada uno su escuela y su metodología.
–¿Qué proporciona básicamente el Teatro de la Espontaneidad?
–Cuando una historia o un conflicto se despliega teatralmente no sólo se advierte una mayor disponibilidad en la persona que cuenta sino también modificaciones en su comportamiento y en el del entorno. Cuando nos convocan para trabajar con operarios de una fábrica recuperada o con un equipo de médicos de hospitales, por ejemplo, intentamos que, al invertir los roles de cada uno, se pueda llegar a observar un mismo hecho de diferente manera. La primera actitud de cualquiera de nosotros ante un conflicto o ante el traslado al presente de un asunto doloroso del pasado es la de verlo todo desde el lugar de la víctima y quedar así encerrado definitivamente en el propio dolor o la frustración personal. El Teatro de la Espontaneidad permite, en líneas generales, reconocerse protagonista de la propia historia, y a partir de eso dominar el propio dolor.