CULTURA › EDUARDO BLAUSTEIN ANALIZA A LOS PERSONAJES DE LA CONDICION K

“Es una novela de locos frágiles”

En su última novela, el periodista y escritor sitúa todo en un alienado Buenos Aires del futuro, en la que el protagonista busca encontrarle un sentido al universo a través del lenguaje de las hormigas solenopsis.

 Por Angel Berlanga

Los personajes de La condición K, la última novela de Eduardo Blaustein, tienen al menos dos cosas en común: pertenecen a la redacción de una revista y robustecen sus alienaciones personales. En el escenario de sus historias, un Buenos Aires futuro, descompuesto, fragmentado, las ejecuciones públicas son espectáculos masivos auspiciados por multinacionales, el colectivo 148 hace su recorrido blindado y el fútbol se transformó en un metegol mecánico protagonizado por estrellas de los ‘60 y ‘70. Esas señales empiezan a explicar las alienaciones de los personajes, las razones o sinrazones de sus vidas. Está la trepadora inescrupulosa, el archivista que llegó desde una familia marginal y busca un improbable sentido en sus orígenes, y Breitner, el protagonista, un biólogo obsesionado con entender el universo a través del estudio del lenguaje de las hormigas solenopsis. “La condición K –escribe Breitner, escribe Blaustein– es eso que hace que en algún lugar interseccionen los universos de las solenopsis y los humanos”. Complicada, enroscada, delirante búsqueda la de Breitner.
Blaustein tiene 46 años y es autor de Decíamos ayer (una investigación sobre la prensa durante la dictadura) y de la novela Cruz Diablo, y hoy está a cargo del área de comunicación del gobierno de Aníbal Ibarra. “Hace varios años que se me agotó la pila para el periodismo diario, esto de la rutina de la noticia como género, lo esclavizante y condicionante de eso, la dificultad de darle perspectiva”, dice Blaustein sobre su retiro de las redacciones, y explica que su vuelco hacia la ficción tiene que ver con ese cansancio: “Aunque era un lector mucho más voraz que hoy, de chico no tuve esa claridad vocacional que algunos escritores dicen tener. Tenía una capacidad de asombro fortísima, y eso me dejó muy marcado. El periodismo me dio el placer de escribir, y el cansancio de la noticia me llevó a vengarme de la escritura periodística a través de la literatura. Fue un poco volver al disfrute de la infancia, aunque también me dio miedo, y me reía de mi propia perplejidad. Pero tenía la libertad de hacer lo que se me cantara, y más con una escritura medio jacarandosa y provocativa como la mía”. Blaustein empezó a escribir esta novela cuatro años atrás, “a fines del menemismo, cuando todos estábamos bastante quebrados y solos”.
–En este libro esa venganza excede la escritura: hay una mirada despiadada sobre la redacción y los medios.
–Sí, pero eso... “fue sin querer queriendo”. En general soy bastante crítico de las novelas que se mueven en el tejido social, en este caso de clase media urbana: historias de escritores o periodistas ligadas a mundos afectivos o entornos próximos. Por la necesidad de la trama y el sentido medio angustioso de la historia monté ese escenario periodístico, pero la intención no era hacer eje en los medios. De todas formas, vi cómo las relaciones humanas en las redacciones se modificaron sustancialmente. En ese sentido sí, hay datos folklóricos que son casi antropológicos, que tienen que ver con el mundo urbano y las oficinas. Esta cultura de mierda de llevarte la bandejita con la comida light a la mesa, comer con la computadora, ese tipo de boludeces. Y la gente odiándose ligeramente, ámbitos de laburo silenciosos que antes eran más o menos festivos. Me vengué un poco, sí, pero traté de reflejar una cosa que no tiene que ver estrictamente con los periodistas: esto de la fragmentación, el recelo, de la desconfianza en el otro, las pequeñas alienaciones. Tiene más que ver con la sociedad, con algo más hondo, la imposibilidad de relacionarnos, la locura y el sinsentido. Puedo haber fracasado en el intento, pero los personajes son mucho más “locos frágiles” que periodistas.
–¿Cómo es el Buenos Aires en el que transcurre?
–Hay como una zona céntrica, medianamente contemporánea con la que existe ahora, del hombre blanco de clase media, que convive en contraste con una especie de Gran Buenos Aires de tercer cinturón urbano, un más allá siniestro y remoto, que puede ser del futuro o del recontrapasado: una especie de barbarie, de margen de civilización, de toldería del siglo XIX, una cosa que me fascina y ya había usado en mi novela anterior.
–El escenario remite un poco a Mad Max...
–Tiene un algo, sí. Pero es un Mad Max tercermundista, con paisajes absolutamente argentinos. Tiene esa cosa salvaje, aventurera, hasta jodona. Y como una sedimentación geológica de distintos períodos en la puesta en escena, en las arquitecturas representadas. En la novela hay como un mosaico estallado de restos culturales, de pertenencias, de identidades, de fragmentos.
–Eso también está en su prosa, en su forma de contar.
–Sí. Es un caos, un estallido: los personajes, lo que sucede, los entornos. La prosa intenta darle armonía a todo eso. Pero como soy un tipo muy disperso y curioso, me apropio de muchísimas cosas y no me especializo en nada. Me gusta hablar de muchas cosas a la vez, y creo que al mundo hay que entenderlo desde sus complejidades: no alcanza la mirada literaria, no alcanza una sola mirada. Soy un galopador de disciplinas, de atravesar fronteras: por eso apuesto.
–¿Y en las hormigas no se especializó?
–Sí, fue similar a esa historia sobre cómo investiga un periodista yanqui. Conocí a una bióloga que se especializa en estas hormigas, estuve en su laboratorio. Y me morfé horas y horas en Internet, y fue divertido. Hay citas de algunas campañas estadounidenses de lucha contra las hormigas que son reales, aunque exacerbadas, llevadas a la demencia.
–Usted se identifica con el protagonista, ¿no?
–Sí, Breitner es el personaje más querido. Es un sartreano, un tipo que se hace preguntas existenciales de éstas que pasaron de moda respecto del sentido de las cosas, que además sufrió un montonazo en su vida. En su búsqueda medio metafísica, canalizada por la biología, va pirando y lo suyo se convierte en algo delirante: encontrarle un orden al universo en una explicación que no le va a venir de Dios, ni de la ley, ni de los seres humanos sino de cierta sintonía, que una especie de hormigas tiene con el universo. En la novela hago una parodia de esas búsquedas de sentido del universo en muchas cosas, en los hinduistas, en la autoayuda. Y por supuesto que a la propia búsqueda de Breitner la trato un poco en serio y un poco en chiste, que es lo que suelo hacer siempre.

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Blaustein dice que su novela es “una parodia de esas búsquedas de sentido del universo en muchas cosas”.
La Buenos Aires de “La condición K” tiene algo de Mad Max, una combinación de pasado y futuro.
 
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