DEPORTES › ALBERTO ACOSTA SE DESPIDE ESTA TARDE DEL FUTBOL PROFESIONAL
Va a tirar sus últimos cartuchos
A un tanto de los 300, el goleador se retira jugando su último partido para San Lorenzo, ante Vélez, con la esperanza de transformarse en el máximo artillero del Apertura.
Por Facundo Martínez
Como a lo largo de la historia del fútbol sucedió con varias de sus figuras, a Alberto Federico Acosta el reconocimiento le llegó de grande, quizá recién a partir de sus primeros anuncios a propósito de su despedida de la actividad profesional, algo que finalmente concretará hoy, a los 37 años. Amado por los hinchas de San Lorenzo, el club para el que jugó la mayor parte de su carrera, y tan resistido como respetado por los hinchas ajenos, Acosta quiere darse el gusto de cumplir antes del retiro con un último objetivo, una meta que se había fijado tiempo atrás y que, por otra parte, lo pinta tal cual es: decir adiós con un total de 300 goles convertidos, a lo largo de sus 18 años de carrera, desde que debutó en Unión, allá por 1986. Y, de ser posible, retirarse con el galardón de máximo goleador del Apertura.
Para llegar a los 300, sólo le falta un gol y un último partido, el de hoy ante Vélez. Para retirarse en el tope de la tabla de goleadores, actualmente ocupa con 9 tantos la primera posición, aún deberá esperar lo que hagan sus escoltas; excepto Cavenaghi y Tevez –que sólo tenían dos años cuando Acosta debutó–, los demás (Farías, Cervera, con 8; Milito, con 7) tendrán un partido más como para igualarlo o pasarlo.
Si bien podría afirmarse que los goles son la justificación existencial del goleador de raza, en el caso de Acosta no son lo único importante. Cuando comenzó a valorarse su talento, cuando el concepto de jugador completo y técnico se volvió un fiel espejo de su desempeño, cuando por mantenerse siempre vigente, a pesar de los años, obligó a los críticos a abrir nuevamente los ojos para verlo jugar, Acosta comentó –sabio como viejo filósofo– que para él lo más importante era que la gente lo recordara como una buena persona más que por sus goles.
Será por lo que esta sentencia guarda de cierto que los que lo tienen cerca, sus compañeros, lo quieren tanto como los hinchas. Elogian su conducta –en las concentraciones es el primero en levantarse, mientras los demás duermen aprovecha para leer diarios–, y su disposición para el trabajo. Cuentan que siempre fue muy responsable y serio con los entrenamientos y clave en lo que respecta a mantener en alto los ánimos del plantel. También destacan su conducta y su calidad de persona. “Si un pibe anda con problemas, el Beto trata de ayudarlo”, dicen. Devoluciones, quizá, de sus recuerdos de cuando era juvenil. “Era un pibe callado, que escuchaba siempre a los más grandes”, recuerda el entrenador Jorge Castelli, quien lo hizo debutar en la primer de Unión, en un partido que los santafesinos empataron sin goles ante Argentinos.
No aflojar nunca en los entrenamientos fue una de las claves de su extensa carrera, en la que también se destacó su estado físico privilegiado. “El 70 por ciento de mi juego tiene que ver con eso”, admite. Manuel Pellegrini, que lo dirigió en Universidad Católica y en San Lorenzo, lo definió como “un jugador de gran categoría y de una potencia excepcional”. Héctor Veira, que lo llevó a San Lorenzo cuando todavía tenía edad de juvenil, dijo de él: “Es un jugador de pegada formidable; pura sabiduría”.
Si acaso le quedó una deuda –que para los hinchas de Boca quizá serán dos– fue su magro rendimiento en la Selección: jugó 19 partidos y sólo convirtió dos goles, uno en un amistoso ante Paraguay y otro en el ‘92 por la Copa Kirin, aunque obtuvo el título de la Copa América 93. Tal era su deuda con la celeste y blanca que, el año pasado, cuando Marcelo Delgado rechazó la convocatoria de Marcelo Bielsa, el Beto salió al cruce y afirmó que él “jamás le hubiese dicho no a la Selección”.