CULTURA
“Que no me ninguneen, porque no soy Borges, pero tampoco Coelho”
Federico Andahazi habla de Errante en la sombra, su nueva “novela musical” –para la que escribió cuarenta letras de tango– y de la resistencia que su nombre despierta entre escritores y críticos. “Algunos no me perdonan que mis libros tengan repercusión.”
Por Angel Berlanga
Federico Andahazi asegura que no compone un personaje de cara a la prensa y se declara muy torpe a la hora de “vender” sus libros. Desde que los faroles alumbraron el escandalete de El anatomista, cada obra que publica, para beneplácito de sus lectores y editores, y para fastidio o indiferencia de muchos colegas y/o críticos, convoca un caudal de nuevas miradas. “Las críticas que percibo son completamente extraliterarias: que si andaba en moto, porque los escritores no andan en moto... Escuché a un crítico decir eso. En el Museo Horacio Quiroga está la Harley en la que él andaba, ¿y qué?”, dice. Es fácil imaginar, ahora que exhibe una imagen vinculada al tango, a propósito del lanzamiento de su nueva novela, nuevos berrinches derivados de su estética.
Errante en la sombra se anuncia como “una novela musical”: Andahazi escribió las letras de cuarenta y cinco tangos que, a lo largo de la historia, irán “cantando” protagonistas y personajes secundarios. Ambientada en Buenos Aires a comienzos de los años ‘30, la novela se sobrealimenta de las situaciones y los modismos narrativos que compondrían el estereotipo tanguero, o “for export”, como él consigna. Gardel, entonces: a su vera andan los protagonistas.
–Sus novelas anteriores, por épocas y por geografías, son mucho más lejanas que ésta. ¿Cómo jugó la “cercanía” en la escritura?
–Fue mucho más complejo. Siempre dije que escribir novelas que transcurrieran en el Renacimiento daba alguna forma de impunidad. Contar una historia que transcurra en tu lugar y en tu época es mucho más difícil. Hablar de Gardel, que es nuestro dios pagano, es meterse con un personaje tan grande, querido y difícil, un tipo que cuidó meticulosamente su vida privada; eso se ve en sus biografías, casi no hay datos de su intimidad. Yo tampoco quise meterme demasiado en esta cuestión, por respeto a esta ética gardeliana.
–¿Por qué se propuso recorrer los estereotipos del tango?
–Creo que es una novela que tiene diversas lecturas. Por una parte están todos los arquetipos, los clichés del tango, esta cosa casi kitsch de estampita del Obelisco, del filete del camión. Pero yo creo que el lector proveniente del tango tradicional, imaginemos un hombre de peluquín naranja a lo Soldán, va a sentir a ese universo como propio.
–Un poco se burla de todo ese mundo...
–Un poco. Si tuviera que definir a la novela diría que tiene más que ver con el pop que con otra cosa. Un trabajo, tal vez, a lo Andy Warhol: hacer con la imagen del tango otra cosa, saturar los colores. Es una pequeña burla al musical, al género.
–¿Cómo es que se puso a escribir tangos?
–La idea original era escribir una novela que enlazara distintos tangos existentes y que eso tuviera una unidad. Pero al ponerme a escribir la historia unas veces se me retobaban los tangos y otras la prosa. Entonces con muchísima cautela y pudor se me ocurrió retomar una fantasía casi adolescente en relación al poeta del tango: siempre me pareció una figura lamentablemente extinguida. Con el deseo de resucitarlo, de ver qué se siente usurpando ese lugar, afronté el desafío desde una posición más bien lúdica. Yo creo mucho en la máxima de Roberto Arlt del cross a la mandíbula y nada en la imposibilidad de la escritura. Hay una corriente que surge de la entraña de la academia y dice que no hay que escribir, que no se puede: eso me parece criminal. Creo que hay que escribir contra esa imposición. Por supuesto que esta novela es en algún punto una blasfemia.
–Usted dijo que con cada novela buscó “develar una verdad”. ¿En ésta?
–Hay una pregunta que subyace en este libro acerca de la identidad nacional, algo que nunca me preocupó hasta ahora. Me parece que la novela es una puesta en duda de la nacionalidad.
–La crítica es una constante en torno a usted y su obra. ¿Por qué cree que pasa eso?
–Con El secreto de los flamencos me trataron bien. Lo que yo percibo es cierta hostilidad a partir de la repercusión de venta de mis libros. Antes de El anatomista presenté mis cuentos y mis novelas en concursos, y gané; en el jurado de uno (se refiere al de Desde la gente) estaban como jurados Liliana Heker, Vlady Kociancich, Héctor Tizón, Luisa Valenzuela, y en la entrega del premio me saludaron muy efusivamente. Me acuerdo en especial de Heker: tuvimos una charla, ella me alentaba mucho. Tiempo después, en una revista, le preguntaron a varios escritores sobre mi obra, y ella contestó “no sé, no lo leo, no me interesa”. Me conocés, me leíste, me premiaste... Eso es lo que percibo: porque me publicaron en el exterior o porque mis libros tienen repercusión, autores que en su momento me palmearon no me lo perdonan. Es eso. Sencillamente.
–¿No puede ser que valoren algunos de sus libros y no otros?
–La verdad es que El anatomista también ganó el concurso Fortabat, e iba a ganar el Planeta, donde los jurados eran Tomás Eloy Martínez, Angeles Mastretta y Mario Benedetti. Entonces... Yo no soy Borges, pero no soy Coelho. No soy boludo, quiero decir.
–Cree que tiene que ver exclusivamente con su éxito de ventas.
–Que no me ninguneen, porque leí diez veces más que estos pelotudos que vienen a levantar el dedito.
–Bueno, pero también tiene críticas elogiosas.
–Sí. Y es más: creo que se sobredimensiona esta cuestión. A lo mejor yo mismo la sobredimensiono.