CULTURA › SE CUMPLEN 100 AÑOS DEL NACIMIENTO DEL CHILENO PABLO NERUDA

El poeta que salió a las calles

Pablo Neruda es el poeta que le “dio su apellido a su país”, según se ha dicho. Conocido hasta por quienes jamás lo leyeron, autor de algunos versos que integran ya el imaginario latinoamericano, Neruda no tuvo una sola cara, sino varias: el poeta enamorado, el militante, el político y hasta el envidiado por sus colegas.

 Por Silvina Friera

A 100 años de su nacimiento, Pablo Neruda sigue siendo y “será el apellido de Chile”, según opina su biógrafo Volodia Teitelboim. El joven poeta que publicó su primer libro, Crepusculario, en 1923, nunca imaginó que con el correr de los años se encontraría en plazas, calles, fábricas, aulas, teatros y jardines, recitando sus versos. Su obra demasiado abundante –algunos han llegado a decir que “escribió más de la cuenta”– se despliega en los estantes de las librerías del mundo como si estuviera diseñada para satisfacer múltiples gustos y necesidades. Por eso hay un Neruda “poeta del amor”, la estampa más consumida y popular; un Neruda comprometido políticamente con su país, y un Neruda aséptico, depurado de su ideología marxista, como en la película Il postino. La retórica y la grandilocuencia que deslumbraron a varias generaciones de lectores hispanoamericanos y a sus camaradas comunistas de la primera mitad del siglo XX, quizá constituyan los aspectos más negativos en el conjunto de la obra de este poeta que nació el 12 de julio de 1904, como Neftalí Ricardo Reyes.
Poeta del amor
En el período que va de 1920 a 1926, el joven poeta vivió un período de gran euforia creativa: el amor y la naturaleza fueron desde muy temprano los yacimientos de su poesía. En esta etapa de romanticismo tardío y modernismo finisecular compone Veinte poemas de amor y una canción desesperada, uno de los poemarios que más se ha instalado en la memoria de varias generaciones, incluso en la de aquellos que aunque no los hayan leído, pueden citar el comienzo de “puedo escribir los versos más tristes esta noche”. Neruda representaría a “ese que va alternando lírica y política con el fin de sostener un imperativo básico de la modernidad: dar cuenta de todo”, escribe Tamara Kamenszain en el prólogo a 100 sonetos de amor, publicado por Sudamericana, que desde el año pasado está reeditando la obra completa de Neruda. En sus memorias, Confieso que he vivido, el poeta señalaba que Rubén Darío fue un gran elefante sonoro que rompió todos los cristales de una época del idioma español.
“La belleza congelada de Góngora no conviene a nuestras latitudes, y no hay poesía española, ni la más reciente, sin el resabio, sin la opulencia gongorina. Nuestra capa americana es de piedra polvorienta, de lava triturada, de arcilla con sangre. No sabemos tallar el cristal”, explicaba Neruda. “Si mi poesía tiene algún significado es esa tendencia espacial, ilimitada, que no se satisface en una habitación. Mi frontera tenía que sobrepasarla yo mismo.” Después de su ruptura con el proyecto de vanguardia, el poeta chileno inaugura una nueva etapa en su poesía, que oscila entre el diario de vida y la crónica en verso. Por eso, Teitelboim, su biógrafo, suele repetir: “Todo lo que Neruda es está en sus poemas”.
El libro como arma
¿Cuándo nace el Neruda militante? El poeta, que era hijo de un ferroviario, empezó a escribir colaboraciones para la revista Claridad. En muchos de esos artículos, se veía a un Neruda libertario, de ideas anarquistas. Durante la Guerra Civil Española se manifestó en el frente antifascista y publicó un libro emblemático, España en el corazón. “Todo libro debe ser una bala contra el eje: toda pintura debe ser propaganda: toda obra científica debe ser instrumento y arma para la victoria”, señalaba Neruda, quien fue elegido Premio Nobel de Literatura en 1971. A menudo, comparaba el trabajo del poeta con el de un panadero que cumple con “la faena de amasar, meter al horno, dorar y entregar el pan de cada día”. En 1945 fue electo senador por las provincias de Tarapacá y Antofagasta, con lo que se metió de lleno en la vida política al ingresar a las filas del Partido Comunista de Chile. Un año después, el entonces presidente Gabriel González Videla, del partido radical, que había asumido con el apoyo de un frente popular, se volteó contra sus antiguos aliados, proscribió al Partido Comunista y ordenó la detención del poeta. En 1949, tras su destitución en el Senado, Neruda vivió en la clandestinidad hasta que logró escapar a la Argentina. Sus ideas estéticas y su concepción de la literatura sufrieron una honda transformación: del poeta enlutado y pesimista de la primera hora al devoto militante, defensor a rajatabla de la causa proletaria y del socialismo humanista: “Y entonces dejé de ser niño, porque comprendí que a mi pueblo no le permitieron la vida y le negaron sepultura”, deslizó en uno de sus poemas.
La poesía bobalicona
Muchos cuestionan los exabruptos políticos y los devaneos ideológicos de Neruda, que en Las uvas y el viento escribió, entre otros, un libelo olvidable que endiosaba a Stalin: “Stalin es el mediodía, la madurez del hombre y de los pueblos”. El poeta Octavio Paz arremetía contra este Neruda panfletario: “Me parece más viva y actual la obra de Lenin que los yertos poemas de Maiakovski”. La rápida fama de Neruda inflamó la envidia de otros poetas chilenos que no se sentían lo suficientemente reconocidos, como Vicente Huidobro: “Escribe una poesía fácil, bobalicona, al alcance de cualquier plumífero. Es...la poesía especial para todas las tontas de América. No me agrada lo calugoso, lo gelatinoso. Yo no tengo alma de sobrina de jefe de estación”, decía Huidobro.
El cáncer de Pinochet
Cuentan que cuando Neruda –ya con un cáncer avanzado– vio los aviones que surcaban el cielo de Santiago y escuchó la voz de su amigo Salvador Allende, resuelta, enérgica y resignada, el poeta meneó la cabeza, murmuró “mierda” y comenzó a sollozar. El otro cáncer que se instauraba en Chile, el gobierno de Pinochet, abatió al poeta, que había participado activamente de la campaña presidencial de Allende y había sido embajador en Francia del gobierno de la Unión Popular. Murió el 23 de septiembre de 1973, días después del derrocamiento de Allende. Aunque pidió ser enterrado en Isla Negra, la dictadura pinochetista, temerosa de que la canonización de Neruda despertara más conciencia social dispuesta a derrumbar al régimen, saqueó su casa, destrozó la biblioteca y, no contenta con tanto vandalismo, trasladó los restos del poeta a un nicho común del Cementerio General de Santiago.

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Neruda siguió escribiendo hasta su muerte, pocos días después del golpe de Pinochet.
 
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