CULTURA › LUIS MARIA PESCETTI, ESCRITOR, MUSICO Y ACTOR
“Para escribir, yo trabajo mucho más con el oído que con la imaginación”
Es un autor de culto para chicos y grandes. Sus libros y sus canciones bordean sutilmente el absurdo, sin caer en clishés.
Por Silvina Friera
Sus canciones plantean itinerarios, mundos y juegos que desenmascaran con altas dosis de ironía los avatares de la vida cotidiana de los chicos, de la que no están exentos los adultos. El escritor, músico, actor y showman Luis María Pescetti descorre el velo de lo fantástico para que afloren los sentimientos, y no el sentimentalismo, para que la risa recupere la espontaneidad y no sea una simple postura. En su nuevo CD, Bocasucia, cuarto trabajo discográfico realizado con grabaciones en vivo de recitales en Buenos Aires y México, se aglutina un puñado de composiciones que aguijonean el imaginario infantil, como Somos puercos, No quiero ir a dormir, El niño caníbal y No nos digan siempre que no, entre otras. Sus cuentos (hace unos meses se publicó Nadie te creería) y canciones parecen escritos para que los puedan disfrutar tanto un argentino como un chico mexicano o un cubano, pero Pescetti reconoce en la entrevista con Página/12 que esta característica no es intencional. “Es producto de mi propia realidad que se filtren expresiones españolas o mexicanas, pero así estoy hablando yo después de más de 12 años de estar un poco en todas partes, viviendo durante un mismo año en México, en España y en Argentina”, dice el autor de El pulpo está crudo, Frin, Historia de los señores Moc y Poc y Natacha, entre otros, que recientemente acaba de reeditar por Alfaguara El ciudadano de mis zapatos, novela para adultos con la que se hizo acreedor del Premio Casas de las Américas en 1997.
“Pocos días después del 11 de septiembre estaba en casa de unos amigos y el hijo de cinco años hacía una pila con bloquecitos de madera y los tiraba. Me dijo que estaba jugando a las Torres Gemelas”, recuerda Pescetti. “Quienes se resisten a hablar de la realidad, en algunos casos, lo hacen como un reflejo casi natural, y bien intencionado, para proteger a los chicos –explica el escritor y músico–. Pero ese proteger los deja más huérfanos: una de las cosas más difíciles de la infancia es que los chicos tienen la sensibilidad preparada para captar lo que sucede en su entorno, pero sus herramientas conceptuales son muy pobres. Y eso provoca mucho sufrimiento, porque no pueden definir lo que les pasa, ni pueden decirlo sino padecerlo.”
–¿Su manera de transformar lo absurdo en situaciones naturales explica el enganche que genera con los chicos?
–Es probable que sea una de las condiciones, porque ese absurdo reconocible emerge del propio absurdo de los chicos. Por ejemplo, el hijo de un matrimonio amigo le dijo al padre: “vamos a la clínica, devolvamos a mi hermanito y que nos devuelvan la plata”. Ese disparate absoluto se acepta en la medida en que se admite que es una expresión descarnada de celos. Para escribir, yo trabajo más con el oído que con la imaginación. La gracia del absurdo es que no sorprenda como extraño o caído del cielo sino que se reconozca como algo orgánico y natural, que no se diferencie tanto de cómo nos comportamos los humanos, porque el absurdo funciona mejor cuando se percibe como normal.
–¿Cuánto usa de lo que escucha de los chicos?
–Cuando hago visitas a las escuelas y los grupos no son multitudinarios, capturo mucho de los comentarios que me hacen los chicos. Cuando estoy escribiendo, cuando pasé la mitad de un libro, aprovecho y leo fragmentos, los pongo a prueba y tomo muchos apuntes, quizá no tanto de lo que ellos me dicen, porque a veces un texto no les gusta, pero te miran y te dicen: “No, pero está lindo” (risas). Tomo nota y registro más las reacciones. Ahora estoy preparando una Natacha que va a estar relacionada con el tema del chateo, y conversando con los chicos me empezaron a tirar dos millones de datos.
–Muchos padres, tan fanáticos como sus hijos de lo que usted hace, afirman que no escribe sólo para chicos. ¿Coincide con esta apreciación?
–Escribo para chicos libros que pueden leer los padres. Lo que sucede es que hay un tópico o una idea preconcebida de lo que tiene que ser la escritura o la literatura infantil, que a grandes rasgos establece que los relatos para chicos tienen que ser completamente entendidos por los chicos, lo cual no es cierto. Un chico se puede sentir atraído por algo, aun cuando no lo descifre o lo comprenda parcialmente. Pero lo cierto es que a nosotros, como adultos, como lectores de una novela o espectadores de una película, nos ocurre lo mismo: se nos escapan treinta cosas que no advertimos. El chico, al igual que los adultos, no es un lector omnisciente que comprende todo.