CULTURA › JUAN JOSE MILLAS
“El lenguaje se hace en la calle”
El periodista y narrador español advierte que quien habla mal no puede pensar bien.
Por Angel Berlanga
“Al contrario de lo que ocurre con la mayoría de los congresos y seminarios, que suelen repeler a todo aquel que no tenga que ver con su especificidad, éste tuvo una fuerza centrífuga enorme”, dice Juan José Millás, asombrado por el poder de convocatoria y las repercusiones del III Congreso de la Lengua. A este periodista y escritor, nacido hace 58 años en Valencia y radicado desde niño en Madrid, figura del diario El País de España, autor de novelas como Ella imagina y La soledad era esto, le interesa resaltar el papel de la Real Academia Española en ese interés: “En cierto modo –dice–, es un reflejo de un acercamiento, en los últimos años, de la institución a la vida real. Todo lo que hace ahora interesa: de hecho, su diccionario ha sido uno de los best sellers más importantes de los últimos años. Este interés del público, por otra parte, debería ser lo normal, porque la lengua es lo que más usamos todos, porque no hacemos otra cosa desde que nos levantamos. Y cuando no hablamos también, porque cuando pensamos lo hacemos con palabras”. En el Congreso, su ponencia se refirió “a la tensión entre identidad lingüística y globalización, y a las posibilidades, en el caso de que se pueda, de compatibilizarlas”.
–¿Usted plantea que la Academia se flexibilizó en los últimos tiempos?
–El lenguaje se hace en la calle. No de arriba a abajo, se hace de abajo a arriba, esto es muy evidente. Ahora bien, dicho esto, la función de la Academia es normativa. Puede gustar o no, pero ése es su trabajo: tiene que dar normas y decir lo que está bien y lo que está mal. Aun así, muchos puristas se quejan de que en los últimos tiempos ha abandonado esa función normativa. Quiere decir que realmente muy rígida no ha sido.
–¿Y cómo observa al lenguaje en la calle?, ¿más rico o más pobre que, por ejemplo, 15 o 20 años atrás?
–El lenguaje está empobreciéndose. Hay estudios que demuestran que hoy se utiliza un vocabulario mucho más reducido que hace 30 años, por ampliar un poco más el corte. Al estrechar el lenguaje se estrecha el pensamiento: no tenemos otro instrumento para pensar que las palabras. Es nefasto, porque eso es lo que hace a las sociedades más sumisas.
–¿Qué hipótesis tiene?, ¿por qué se empobreció el lenguaje?
–Quizá porque las lecturas que se hacen son menos exigentes. Los editores que conocí cuando yo empezaba a leer editaban aquello que creían que debía leer la gente en cuyas sociedades vivían. Hoy día el editor, fundamentalmente, es aquel que edita aquello que cree que la gente quiere. Esa coartada, por otra parte, es también la de los programas de televisión basura: “Damos esto porque es lo que la gente quiere”. Con la lectura no sólo se enriquece el vocabulario sino también el aprendizaje de las construcciones sintácticas. En España, alguien hizo un estudio hace poco y llegó a la conclusión de que los personajes de las series de televisión se manejaban con un vocabulario pobrísimo, no sé si en torno a las 300 palabras. Y si la televisión es el mayor emisor del lenguaje, los receptores... Hay niños que se pasan cuatro horas frente a la pantalla, y en muchos casos ésa es su única fuente de información.
–¿Cómo influyen en el asunto las nuevas tecnologías?
–Hoy todo el mundo depende de estas tecnologías, que deterioran el lenguaje. Cuando te dan una dirección de correo electrónico te añaden sin mayúsculas, sin acentos, y todo junto; imagínate que en la dirección general de correos dijeran en un momento determinado: “Oigan, las direcciones en los sobres no las pongan bien”. Sería un escándalo. En un chat nadie pone acentos, ni puntos; cada vez somos más tolerantes con cómo se escribe. Si en un chat se te ocurre empezar a escribir bien, a los dos minutos dan un alerta de que ha entrado un psicópata. Todo lo que hay alrededor contribuye a que la lengua se vaya deteriorando, lo que implica un deterioro del pensamiento: no se puede escribir mal y pensar bien, esto es un disparate. Una sociedad que habla mal no piensa bien.