ESPECTáCULOS › LOS FARIAS GOMEZ, TERCERA GENERACION

“Venimos del folklore, pero nos criamos con el rock”

Integran la familia musical más numerosa del país, pero cada uno sigue su camino. Hablan de referentes y de herencias políticas.

 Por Cristian Vitale

–¿Son unidos los Farías Gómez tercera generación?
–No... no nos vemos nunca.
Juancho Farías Gómez, el mayor de los hijos del Chango y bajista de Luis Salinas, se sincera y remarca el aislamiento que existe entre los miembros de la familia musical más numerosa del país. “La última vez que nos vimos con mi hermano –Facundo, percusionista de Los Piojos– fue en un hotel de Salta a las 7 de la mañana... nos cruzamos y no entendíamos nada. Estábamos los dos dormidos.” “Nos tenemos amor, pero somos bastante desamorados”, ajusta Guadalupe, cantante y prima de ambos, que ofreció su colorida casa de San Telmo para contar junto a sus primos cómo opera en ellos el legado del Tata y la Pocha, la pareja que puso la primera semilla en marcha. “Nuestras parejas no lo pueden creer, nos preguntan cómo puede ser que no nos veamos. Somos raros”, insiste Facundo. Sebastián, hijo menor de Pedro –creador de los Huanca Huá–, aporta que conoció a Facundo de grande y Guada observa que no son la familia ideal y retruca a Juancho, que había culpado de la desunión al exilio posdictadura. “Fue hace 30 años, eso no es excusa.”
La secuencia de diálogos desordenados, palabras encimadas, gritos y risas denotan qué pasa cuando primos y/o hermanos, que hace mucho que no se ven, se encuentran una vez y quieren contarse todo lo que no pudieron antes: hablan, se retrucan, se critican y se dan la razón. “Igual, hay algo bastante loco... parece que nos hubiésemos cruzado ayer”, sostiene Sebastián sumando mesura. Desde el 2000 hasta hoy, la guadaña no tuvo piedad con el clan. Primero murieron Mariano (artista plástico, papá de Guada) y Bongo (cuyos hijos músicos viven en Jujuy). Dos años después falleció la abuela Pocha, cantante de tangos y poeta. Y hace unos meses, Pedro. “Sólo nos vemos en los velorios”, es la reflexión inevitable.
Facundo, Guadalupe, Sebastián y Juancho tienen en común tres cosas: el apellido, la condición de músicos y ser parte de una misma generación, junto a 18 primos más. En rigor, de los 22, casi la mitad son músicos y el resto puede tocar cualquier instrumento sin pasar papelones. “La música está impresa en nuestro ADN”, explica Facundo. “Pero no el folklore”, previene Juancho. “Cuando se enteran de que sos un Farías Gómez, te dicen: ‘Tocate una chacarera’. Eso es molesto, porque es cierto que la familia mantuvo su perfil folklórico hasta la dictadura, pero nosotros nos criamos con el rock.” La historia personal de Juancho da cuenta del cambio de timón para una familia que excede los límites del folklore. Desde que emigró a España a los 17 años –hoy tiene 43–, el bajista atravesó experiencias diversas: desde compartir cartel con Silvio Rodríguez hasta tocar en la calle para ganarse el mango. La versatilidad adquirida le posibilitó arribar a los dos mundos de Luis Salinas (el latin jazz y el folklore), con quien trabaja desde hace 10 años. La historia de su hermano Facundo es menos extensa –se llevan 12 años–, pero más popular. Durante la presentación de Los Piojos en el Quilmes Rock, “el Changuito” fue ovacionado por la torcida pioja al grito de “Olé, Olé, Chango, Chango”, tras un certero solo de percusión. “Los Piojos son una familia... una banda de amigos que se conocen desde siempre”, atestigua Facundo, que se integró al combo de Andrés Ciro en 1999, luego de un pasado entre grupos de tango, rock, percusión –fue director de La Chilinga– y un ensamble que mantiene como actividad paralela llamado Inti Huá (Hijos del Sol). “Llegué por mi amistad con Tavo. Cuando se fue Dani Buira, buscaban un percusionista y llegué por ósmosis. Sentí algo maravilloso cuando toqué con La Chilinga en un show de ellos en Obras y dije: ‘Quiero esto’. Hice todo para lograrlo.”
Guadalupe escucha a Facundo y sucumbe ante su evocación. “Me pasó lo mismo cuando Bersuit me invitó a cantar El viento trae una copla en el Luna. Me dio vuelta la cabeza. Perdón, ¿nombré un Boca-River?”, pregunta con cierta ingenuidad y provoca una reflexión en Facundo. “La cultura de cancha es terrible en la Argentina. Ahora hablan de Piojos vs. La Renga, y la verdades que somos reamigos ambas bandas. Son todos inventos.” Guadalupe tiene 38 años, está casada con el guitarrista Marcelo Predacino y tiene tres discos editados. “Yo canto y soy vaga... no toco nada. Cuando era chica quería ser soprano y monja”, sorprende. Su tío Chango fue quien la acercó a la música desde chica. “Le tenía cagazo al público. No sé si cagazo o el peso de la mochila Farías Gómez.” Guada tiene ojos azules, una hermosa voz y el pelo teñido de rojo. Es fresca y se ríe todo el tiempo. “Mirá –dice–, a mis dos primeros discos no los reconozco... me das uno y lo quemo. Pero éste, que me gusta –Guadaluz, producido por Pepe Céspedes de Bersuit–, no lo edita nadie. Si dentro de 10 años tengo éxito y alguna compañía se acerca para lucrar conmigo, seguro se come una linda puteada”, advierte. Sebastián tiene 22 años y su trayectoria se resume en cuatro años con los Huanca Huá, hasta que la muerte de su padre acabó con el grupo. “No quise seguir con los Huanca”, resume.
Un factor que unifica a los primos es su admiración por el hacedor de todo: el Tata. Para ellos es un personaje mítico, un genio incomprendido al que mueren por reivindicar. Guada se refiere a Adolfo Abalos con el mayor de los respetos. “Fue el único artista que reconoció haber aprendido del Tata a tocar chacarera en piano.” Otra cuestión impresa en el ADN Farías Gómez es la política. Marián, tía de todos, es funcionaria en el área de folklore del Gobierno de la Provincia de Buenos Aires desde hace años. Y Chango es un viejo militante justicialista que a finales de los ‘80 adhirió al menemismo y que, ante el colapso de éste, insistió alineándose con Macri. “Le bajé la persiana a papá a nivel político –admite Facundo–. El sabe mucho y lo que dice tiene coherencia, pero para mí los ‘90 provocaron que cada uno se encapsule en su mundo. Jauretche y esos tipos tenían una visión de país... pero hoy el que gobierna es el que tiene la mosca.” “Además –dice su hermano–, mi viejo se tuvo que ir de la Dirección Nacional de Música porque no lo dejaban hacer. Por eso es extraño que reivindique a Menem.”
Guadalupe también le bajó la persiana a su tío y admite que recién le cayó la ficha cuando escuchó Libertinaje, de Bersuit. “Los ‘90 fueron una combinación fatal, porque mientras algunos revoleaban ponchos otros vendían el país. Reflexioné que tenía que cantar otra cosa. La desafinación del poder me hace daño.” “No hay una línea política que nos represente como familia”, remata Juancho. El “síndrome Chango”, sin embargo, aparece por la positiva cuando se impone hablar de la marginación de los trabajadores de la música. “Un músico representa mucho más a la sociedad que un técnico en computación. Es injusto que el productor de una discográfica gane 50 mil dólares, un cantante 10 mil y el músico 40 pesos”, dice Juancho. En este sentido, Guadalupe sí ve un efecto de la dictadura. “Varias veces me quedé mirando a los viejos que andan dando vueltas por Sadaic. Ellos, que fueron compañeros de lucha de los desaparecidos, hoy están como desaparecidos por más que caminen. Los veo entregados y eso me produce una angustia que no sé cómo canalizar.”

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Juancho, Facundo, Sebastián y Guada Farías Gómez.
 
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