CULTURA › ENTREVISTA CON ROBERTO FONTANARROSA,
QUE PRESENTO SU “INODORO PEREYRA” Nº 29

“El Inodoro de ahora es más sedentario”

El escritor y dibujante rosarino presentó en la Feria del Libro la versión Nº 29 de uno de sus personajes más célebres. Inodoro Pereyra comenzó como una tira de la revista Hortensia, pero de allí saltó a otros medios y sus peripecias siguieron interesando, aunque el personaje sufrió cambios.

 Por Karina Micheletto

Para Roberto Fontanarrosa, la Feria del Libro es una cita anual obligada. Aun cuando la misma implique resignar un partido de Central como local, como esta tarde. O, peor, perderse el casi clásico entre las dos Academias, Central y Racing, como ocurrirá el domingo próximo. Además de firmar ejemplares (propios y ajenos, según la anécdota que siempre repite: a la hora de llevarse su autógrafo, a la gente le viene bien un papelito, una revista, una camiseta o un libro, aunque sea de otro autor). Fontanarrosa estuvo anoche en la Feria presentando su Inodoro Pereyra número 29. Y compartió su presentación con Oscar Grillo (“un dibujante descomunal, el ídolo de todos los dibujantes”, definió Fontanarrosa), que ilustró el Fausto de Estanislao del Campo a la manera en que el rosarino lo hiciera con el Martín Fierro, el año pasado.
En su 29ª aparición compilada, Inodoro y su fiel compañero Mendieta –y también la Eulogia, que hace rato perdió la figura que lucía en las primeras tiras– se enfrentan a visitas insospechadas: un amaestrador de perros, una empanada de cactus, un indio gordo, otro piel roja que vino de Estados Unidos por un intercambio cultural, el temido Escorpión Resolana, que quiere seguir estaqueado para aprovechar y adelgazar para el verano (“bandoleros esclavos de la imagen, Mendieta”, terminará reflexionando Pereyra). Y también, como siempre, a las batarazas ponedoras que llegan en patota, la chancha Cochinelle, las hormigas coloradas y los malísimos loros.
Todos los años, Fontanarrosa y otros colegas como Quino, Caloi, Maitena, Rep y Liniers comparten la mesa de humoristas que organiza Editorial de la Flor, todo un clásico de la Feria. Esta vez los humoristas se tomaron un año de descanso, “como para descansar de nosotros mismos”, evalúa Fontanarrosa. Aun así, el rosarino traza un mapa de los infaltables entre el público promedio, esos que cualquiera que haya asistido a una mesa de la Feria puede reconocer: “Están los que van a todo lo que sea gratis, que les da lo mismo cuál sea la charla, esos son los que se duermen. Después están los locos, siempre hay uno o dos ligeramente perturbados. Y están los que no hacen preguntas sino que se levantan y empiezan un largo discurso. Son felices con eso”, enumera.
Después de su ponencia en el Congreso de la Lengua sobre las malas palabras –probablemente, lo que quedará más fresco en el recuerdo colectivo del coqueto encuentro que se hizo en Rosario–, después de una pequeña “reclusión creativa” en Mar del Plata, donde sacó adelante seis cuentos para un próximo libro (“me sentí un escritor de verdad, de esos que se ven en las películas. Ellos se van a una isla desierta, yo me fui a Mar del Plata”), Fontanarrosa dice que volvió a la rutina que supo conseguir: “Tengo un horario que me pongo yo mismo y que trato de no alterar: voy al estudio desde las 11 hasta las 6, 6 y pico de la tarde. Otros colegas trabajan dos días seguidos y uno no, o se quedan a la noche, como el negro Caloi. Yo no puedo”.
–Prefiere un horario de oficina.
–Claro. Así sé que después de las 7 de la tarde, me rajo. Si tengo que adelantar trabajo, prefiero trabajar un fin de semana. Y prefiero que sea siempre en mi estudio, donde tengo todo a mano y sé dónde encontrar las cosas. Para mí no es lo mismo cuando tengo que mandar material desde otro lado. Aunque en algún momento, cuando anduve viajando con la gente de Deportes de Clarín siguiendo a la Selección Argentina, me acostumbré a escribir en cualquier lado, alguna ejercitación gané. Pero sigo prefiriendo el estudio.
–Cuando empezó con Inodoro, ¿imaginó que este gaucho iba a tener una vida tan larga?
–¡No! Ni siquiera pensé al personaje para que fuera continuado. Primero mandé a la revista Hortensia una parodia de Harry el sucio, que era Boogieel aceitoso. Se publicó, me entusiasmé y empecé a mandar historietas de distintas características, pero ninguna pensando en seguir, eran pequeños capítulos unitarios. Entre todas esas había una gauchesca, un poco tomada del Martín Fierro. La primera vez que salió Inodoro en Hortensia fue en el ‘72. Yo no soy un folklorista ni un gauchófilo, pero por ese entonces había mucha efervescencia en el folklore, estaban muy presente Mercedes Sosa, Armando Tejada Gómez, Hamlet Lima Quintana, Los Fronterizos, Los Chalchaleros, Argentino Luna, Atahualpa, todos. Eso influyó en que empezara a hacer a Inodoro, junto con Boogie, con más periodicidad, y a buscar las características del personaje. Por eso, en las primeras entregas, Inodoro cambia mucho desde el punto de vista gráfico, porque no lo había estudiado ni previsto. Todo lo demás va apareciendo sobre la marcha: Mendieta, la Eulogia y el resto de los personajes.
–Más allá de cambios formales de dibujo y de texto, ¿en qué cambió Inodoro?
–Se hizo más sedentario: ahora todo ocurre en el rancho o cerca de ahí. Porque en un formato de 12, 13 cuadritos no se pueden narrar bien los desplazamientos. Yo digo que es una sitcom: pasa todo ahí, cortito, y hay un chiste por cuadrito. Por las limitaciones de espacio, posiblemente haya menos acción, menos peleas, por ejemplo. Cuando publicaba en Siete Días sí había historias largas, pero salían dos páginas por semana, algo que ahora parece una barbaridad.
–¿No le cambió la personalidad?
–A lo mejor al principio era más heroico. Ahora pretende ser heroico, pero siempre termina en el fracaso. No en el ridículo total, no me gustaría que el personaje cayera en eso, pero las cosas le salen mal. Es un antihéroe: a veces reacciona bien, otras mal, como cualquiera de nosotros. Eso le da una complejidad al personaje, porque los héroes siempre reaccionan igual y terminan ganadores, a mí eso nunca me atrajo.
–¿Por qué cree que tuvo tanto impacto su ponencia en el Congreso de la Lengua?
–Qué sé yo... Supongo que se apartó de la temática general de otras ponencias. Fue como encontrar un tema que no estaba en los papeles. Yo nunca les di demasiada importancia a las malas palabras, por eso fui el primer sorprendido. No lo hice con una intención escandalizante ni transgresora, porque no hay nada de transgresor en las malas palabras, pero fue efectista. Por lo menos sirvió para abrir el tema: ¿una maestra o una madre deben permitirlo? ¿Está bien, está mal? Son problemas que a uno también se le presentan: yo no soy un tipo que putea permanentemente, hay ámbitos, está el fútbol, están los amigos, eso es una cosa; después está el espacio público o profesional. Trabajé veintipico de años con Les Lu-
thiers, que jamás dijeron una mala palabra arriba de un escenario. Bah, en realidad una vez dijeron una: culo. Todo depende del momento y del lugar. Hay palabras que están tan metidas en el habla coloquial que no escandalizan. Si un jugador dice “hay que poner huevos” y sale publicado “hay que poner h...”, queda feo.
–¿Recibió comentarios de miembros de la Real Academia?
–No, pero estuve en el cierre con De la Concha, todos esos, y no hubo ningún problema. Más bien generó prevenciones antes, cuando me pedían la ponencia escrita por adelantado y yo les explicaba que no la tenía, que iba a hablar sin algo escrito antes. Yo les decía que se quedaran tranquilos, que no iba a hacer una cosa tipo Jorge Corona. Lo que lo hacía un poco atemorizante era que abordara el tema sin mandar un texto previo. Después no recibí comentarios. Pero desde el momento en que me siguieron dirigiendo la palabra, supongo que no provoqué demasiado escozor.

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