CULTURA › LA PREHISTORIA DE LES LUTHIERS, RECUPERADA POR
SEBASTIAN MASANA, HIJO DEL FUNDADOR DE LA AGRUPACION
“Quise desacralizar a mi viejo, pero fue imposible”
En el libro Gerardo Masana y la fundación de Les Luthiers, el autor rastrea los orígenes del conjunto. Y, a partir de un rico anecdotario, habla del país que hizo posible su surgimiento.
Por Karina Micheletto
Cualquier espectador de Les Luthiers recordará la frase que siempre aparece en los programas de mano de sus espectáculos: “Fundado por Gerardo Masana en 1967”. En 1965, en un Festival de Coros Universitarios en Tucumán, un grupo de coristas de la Facultad de Ingeniería de la UBA parodió una cantata barroca utilizando el texto de un conocido laxante de la época. Gerardo Masana era el autor de aquella Cantata Modatón, concebida casi como un divertimento entre amigos, y ese fue el primero de sus éxitos. Dos años después, Masana y sus amigos dejaban fundado Les Luthiers y un año más tarde hacía una primera y fugaz aparición televisiva la más célebre de sus criaturas, Johann Sebastian Mastropiero. Ahora Sebastián Masana –el hijo de aquel fundador que murió en 1973, antes de que Les Lu-
thiers conociera el éxito masivo– recupera la figura de su padre y reconstruye lo que llama “la prehistoria” del grupo en el libro Gerardo Masana y la fundación de Les Luthiers.
Con una cuidadosa investigación centrada en documentos y entrevistas a quienes rodearon aquella prehistoria, Masana cuenta la historia de su padre y del grupo que fundó, pero también de la Argentina que alguna vez hizo posible el surgimiento de una formación de esas características. Así van pasando el Coro de la Facultad de Ingeniería, I Musicisti, el grupo anterior a Les Luthiers, las primeras obras y la construcción de los primeros instrumentos informales, los antecedentes de Johann Sebastian Mastropiero, salas como el Di Tella o los café concerts. El periodista colombiano Daniel Samper Pizano, autor del libro Les Luthiers de la L a la S, advierte en el prólogo del libro: “La afición a Les Luthiers llega a convertirse en algo semejante a una religión. Esa religión tiene un profeta mayor. El profeta se llama Gerardo Masana”. Además de fotografías que retratan la prehistoria del grupo, el libro trae una yapa que los fanáticos religiosos sabrán apreciar: un CD con ocho canciones inéditas de aquella primera época, donde el propio autor del libro, que tenía entonces cuatro años, aparece cantando.
Rico en detalles anecdóticos enmarcados constantemente en el contexto cultural y político, Gerardo Masana y la fundación... fue editado primero en España por Belacqua y luego aquí a través de Norma. “Tuve la idea de este libro en plena debacle 2002, cuando la industria editorial estaba parada. No podía ir con un papelito que contaba mi idea. Así que Daniel Samper me contactó con su agente literaria en España”, cuenta Masana. Lógico: hace rato que en España Les Luthiers cuelga el cartelito de “No hay más localidades” cada vez que se presenta, como lo hizo con su último espectáculo, Todo porque rías. El libro se presentó allí en noviembre del año pasado, en el Palacio de Bellas Artes de Madrid, con la presencia de todos los integrantes de Les Luthiers. “Mi viejo era hijo de catalanes, murió unos meses antes de que Les Luthiers viajara por primera vez a España, cuando habían firmado el contrato. No pudo regresar triunfante a la tierra de sus padres”, detalla Masana. “Treinta años después yo sentí que estaba cerrando un círculo. Y no iba solo, sino de la mano del grupo que él fundó y que seguía intacto. Eso también habla de la solidez de lo que supo sembrar.” Ahora Masana hijo (periodista gráfico e investigador de la Universidad del CEMA) está trabajando en los contenidos del sitio oficial de Les Luthiers, que se lanzará en octubre próximo, junto con el nuevo espectáculo del grupo.
–¿Por qué decidió escribir sobre su padre ahora?
–Fueron varios factores, algunos conscientes, otros no. Cuando se me ocurrió la idea estaba por cumplir 36 años, la edad que tenía mi viejo al morir. Ese mismo año Les Luthiers cumplió 35 años de la fundación, que se le atribuye a mi viejo. Yo no soy psicólogo, pero algo hay ahí. También tuvo que ver el entorno del país cuando se me ocurrió la idea, en 2002.Era un momento en que la Argentina parecía haberse quedado sin modelos. Y de pronto ver que había pibes de 18 años que estaban fascinados con la figura de mi viejo, que lo ponían en sitios de Internet y hablaban de él como un modelo, me conmovió. Había mucha gente que quería saber sobre mi viejo porque, más allá de los artístico, intuía que ahí había valores o principios en los cuales valía la pena creer. Así que el entorno caótico me ayudó a tomar la decisión de escribir. Además, los fans de Les Luthiers siempre quisieron más datos sobre la prehistoria del grupo, porque no hay mucho documentado. Sólo está el libro de Samper Pizano. El me vino a entrevistar a mí como hijo del fundador cuando escribió su libro, nos hicimos muy amigos y al final terminó escribiendo el prólogo del mío.
–Usted dice que escribir el libro le sirvió para “dejar de ser el hijo de un fantasma”. ¿Cómo es eso?
–Cuando yo era chico mi viejo era eso, un fantasma, algo inasible, etéreo, una especie de mito. Con el tiempo los recuerdos se van desfigurando, más si es un recuerdo doloroso, uno empieza a tapar cosas. Cuando terminé de escribir este libro mi viejo era un ser humano. Vi muchas fotos que no había visto, escuché su voz en grabaciones de cinta abierta que se habían perdido durante treinta años, hasta aparecieron filmaciones... Tuve que ponerme a investigar para descubrir todo esto.
–Aun así, el retrato de su padre que hace en el libro está casi pegado al mito.
–Mi idea inicial era desacralizarlo, pero fue imposible, porque la mística que genera en los integrantes de Les Luthiers es demasiado fuerte. Cuando me entrevisté con ellos les dije: primero cuéntenme lo malo sobre mi papá, después hablamos de lo bueno. Yo tenía la idea de que para humanizarlo tenía que encontrarle cosas malas. Y en realidad lo humanicé descubriendo lo que fue capaz de provocar en las personas que lo rodearon. Todos tienen un nivel de amor y agradecimiento hacia mi viejo casi religioso. Carlos Núñez empieza a hablar de él y entra como en un trance hipnótico. También me impresionaron sus hijos, que son más chicos que yo y no conocieron a mi viejo, pero para ellos tuvo una presencia enorme a través del relato de los padres.
–¿Siente el peso del “hijo de”?
–Tuve una suerte de ventaja: mi viejo no llegó a ser conocido masivamente. No era que en el colegio cada vez que tomaban lista me preguntaban si era el hijo de Masana. Es más, mucha de la gente con la que me relaciono ni siquiera lo sabe hoy, mi esposa lo supo después de un tiempo de conocerme. El peso mayor, entonces, no fue tanto haber sido hijo de mi viejo sino ser sobrino de Les Luthiers. Porque eso me obliga a alinearme en mi vida dentro de una cierta ética profesional y de conducta, de respeto por el lector o por el que está del otro lado. Eso por un lado es buenísimo, por otro siempre, en todas las profesiones, hay que hacer concesiones menores o mayores, y no tuve esa flexibilidad. De haberla tenido hubiera podido comprarme algunas cosas más (risas). Claro que ellos no tienen nada que ver con esto, me dirían que haga con mi vida lo que quiera para ser feliz. Pero yo me siento un poco obligado a que estén orgullosos de mí.
–¿Qué relación mantiene con Les Luthiers?
–Mientras mi viejo vivía eran mis tíos, estaban todo el día juntos, venían a mi casa a armar los espectáculos, nos íbamos todos de vacaciones. Tras su muerte inevitablemente se perdió ese trato, aunque siguió a nivel afectivo. Escribir el libro también sirvió parta retomar un trato más fluido con ellos.
–Su libro ya fue presentado en España. ¿Qué recibimiento encontró allí?
–Siempre supe del éxito que Les Luthiers tenía allá, pero cuando presenté el libro me sorprendí. Tomé conciencia de hasta qué punto son una especie de embajadores culturales no oficiales de la Argentina, cómo nos identifican con Les Luthiers, y cómo ellos nos prestigian a nosotros. Los fans me fueron a buscar, me dieron un teléfono celular, me acompañaban a comer, no pasé un día sin alguno de ellos. Y son toda gente muy respetuosa, muy formada, enriquecedora, no son los fans de Luis Miguel...
–¿Hay fan clubes de Les Lu-
thiers?
–Técnicamente no sé si se llaman así, pero hay una lista de Internet, un club virtual que se transforma en real. Una o dos veces al año organizan lo que ellos llaman “quedadas”, invitan al menos a uno de los integrantes de Les Luthiers y pasan toda una noche escuchando música, comiendo, tomando, charlando, hasta el otro día. Acá hay un club de amigos de Les Luthiers que tiene más de veinte años. Y hay otros clubes sin nombre que funcionan por Internet, cada tanto se reúnen y también hacen quedadas. Son muy estudiosos y pueden pasar horas debatiendo sobre cualquier tema que se les tire. Por ejemplo, en mi libro digo que el único insulto explícito en todos los espectáculos de Les Luthiers es un coral medieval que le repite hijo de puta a un árbitro, en el espectáculo Blancanieves y los siete pecados capitales. Los fans armaron un debate en Internet acerca de las malas palabras de mayor o menor calibre que usaron a lo largo de su historia y encima comparando las adaptaciones que hicieron en los distintos países. Se hacen concursos complejísimos de conocimiento, hubo uno sobre las figuras retóricas que usaron deliberadamente en sus espectáculos, por ejemplo, donde mandaron ensayos completos.
–En su libro se preocupa especialmente por marcar el contexto en el que fueron sucediendo los hechos. ¿Por qué?
–Ese contexto da la clave del surgimiento de Les Luthiers, muy ligado a la efervescencia de la época, al cuestionamiento de estructuras tradicionales. En otra época hubiera sido raro desafiar a la música clásica, por ejemplo. Para entender de dónde sale un grupo de gente que hace una cantata al estilo de Johann Sebastian Bach pero con la letra de un laxante hay que entender el contexto, el Di Tella, el clima que se vivía en espacios como el Movimiento Coral Universitario. Los que hicieron Les Luthiers eran tipos terriblemente capaces, pero no salieron de un huevo.