CULTURA › OPINION
Alguna vez fuimos París
Por Manuel Pampín *
Han pasado cuatro décadas de la mejor época del libro argentino, cuando editoriales como Sudamericana, Emecé, Losada, Rueda, Claridad, Peuser, Jackson y muchas otras tenían una fuerte presencia en todos los países de habla hispana, incluida España, por supuesto. A partir de los años ‘60, los editores argentinos fuimos cediendo los espacios a los editores españoles que contaron con un gran apoyo de su gobierno, fundamentalmente en su actividad productora y exportadora. En 10 años, España nos desplazó de la mayoría de los mercados latinoamericanos, dominándolos totalmente en la década del ‘70. México, que tuvo entre las décadas del ‘40 y ‘70 una historia problematizada de las relaciones comerciales con España, también comenzó a editar intentando competir, poco a poco, con la producción de libros española.
Sin embargo, por mucho tiempo aún, Buenos Aires siguió siendo la “París de América”, la ciudad donde todos los autores latinoamericanos querían publicar. Las editoriales españolas seguían prestándole mucha atención al mercado argentino pues, si bien se trataba de un país con una población relativamente pequeña, el nivel de lectura era muy superior al resto de Latinoamérica. Chile creó una industria editorial importante, lo mismo que Brasil. También es llamativo el caso de Colombia, que con un promedio de lectura menor a un libro por año por habitante no tiene incidencia mayor en las ventas, pero sí en la producción. Colombia dispone en la actualidad de una fuerte industria gráfica que produce libros un 50 por ciento más baratos que la Argentina y además ofrece amplios planes de financiación.
¿Por qué en la Argentina los costos de producción siguen siendo uno de los más caros de todos los países de habla hispana? ¿Por qué no tenemos créditos normales a tasas internacionales para producir todo lo que el país puede consumir y todo lo que pueda exportar, y así poder recuperar una porción de los mercados perdidos? Hoy, la mayoría de las editoriales importantes argentinas están en manos de editoriales extranjeras a las que poco les interesa el mercado local. Prueba de ello es que la mayoría de esas editoriales han sido vaciadas de contenido. Incluso se da el caso de alguna en que la mayoría del personal fue despedido. También se produjo una “limpieza” de catálogos, conservando a los autores que venden más de 5 mil ejemplares, cosa bastante utópica en la Argentina de hoy.
¿Qué apoyo pueden esperar los argentinos de estos “mecenas” que, además, tienen la “virtud” de que sus libros sean reseñados en los mejores espacios que disponen algunos suplementos literarios, los programas de televisión? Estas empresas solucionan sus problemas económicos publicando en cualquier país que les convenga para compensar sus cuentas con trueques de mercadería. Por si fuera poco todo lo expuesto, nos invaden con containers de libros descartables. Son aquellos que no pudieron vender en su país de origen, esos libros encuadernados que aparecen en los quioscos desde $ 2 hasta $ 3,50. ¿Cómo llegan estos libros que ocupan las mesas de las librerías, las góndolas de los supermercados y el espacio que tienen disponibles los quioscos? En apariencia, totalmente subvencionados. ¿Solución? Muy difícil, porque no podemos interceder en la libre circulación del libro. Además, no podemos incluir en el mismo paquete a los importadores honestos que hace muchos años que están en el mercado importando libros necesarios para el uso en las universidades, de profesores, científicos y del público en general que tienen el derecho de informarse de todo lo que ocurre en el mundo.
Además de los autores y editores argentinos, otros grandes perjudicados son los libreros, que tal vez inconscientemente apoyan la distribución de un material que les quita espacio para ubicar otros libros y van alejando cada vez más al verdadero comprador, que ya no se siente atendido como en aquellas épocas en que tenía a su vendedor como asesor literario. Las librerías han perdido muchos clientes, al margen de la difícil situación económica, porque ya no cuentan con personal capacitado, salvo raras excepciones. El editor y el librero deberían ser más solidarios entre sí, al menos si quieren que el libro argentino no desaparezca, y los editores y librerías no sigan bajando sus persianas para siempre. Para eso sería bueno contar con el apoyo de todos los docentes, que podrían solicitar a los alumnos la mayor cantidad posible de lectura de obras de autores argentinos. Por otro lado, sería propicio que los medios entiendan que es bueno para todos que el libro argentino sea difundido como se merece. El libro también ha sido parte de nuestra relación cultural con el mundo. Defenderlo es defender las raíces culturales argentinas.
* De Editorial Corregidor.