CULTURA › OPINION
Epica y mítica ilustradas
Por Juan Sasturain
Tres momentos, tres gestos de la gran revista ilustrada que supo ser ilustre a veces. En el principio, la novedad eran las imágenes que le dieron el nombre, la naturaleza distintiva respecto de las pesadas columnas del resto coetáneo en aquella primera posguerra. Después, esas imágenes fueron casi exclusivamente de deportes: las sociales de moño y falda larga y las actualidades bigotudas de gobierno fueron corridas por hombres de pantalones cortos al aire libre y con pelota, coches, púgiles, ciclistas. Y así trascendió El Gráfico en América y el mundo, hizo historia. Después, con el tiempo, los deportes se decantaron inevitable, casi naturalmente en fútbol. Y El Gráfico terminó siendo una revista mayoritariamente futbolera.
No hay publicación argentina que haya durado lo que (aún) dura, renga y mensualizada hoy. Y de las de deportes, acaso ninguna en el mundo se le arrime en antigüedad y continuada trayectoria. Pero El Gráfico vive y reina más que en los números flagrantes de la estadística, en los domicilios privados, íntimos, cotidianos donde termina culturalmente recalando: flamante en el kiosco, transitada en la mesita de la peluquería o el dentista, a mano en el baño, estibada como pila de lingotes en las librerías de viejo. Porque El Gráfico es y ha sido actualidad para enterarse, recordar y coleccionar.
También se puede rastrear una marcada huella estética, la escritura de Borocotó a Frascara o de Ardizzone a Juvenal, e incluso un zigzagueante dibujo ético –de tribuna de doctrina a bazar de claudicaciones– con la bandera del irreductible Dante Panzeri y las bajezas de los escribas de la dictadura. Pero ése es otro y miserable partido.