CULTURA › OPINION
Barthesianos de por vida
Por Beatriz Sarlo
En 1958, Barthes inició un estudio sobre la moda. Todavía no había escrito una tesis de doctorado porque había pasado de un tema a otro sin alcanzar ese género fatal de la disertación académica. Entonces se le ocurrió que Lévi-Strauss fuera su director de tesis. Naturalmente, fue rechazado, pero recibió la indicación de que se ocupara sólo de la moda escrita, consejo que Barthes siguió al pie de la letra. André Martinet también recibió la visita de Barthes por la cuestión de la tesis. En el curso de un almuerzo, Barthes lo convenció a Martinet (entonces una estrella de la lingüística) y éste aceptó. Pero el tema de tesis nunca llegó a registrarse en la Sorbona y Barthes prefirió escribir un libro, su libro más pesadamente semiológico, El sistema de la moda. Después ya no volvió a insistir con la fantasía de aprobar un doctorado. Eso le faltó para siempre.
Cuando lo rechazó, Lévi-Strauss no equivocaba el motivo: para él, Barthes era “demasiado literario”. Pasó casi medio siglo desde entonces y Barthes siguió siendo “demasiado literario”, es decir un escritor que tomaba sus argumentos de la literatura o los convertía a la literatura, pasándolos por su albedrío o su capricho. El sistema Barthes es arborescente pero nunca enciclopédico, construido por elecciones estratégicas en el cuerpo de la lengua francesa y otros pocos territorios, la poesía del haiku y el mismo Japón, el Werther de Goethe o los ejercicios espirituales de Ignacio de Loyola.
De la literatura, su obra recibió el poder de encantamiento. Barthes vuelve barthesianos a sus lectores, del mismo modo en que Proust los hace proustianos. No es una cuestión de gusto, ni siquiera es una cuestión de ideas, ni de estilo. Se trata, más bien, del descubrimiento de una sensibilidad y de sus reflejos, dónde pone los acentos, cuáles son los detalles que le importan. Los que seguimos leyendo a Barthes somos barthesianos de por vida. Se trata, sencillamente, de una conversión.