CULTURA › OPINION

Un triunfo de la imaginación

Por pablo de santis *

Hace dos o tres años vi, en el primer piso de la librería Losada, la obra El ruiseñor, de Eva Halac (basada en El ruiseñor del emperador de la China, de Hans Christian Andersen). En la obra aparecía el mismo Andersen como personaje, de tal manera que la pieza se ocupaba de contar un cuento, y de hablarnos a la vez sobre el arte de contar un cuento. El teatro a menudo acerca demasiado las cosas; pero esta vez todo tenía un efecto de lejanía. Como ocurre en el arte verdadero, cada palabra era una noticia que llegaba de un mundo remoto. Cuando leo el nombre de Andersen pienso en esa obra, porque señalaba el costado más imaginativo y feliz del escritor. Otros cuentos me resultaron siempre demasiado opresivos y sentimentales: pienso en El soldadito de plomo o La vendedora de fósforos, aquella niña que muere cuando el último Dos patitos se apaga. ¡Horror!
La reina de las nieves, en cambio, es un triunfo de la imaginación. Recuerdo que los niños de la historia, Kay y Gerda, viven en casas vecinas, y que, para vencer la escarcha de los cristales que los separan, calientan una moneda de cobre. Esa idea era para mí muy vívida, y cuando lo leía no imaginaba una moneda de cobre, sino una de nuestras viejas monedas de níquel de un peso.
A través del círculo los niños pueden mirarse, al menos hasta que un fragmento del espejo del diablo entra en el ojo de Kay, y éste empieza a confundir lo bueno con lo malo, lo bello con lo feo. Cada cuento inventa sus instrumentos de visión, y sobre esta forma de mirar el mundo (nítida o distorsionada) se construye el relato.
Otra escena inolvidable: cerca del final, el niño poseído por la Reina de las Nieves juega con un rompecabezas de hielo, llamado “el juego de la razón”. La reina le ha prometido liberarlo si alcanza a formar la palabra “amor”. Pero Kay sólo no puede encontrar una sola letra hasta que llega la niña y lo ayuda a completar el acertijo. Vencido el hechizo, Kay se da cuenta de que el adornado y cálido palacio en el que había creído vivir es un lugar enorme, frío y vacío.
* Escritor.

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