Jueves, 2 de febrero de 2012 | Hoy
DEPORTES › OPINIóN
Por Gustavo Veiga
José María Aguilar nunca tendrá paz. Al peor presidente de la historia de River lo escracharon en Brasil. Ya había sufrido repudios durante las elecciones porteñas y en su propia casa. Como al fútbol le sobran otras modalidades de expresión, con más o menos furia o indignación que el escrache, la noticia que llegó desde Praia do Forte, en Bahía, resultó casi un dato de color. El dirigente –hoy acovachado en la FIFA– podrá evitar la condena judicial, pero jamás la popular. La descomunal pasión que despierta el fútbol le garantiza de por vida la vindicta pública.
Aguilar es el peor presidente de la rica y centenaria historia de River por más de una razón. Y no por apenas dos que decantan súbitamente al mencionarse su nombre: su influencia notable en el descenso a la B Nacional (el equipo salió último por primera vez en un torneo bajo su conducción) y el estropicio económico que dejó a sus espaldas. Aguilar es responsable de eso, pero también de la manera cómo despilfarró la credibilidad que despertó cuando los socios lo votaron dos veces. Su pseudo progresismo, una parábola a medida de varios políticos (él pretendía ser uno más) les hizo demasiado daño al fútbol y al proyecto deportivo en general que declamaba defender desde el club.
Ese travestismo llegó a colocarlo en los antípodas del dirigente conservador, sin sensibilidad social que personificaba Mauricio Macri al frente de Boca. En septiembre de 1999, durante una entrevista con el autor de esta columna, enfatizaba: “No me gustan los tipos que tras una máscara de venta de honestidad quieren hacerles creer al lector o al periodista que surgieron de un convento de carmelitas descalzas. Si sos una carmelita descalza seguro que no te dedicás a la política. La política encierra en sí misma cuestiones que enaltecen mucho, pero también muchísimas miserias humanas. Y yo soy parte de esas miserias humanas. Por eso, Heidi no soy, seguro”.
Aguilar, el peor, pero no el único responsable de los padecimientos de River, sí se parece en algo a Heidi: cuidando a Clara, una niña inválida a la que le hacía de dama de compañía, se deprimió. Vivía encerrada en la ciudad y terminó volviendo a los Alpes, donde se crió con su abuelo.
El ex presidente ni siquiera puede confiar en que estará seguro en Aruba, la isla con que comparó a River cuando lo gobernaba. Los hinchas ya hicieron escuchar su voz: “A donde vayas te iremos a buscar...”
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