Jueves, 2 de febrero de 2012 | Hoy
SOCIEDAD › LOS CHICOS QUE VIAJAN EN BARCO POR PRIMERA VEZ
Es un paseo que empieza en el puerto de Mar del Plata. Y tiene como protagonistas a los niños: para casi todos es el debut en un barco. Los miedos, los chistes, las cargadas.
Por Emilio Ruchansky
Desde Mar del Plata
Marco y Luca se impacientan en la cola del amarradero. Como la mayoría de los chicos que suben al barco Anamora, es la primera vez que navegarán mar adentro. “Si el barco se da vuelta podemos nadar a la costa”, dice Luca, de 10 años, el más grande. “¿Y si te lastimás?”, observa su hermano, de 8. “Me tiro arriba tuyo”, responde. Marco retruca: “Si hacés eso nos morimos los dos”. Cerca de esa escena, abandona el barco tras el paseo Ana Morales, de Santo Tomé, Santa Fe, con su hijo Ignacio, de 5 años. “Lo traje engañado”, reconoce. El nene dice que tuvo miedo, pero después se prendió a todas las fotos. La madre, en cambio, volvió mareada. “Si te caés, te comen los tiburones”, le comenta Luca a Marco. María José, la mamá, cuenta que son de la ciudad bonaerense de Escobar y aclara: “Ellos me pidieron venir”.
Con una tarde soleada, como casi todas en Mar del Plata desde que empezó el año, la tripulación del Anamora informa que el barco saldrá en 30 minutos y el viaje dura una hora y cuarto. El recorrido incluye el interior del puerto, el muelle de ultramar, los silos, el club náutico, la base naval, Playa Grande, Playa Chica y Cabo Corrientes. En la cubierta algunos niños, los más pequeños, no se despegan de sus padres; a los más grandes es imposible contenerlos para que no correteen.
Pilar, de 8 años, dice que no quería venir, pero perdió en la votación familiar. Su papá le jura que los barcos no se hunden. Cuando finalmente arranca el paseo, a lo lejos se ven dos naves oxidadas, acostadas sobre el mar. “¿Por qué están así?”, pregunta Pilar, que vino desde Maggiolo, Santa Fe. Su papá suelta rápido una explicación: “Porque son viejos”. Al rato, una flota de veleros pasa cerca del barco y ella observa fascinada: “Son rechiquitos. Esos son para que anden los nenes, ¿no?”. Su papá se ríe.
Cerca del muelle de ultramar, un barco pesquero toca la bocina y mientras todos saludan, Joaquín, de 5 años, se tapa los oídos. “Es la primera vez que se sube, tiene miedo, pero también le gusta”, dice Valentín Bahamonte, su papá. Santiago, el hermanito de Joaquín, de 2, se aterra cuando el barco se bambolea al pasar una escollera. “¿Cuándo bajamos?”, pide. Su papá, desesperado, lo distrae: “Mirá esos edificios, allá, en la costa, qué lindos...”. Lucía, la mamá, lo tiene en brazos y no logra sacarle la cara de puchero. Más tarde, se dormirá con el suave vaivén del barco.
Marco mira a su mamá, muy relajada, apoyada sobre la baranda que da al mar, en la cubierta. “Y si se rompe, ¿qué hacés?”, dice. María José, sin cambiar de posición, suelta: “Con las piernas hago nudo con la base del asiento, tengo tiempo para reaccionar si se rompe la baranda”. Al pasar Cabo Corrientes, Marco ve el horizonte y su mamá sueña por él. “Estaría bueno ir hasta donde no se vea la costa, que estés rodeado por el mar”, dice ella, pero él no entiende. “El mar es más inmenso de lo que imaginás, Marco.”
Desde la proa, sin los rasgos de la timidez inicial, pero con dolor de panza, Pilar se saca fotos con su hermana mayor. Detrás se avizora el Casino Central y la playas céntricas repletas. Cada tanto pasa un barco pesquero y una nueva atracción: un gomón plano, amarillo, tirado por una moto de agua y donde los turistas van acostados boca abajo. Pero Marco y Luca están más entretenidos intentando lo imposible: tocar el agua. En el bar del Anamora, los mayores que no tienen chicos o vinieron sin ellos charlan sentados y toman tragos.
El barco da la vuelta en la playa Bristol y los chicos que descubrieron el salón de fiestas, en la parte inferior, miran al principio tímidamente el mar desde los ojos de buey. Los más respetuosos se sacan las zapatillas para subirse a la fila de asientos acolchados que hay sobre la pared, aunque la tripulación no los reta por eso. Luca y Marco casi logran su objetivo. Sacan un brazo por la ventanilla y se mojan. El movimiento del barco se siente mucho más en el salón, pero ni los hermanos ni Joaquín se dan cuenta. Observan las gaviotas, que pasan muy cerca. “¿Están pescando?”, pregunta Marco. Luca no está seguro, pero dice que sí.
Tras pasar Cabo Corrientes, el Anamora se acerca a las escolleras donde descansan los lobos marinos. Joaquín los mira asombrado al igual que al grupo que hace windsurf. Su papá le explica que sin viento, esos muchachos no podrían avanzar. Joaquín escucha sin acotar. Al rato, miran un barco pesquero rojo gigantesco, bautizado Paku, que está amarrado. Joaquín pregunta si podrían subirse a ese también. Su papá promete que va a preguntar y luego hacen planes para ir de pesca.
Al llegar, mientras esperan para bajar, Luca y Marco discuten sobre las posibilidades de sobrevivir en las turbias aguas del puerto. “Si te caés, te agarra una infección en el oído y te morís”, versea Luca. Marco ve moverse algo: “¡Es un pez! Si ellos pueden nadar, nosotros también”. La mamá los mira. “Es increíble que sean tan catastróficos y después no se asusten.”
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