Lunes, 14 de julio de 2014 | Hoy
Por Sebastián Fest
Desde Río de Janeiro
Pálido e inexpresivo tras la derrota, incluso con arcadas en medio del partido, Lionel Me-ssi intentó todo lo que pudo para cumplir su sueño de campeón mundial con Argentina, pero el final fue cruel: gol rival en el minuto 113 y la amenaza cierta de sumarse a Alfredo Di Stéfano y Johan Cruyff como el tercer gran futbolista en no haber ganado la Copa del Mundo.
Messi intentó todo lo que pudo, sí, lo que no significa que pudiera tanto como otras veces. El destino futbolero se ensañó en cierta forma con Argentina: en 2010, cuando contaba con el mejor Messi, tenía a un entrenador como Diego Maradona que demostró no estar a la altura del puesto. Cuatro años más tarde, con un Alejandro Sabella que mostró saber manejarse en el difícil puesto, Messi ya no era el mismo de sus mejores años.
Hay algo indiscutible: Messi es desde hace unos cuantos años el mejor futbolista que habita el planeta, más allá del último Balón de Oro ganado por Cristiano Ronaldo. Pero el deporte es cruel: si no gana el Mundial, la historia lo mirará con cierto recelo.
Jorge Valdano, que pudo disfrutar de lo que Messi no –anotar un gol para Argentina en la final de un Mundial– aseguró días antes de la final que no hay por qué pedirle una Copa del Mundo al “10” del Barcelona. “No le falta nada para ser Leo Messi, su lugar en el mundo ya lo consiguió. Ganar el Mundial sólo lo redondearía.”
Messi fue fundamental en Brasil 2014 para que su equipo no se despidiera en la primera fase, también dio la asistencia para el gol a los 118 ante Suiza en octavos y fue clave en la jugada del 1-0 a los 8’ sobre Bélgica. En semifinales, en cambio, Holanda lo anuló. El zurdo de 27 años llegaba a la final dispuesto a ganarla. “El sueño no se ha terminado”, escribió en la noche del sábado en las redes sociales. Pero no fue su día.
Argentina, un equipo que llevó a Alemania hasta extremos de exigencia nunca vistos en el torneo –lo de Argelia, por instancia, no fue comparable–, fue muy diferente al Brasil que recibió siete goles de los ahora ya tetracampeones mundiales.
Paradoja del fútbol: durante años se escribió sobre esa Argentina que no acompañaba a Messi. Cuando por fin apareció dispuesta a hacerlo, Messi perdió chispa, frescura y claridad. Siguió siendo Messi, pero menos. Fue más peligroso en el uno contra uno que ante Holanda, pero su pólvora siguió mojada, aquella mágica y legendaria precisión y habilidad para convertir en gol las situaciones más impensables se había esfumado. Pelé y Diego Maradona lograron salir adelante en finales de Mundial. Di Stéfano ni la jugó, Cruyff la perdió. Me-ssi está ahora en ese nivel de la historia, y su probablemente última posibilidad pasa por jugar el 8 de julio de 2018 una final en Moscú.
El final lo encontró mirando al vacío, mientras Ezequiel Lavezzi consolaba a Mascherano una y otra vez. “Ya está, ya está”, le decía el jugador del Barcelona. Fernando Gago lloraba, Marcos Rojo lloraba, Sergio Agüero y muchos otros también.
Messi no quiso saber nada cuando le dieron el premio al mejor jugador del torneo. Saludó a todas las altas autoridades, se escabulló por detrás de Manuel Neuer, ese gigante del arco al que no pudo batir y, llevando el trofeo como si fuera la bolsa de las compras, volvió a encontrarse con sus compañeros. Sin hablar. No le interesaba esa copa, él buscaba otra, y es imposible saber si la encontrará en Rusia.
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